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Piedras y Bronces. Hombres y nombres

La cernada del antuejo

por Martín Martínez


Cuando ya vamos a enterrar, definitivamente, a don Carnal con la quema de la Piñata, bueno será recordar una de las tradiciones antruejeras por excelencia, que se daba en muchos pueblos de nuestra comarca y sin embargo hoy totalmente olvidada, la cual presentaba una simbología muy especial; era el "esparcir la cernada", ceremonia que, a pesar de las recuperaciones que se están llevando a cabo, nadie se interesa actualmente por ella.

El antruejo como tal, hay que reconocerlo, se ha perdido dando paso a la búsqueda de lo espectacular al estilo brasileiro, lo cual nos ha llevado a que todas las poblaciones, de cierta entidad, rivalicen en comparsas, grupos, desfiles y colorido como estos días hemos comprobado. Y no seré yo quien abomine de ello, que tantas veces lo he cantado y ensalzado; ni mucho menos; pero sí hay que dejar claro que ello ya no es nuestro antruejo, que nos lo han cambiado como algún día me contaran Lucila, o La Curina, en La Bañeza.

En otro punto se encuentran localidades como Velilla de la Reina, Alija del Infantado, o Llamas de la Ribera, por citar alguna que, de unos años a esta parte, están resucitando costumbres ancestrales, y lo hacen con mucho acierto, aunque a veces paguen esas sofisticaciones. Aparte de la recuperación de una rica repostería, ya casi perdida, de estas fechas, han conseguido imbuir en los jóvenes la necesidad de mantener modos, modas y maneras de siglos pasados. Con ello han logrado una revitalización de las tradiciones, y sobre todo crear un clima de orgullo local con el que buscan no sólo el descubrimiento de unas raíces culturales, sino el mantenimiento de las mismas.

Y aunque los tiempos cambian y las costumbres varían es saludable que esa preocupación enganche a la juventud; y bueno es que sepamos discernir que no todo es inmutable, que el agua corre por el río y que pasa por cada pueblo; y que a veces en la variación está el gusto. Por lo que no debemos aferrarnos, estrictamente, a unos cánones, que en muchas ocasiones son marcados por otras costumbres o por estudiosos. Los cambios, en todo, como en el agua del río, son constantes, por lo que esas variaciones, denostadas en principio, al cabo de los años, son también costumbres, son tradición. Ellas enriquecen la vida cultural de los pueblos, y aportan nuevas savias al árbol viejo.

Son tradición que se pierde en la memoria de los viejos, sin que sepamos cómo ni cuándo aparecieron tal como ese de la cernada de algunos de nuestros pueblos, entre ellos Estébanez de la Calzada, hecho que aún alcanzamos a ver por los años 50, como ocurría con la carrera del toro que tanto éxito está resurgiendo en muchas poblaciones.

Mientras las personas mayores hacían corrillos en la plaza de La Chana, los jóvenes bailaban al son de la pandereta, algunas mozas como disfraz peculiar se "arreaban" con un "traje maragato", todo un símbolo en esto de los disfraces y en el sentido que ello tenía. Entre tanto los rapaces esperaban impacientes la llegada del toro con su armadijo de maderas y sábana blanca. Era ese el momento en el que los antruejos accedían a la plaza por las distintas calles formando la consiguiente algarabía.

Alguno de ellos, y nunca faltaba, era portador de un caldero rebosante de cernada apañada de la fernigüela; con parsimonioso ceremonial, como si estuviera ungido por algún hado beneficioso, al menor descuido de los espectadores desparramaba sobre ellos una lluvia de ceniza, de cernada, recibida por éstos con talante más o menos complaciente, pero siempre con la resignación que la fecha marcaba.

Y uno cree que así se mantenía el símbolo penitencial del vestido de saco y la ceniza en la cabeza, mantenido aún por la Iglesia en la imposición de este pasado miércoles. El saco y el sayal con la cernada nos hacen entrar en la Cuaresma, abandonando a don Carnal.

 

Martín Martínez

Publicado en El Faro Astorgano en 1.997