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De las primeras letras al último suspriro

por J.Airam


Todavía el recuerdo de las blancas tocas de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul pone alas a múltiples ecos, capaces de actualizar emotivas e inolvidables vivencias, en que la ciudad se siente unida y alegre con la sonrisa que parece santo y seña de toda actividad de las monjas de la Caridad.

En el Colegio de La Milagrosa, el Hospicio y las Escuelas de San Andrés, se hace realidad más de un siglo en que varias generaciones de astorganos aprendieron sus primeras letras y recitaron sus primeras oraciones dirigidas por las Hijas de la Caridad. Uno alcanza en sus recuerdos a la época en que Sor Concepción Hidalgo era la Superiora y Sor Mercedes Alvarez mi primera maestra. Hoy me vuelvo a encontrar con otra Sor Mercedes que atiende a mi tía Anita en su último suspiro y a lo largo de los años se han sucedido numerosos nombres que se hacen populares pese a su sencillez y tendencia a mantenerse al margen de todo protagonismo.

Hoy nuestro recuerdo más familiar y frecuente es para Sor Felisa y Sor Ramona. Toda una vida de trabajo en Astorga, conocedoras de la ciudad y sus gentes, su simpatía les abrió siempre camino a la amistad, el reconocimiento y la gratitud de cuantos las conocieron.

Aunque nuestros particulares recuerdos tengan nombres, es en el anonimato donde las monjas dejan honda huella con una actividad, siempre encaminada a fomentar la caridad y facilitar el acercamiento al necesitado.

Toda edad y toda situación encuentran en las Hijas de la Caridad la atención precisa y no podemos encontrar mejor muestra que su labor en nuestra ciudad. Muchos de quienes en el Colegio de La Milagrosa aprendieron las primeras letras, hoy encuentran calor de hogar, compañía y atenciones a las que nunca será posible corresponder como se merecen, en el Hospital de San Juan. Es cuando vemos llegar, con prisa no disimulada, la hora del último suspiro, el momento en que acertamos a valorar el trabajo, más bien la entrega admirable de las monjas de la Caridad.

Del colegio de La Milagrosa al Hospital de San Juan se puede adivinar, sin dificultad, la historia de la ciudad. Cientos de vidas de astorganos y amplia representación de la diócesis, tienen su principio y fin, prometedor en su inicio y lleno de tranquila esperanza en el atardecer, a la sombra siempre acogedora de las monjas de la Caridad.

La plaza de la Catedral y las calles de la Portería y Leopoldo Panero, son el mejor testigo de una Astorga donde la alegría de la infancia y juventud se entremezcla con la serenidad y placidez de unas vidas cuajadas de recuerdos y abiertas siempre al amor y la esperanza. Todo ello por obra y gracia de las Hijas de la Caridad.

        J.Airam

Publicado en El Faro Astorgano, julio de 1997