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Calles y plazas de Astorga

Calles y plazas de Astorga es una página que recoge artículos publicados por Martín Martínez en la sección Hombre y nombres. Piedras y Bronces de El Faro Astorgano entre 1.994 y 1.997. De cada calle o plaza suele incluirse referencias su historia y a la persona o hecho que le da nombre.

por Martín Martínez



 

La calle del Carmen

Cuatro pinceladas sobre una calle que ha pasado de ser una de las más desiertas de la ciudad, a la más concurrida en ciertas horas y en tiempo escolar, que parece aquello un jubileo, camino del Instituto Obispo Mérida. Hace ya muchos años, cuando el Instituto estaba en Padre Blanco, tenía esta calle su concurso, añadido por la existencia en su esquina de la Academia, que entonces decíamos del Teniente Coronel donde entre otros nos desasnaban Constancio Lumbreras, Eloy Sobrino, Secundino Rodríguez y un tal Pedro, cuyo apellido adivino González, por ser de San Román. En su centro andaba una casa-patrona de estudiantes, sobre todo de la Cepeda Alta y al otro extremo la casa y bufete de D. Adolfo A. Manrique, que en los años 20 fue alcalde de Astorga y tiene el récord del corregidor más joven de la ciudad. Ahora la calle, además del jubileo escolar, tiene el de la oficina de Hacienda, menos gozoso, pero obligatorio.

La calle se llama del Carmen, por la capilla que, dedicada a esta advocación mariana, existió en la esquina que hace el jardín episcopal. Es de suponer que, aprovechando las obras que allí se realizan ahora, se lleven a cabo prospecciones arqueológicas, para con ello conseguir nuevas luces sobre la zona.

Según D. Angel Sanromán sobre 1.874 la capilla se arruinó; la imagen de la Virgen se trasladó a San Julián y cuando esta parroquia se cerró, pasó a la de San Bartolomé. Poco después el solar se incorporó al Seminario.

Pero es que allí estaba la capilla de San Adrián, un santo local, ermitaño se dice, cuya fiesta se celebra el 16 de junio, santo de ermita y cofradía, fundada ésta allá por el 1.200 por el gremio de cardadores; la primera cita es de 1.224, pero se supone que la capilla ya existiera en honor de San Adrián, de cuya vida nada se sabe.

Uno de los altares de esa cofradía se dedicó al Carmen y al desaparecer la cofradía de San Adrián, se impuso la devoción mariana, si bien el 16 de junio de 1.780 la cofradía de San Feliz que había absorbido a la de San Adrián, tenía misa cantada al santo en esa capilla que ya era del Carmen. Abundan en esa duplicidad documentos de Las Cinco Llagas en los que una de sus procesiones partía de la capilla de la Trinidad, en Puerta Obispo, y por Juego de Cañas llegaba a San Adrián. La primera fusión de la cofradía de San Adrián se efectuó en 1.485 con la de Los Mártires y, posiblemente, desde entonces predominara la nominación del Carmen para la capilla.

En 1.762 el Padre Flórez, siguiendo a Gil González, cita entre los santos astorganos a este Adrián cuyo cuerpo dice duerme en una ermita que está dentro de Astorga. Al parecer este santo tuvo gran predicamento para curar enfermedades diversas y eran muchas las personas que acudían en demanda de su ayuda. En el año 1.580, al parecer, se abrió la sepultura y su cuerpo apareció incorrupto, lo que motivar¡a aún más devoción, que poco a poco se fue perdiendo. Indica Gil González que no se debe confundir este Adrián con el de Nicomedia, mártir; este astorgano, ermitaño o monje, debería ser de la tierra por la tradición que de él queda.

Tal es así que su efigie en escayola, como las de Santa Marta, San Vidal y San Feliz, adorna una de las pechinas de la parroquia de Santa Marta, en sustitución de los tradicionales Evangelistas; y por santos astorganos se tienen a los otros tres como a San Adrián, aunque solamente permanezca la devoción a Santa Marta, por su patronazgo de la ciudad.

Ni San Román o Matías Rodríguez a principios de siglo; ni en la actualidad historiadores como Quintana Prieto o Miguel Angel González, siempre interesados por lo astorgano han conseguido descifrar datos biográficos de San Adrián. Sin embargo, sería sumamente interesante saber qué relación podía tener con el cultivo del lino, o mejor dicho con su proceso, toda vez que el gremio de los cardadores fundó la cofradía con su nombre, y a su patronazgo se acogieron éstos, pudiéramos decir, artesanos que tanta raigambre tuvieron en Astorga, o en el vecino pueblo de San Justo, donde en el lenguaje popular hace unas cuantas decenas de años se decía aquello de yera de San Justo, yera cardador.


 

Calle de Gabriel Franco

Mola más capitán general. As¡ rezaba hace unos años una pintada, no me gusta decir grafitti o como se escriba, en la fachada de lo que ahora es el Pub Chisco; la alusión era clara y directa; hasta hace unos años la calle se llamó del General Mola, bautizo que se efectuó con el régimen franquista para ensalzar a personajes de la época, vencedores por supuesto, en aquella incivil confrontación.

Quede sentado desde un principio que a este astorgano no le satisfacen, en absoluto, las obras que se están acometiendo en esta calle. Hace años, al descubrirse el enlosado de la misma se proyectó la manera de preservar aquellos restos romanos, se les puso una capa protectora enarenada y se habló de que en un futuro se buscaría la manera de que se incorporaran a la vida ciudadana, se dejaran al descubierto para solaz de turistas y nativos; rescatar cuanto se pudiera del mismo, peatonalizar la calle y promocionar el turismo con el añadido de la basílica; eso sería lo idóneo. Que desde el Ayuntamiento se presente como excusa la falta de dineros se entiende, pero tal vez sería mejor acometer las obras por fases. Pero estas disquisiciones viario- turísticas dejémoslas para otra ocasión; las líneas de hoy van dedicadas al suelo, no al subsuelo. Y la calle ahora se llama de Gabriel Franco.

Fue un gol (de penalti) que Perandones metió a la oposición; sabiendo que el cambio del callejero era muy problemático, por las implicaciones políticas que podría conllevar, se le ocurrió la argucia del nombre anterior; y as¡ en el pleno la propuesta era dar el nombre de Gabriel Franco a la antigua calle San Julián, sin mencionar al general Mola para nada. El gol entró.

De la plaza San Julián al entronque de Manuel Gullón, Prieto de Castro y San José de Mayo, no es una calle muy larga pero sí es amplia en su contexto ciudadano. Pensemos que en el subsuelo alberga esa calzada romana y más debajo la red principal del alcantarillado de la vieja Astúrica, todavía en servicio y pregonando las excelencias constructivas de aquella época. Ambos indicios nos pueden hacer suponer que estamos ante la vía principal de la ciudad romana, lo que ellos llamaban cardo; los arqueólogos son los expertos en esta materia y ellos tendrán que decir la última palabra. De esa importancia romana debió quedarle la solera y el nombre para denominarse en la Edad Media Rúa Antigua, conservado en el segundo tramo hasta este mismo siglo. En fecha que no podemos determinar esta zona que hoy nos ocupa pasó a llamarse calle Pastelería y después de San Julián por dirigirse a la parroquia titular de este santo, hoy Santuario de Fátima.

Fue calle por la que accedían a la ciudad los no muchos peregrinos que llegaban por el Camino del Sur, la Vía de la Plata, y en la que uno en sus ya demasiados años recuerda la peluquería de Pedro quien alternaba su trabajo con el rasgueo de la bandurria o aplicaba aquel crecepelo, a base de cicuta, de resultados extraordinarios. Enfrente La Concha, mesón de solera, de amplio corralón para las caballerías en día de mercado y mesas corridas en la cantina donde los callos, el pulpo, el bacalao o el congrio tenían sus dominios. Calle que olía a cuero de la guarnicionería que fue del Valenciano, a los tintes naturales de una casa sucursal de Val de San Lorenzo o a los fideos del racionamiento que Falo fabricaba en aquel caserón un día convertido en cine. Otros bucear n m s en el recuerdo, como el pasmo que me produjo hace poco la memoria de ese pozo de sabiduría que es Ricardo Trabajo; es la memoria de los casi noventa años mejor llevados. Por las entrañas de esta calle corren, no solo, los detritus de la ciudad en su alcantarillado histórico; corre buena parte de la historia, la intrahistoria de Astorga con el sueño de esas lajas viarias y camineras. Por eso, ahora, sería interesante recuperar esa memoria y no dejarla de nuevo soterrada.

Al parecer no puede ser por imponderables económicos, pues presumimos y presuponemos no existan otros; y as¡ hemos de conformarnos con unos efímeros renglones que, acaso aunque estamos en época de otros papeles, vayan a envolver algún bocadillo, o a parar a esas mismas cloacas, con menester menos noble.

Gabriel Franco

Algún día habrá que reproducir en este espacio una de las astorganerías de Alonso Garrote en torno a la nominación de las calles; desde aquí se ha abogado por no caer en la tentación de los cambios, a no ser que la calle se haya dedicado a quien no tiene nada que ver con la historia, menuda o grande, de la ciudad; es conveniente obviar los nombres de los políticos por razones de todos sabidas; aunque el paso del tiempo da tiempo a recapacitar y así nadie en Astorga cuestionaría que las calles se llamen de García Prieto, Manuel Gullón o Corregidor Costilla; como muy pocos cuestionarán ya la de Gabriel Franco, más cercano y por ello, quizás, aún con memorias de enfrentamientos políticos y más tarde sangrientos que nunca debieron suceder.

Porque (no miremos el color político como no hay que mirar el de la piel) un ministro del Estado, se diga lo que se diga, es mucho cargo y pocos pueblos, o ciudades, con los habitantes de Astorga pueden vanagloriarse de haber tenido en el transcurso de un siglo hasta tres ministros, amén de la jefatura del Gobierno de García Prieto. Entre esos ministros está  Gabriel Franco, titular de esta calle que se llamó (ya lo hemos escrito) Rúa Nueva, Pasteler¡a, San Julián y General Mola; de él hay que ofrecer hoy unas breves pinceladas biográficas.

En octubre de 1.997, se cumplirá  el centenario del nacimiento de Gabriel Franco López, en la casa número 9 de la calle Rúa Nueva, hoy P¡o Gullón, casualmente nacido en esa misma calle y también uno de esos ministros astorganos. Su padre, Domingo, natural de Rabanal del Camino, joven y afamado médico en Astorga, murió cuando Gabriel contaba sólo dos años de edad, por lo que su madre se trasladó, con el niño, a Madrid, al lado de un hermano sacerdote. Después de estudiar el Bachiller, se licenció en Derecho por la Universidad de Madrid de la que fue profesor auxiliar varios años, durante los cuales pasaba largas temporadas en Alemania y Francia ampliando sus estudios en las especialidades de Ciencias Económicas y Sociales. Las universidades de Tubinga, Berl¡n y París conocieron las inquietudes del joven astorgano que a los 30 años logró la cátedra de Economía Política y Hacienda Pública de la Universidad de Salamanca, de donde se trasladó a la de Murcia (recojo datos facilitados por la familia y Dori Mures a través del Congreso de los Diputados. Mientas la familia dice Salamanca-Murcia, en el Congreso es Murcia-Salamanca. También en el Congreso se confunden al ponerlo antes como profesor en Puerto Rico siendo éste su último destino).

Tenía ya 33 años cuando se interesó por la política al advenimiento de la República, haciendo sin embargo una carrera meteórica, pues de inmediato fue designado Consejero del Banco de España y Gobernador del Banco Exterior; seguidor de Azaña y su Acción Republicana, fue diputado constituyente por la provincia de León y formaba parte de comisiones de economía y agricultura. Con Azaña fundó Izquierda Republicana y él era la cabeza visible del partido en nuestra provincia al lado del prestigioso veterinario Félix Gordón Ordás, detrás de quien se presentó Gabriel a las elecciones de febrero del 36; tras las mismas Azaña, encargado de formar Gobierno, designa al astorgano ministro de Hacienda. Contaba Gabriel Franco 39 años; en esa fecha el Ayuntamiento astorgano celebró el nombramiento con la Banda de Música por las calles y acuerdo municipal de dedicarle una calle, acuerdo que se demoró cincuenta años.

Finalizada la guerra, el exilio lo encaminó, como a tantos otros, hacia Méjico en cuya Universidad impartió clases de Economía sobre Finanzas Públicas, su gran especialidad, a la vez que era gerente de la Sociedad de Fomento Económico Mejicano.

La altitud de Méjico era poco beneficiosa para la salud de Gabriel, y por los años cincuenta decide trasladarse a Puerto Rico, en cuya universidad de R¡o Piedras desarrolló su labor docente hasta su jubilación. En esta universidad coincidió con otros dos españoles, uno exiliado forzoso y el otro voluntario, ambos profesores en la misma; son ellos Juan Ramón Jiménez y el astorgano Ricardo Gullón con quienes, naturalmente, intimó, sobre todo con su paisano, unos años más joven que él. De Gabriel diría Gullón que ...era bondadoso... atractivo, un hombre que estimulaba a las jóvenes y hac¡a suspirar a las maduras". Este astorgano suspiraba por venir a su Patria y al fin pudo hacerlo en 1.967 después de un largo exilio; jubilado en sus tareas docentes, en 1.969 regresó definitivamente a España falleciendo el 21 de enero de 1972.

Entre sus numerosos escritos y obras hay que destacar las tituladas Elementos de Hacienda Pública y La Historia de la Econom¡a. Este fue nuestro ministro al que se tardó 50 años en homenajear y dar su nombre a una calle de la ciudad. Gabriel Franco López.


 

Calle de Los Sitios

De ser una calle anodina, paso obligado de algunos canónigos camino del coro, con el turismo se ha convertido en el eje mayor de la ciudad, comercial por excelencia y tránsito obligado de visitantes en la ruta turística.

De reciente nominación, esta calle astorgana, que sepamos, solamente ha tenido, en los últimos siglos dos nombres: el actual de Los Sitios, y el de Santa Marta, en honor de la patrona, el cual mantuvo hasta mediados de los años 50. Cuando se llevó a cabo el traslado del monumento del León y el Aguila, desde Obispo Alcolea a Santocildes, se procedió al cambio de nombre, uno cree que con buen criterio; regía la alcaldía de Astorga, D. José Fernández.

Calle de Santa Marta que iniciaba su andadura en lo que fue la Plazuela de La Laguna, también del Villar y más tarde del Progreso; la librería de este nombre, todavía, nos recuerda tal nominación y el intenso intercambio de las novelas de M.L. Estefanía, en las que no quedaba vivo ni el bueno.

Santa Marta finiquitaba, como hoy Los Sitios, en lo que se llamó plazuela del Deán, donde se asentaban edificios del Cabildo Catedralicio, cuya desaparición dio como resultado la actual Glorieta Eduardo de Castro. Algún tiempo siguió su curso por la margen izquierda hasta la parroquia, pero con el nuevo callejero la patrona de la ciudad se quedó con un mínimo tramo de vía ante la iglesia titular, con solo dos números a cada lado.

Se recuerda esta calle con aquel intenso olor de la guarnicionería de Mateo Tagarro, frontera a un almacén de vinos, con grandes cubas, o el garaje de bicicletas de Secundino, ambos en las famosas casas de Miguélez; en tal garaje por un módico precio, los estudiantes alquilábamos la bici para las excursiones vespertinas a la Forti o San Román.

Está el recuerdo, semiarruinado, del palacete que habitaba el comandante Unceta, profesor de Química en el Instituto o la casa-consulta del dentista Zamarreño, en la que, la larga prole siempre acogía a numerosos amigos y compañeros de estudios para realizar serios, y a veces comprometidos, experimentos.

Pero sobre todo, esta calle se distinguía y caracterizaba por aquel modernista edificio que fue el Grupo Escolar, el primer centro público de enseñanza de Astorga que tenía cierta entidad. Fue construido, precisamente, con motivo de la conmemoración del primer centenario de Los Sitios con dineros, en un 60% aportados por el Estado, según acuerdo que habían adoptado aquellas Cortes de Cádiz, como compensación a los muchos daños sufridos en la contienda; tardaron cien años de donde, jocosamente, debe venir aquel refrán de que "no hay mal que cien años dure"; a la escuela se añadieron algunas obras en las murallas, el monumento y otras pequeñas gabelas. Pena fue que en una malísima gestión en la que se implicaron ministerio y municipio, aquel bello edificio se destruyera para construir ese otro anodino y disparatado que fue el Instituto, ahora semivacío. En la fotografía se aprecia la estructura y singular belleza del Grupo Escolar, cuando las obras se daban por finalizadas en 1.910, siendo Alcalde y Presidente de la Junta del Centenario Federico Alonso Garrote. Muchos astorganos recuerdan el paso por sus aulas, y con alguno de sus maestros, como D. Angel Murias, nos podrían contar infinidad de anécdotas.

De esta calle de Santa Marta partía la que se llamó en la Edad Media, calleja de Santa Marta, que debemos situar en las inmediaciones de la casa que actualmente ocupa la carnicería Inducasa o la inmediata anterior. De tal calleja dicen los documentos que va frontero del espital de Santa Marta a la cerca y muralla de dicha ciudad.

En el siglo pasado el Ayuntamiento vendió la calleja a un tal Fernández Murias quien la convirtió en patio, mientras la ciudad perdió uno de los accesos al paseo de ronda, según cita de Angel Sanromán.

El azulejo que conserva la citada casa de la carnicería, en honor de la patrona de la ciudad, tal vez sea un mero recuerdo de aquel hospital y calleja que guarden la memoria de la Virgen astorgana.


 

Calle de Magín Revillo

En nuestro penúltimo encuentro de los viernes, tuvimos ocasión de glosar la figura de aquel patriarca del periodismo astorgano que fue Magín González Revillo, con motivo de cumplirse el pasado día siete el quinquagésimo aniversario de su fallecimiento.

Magín Revillo, cuya firma tuvo sucesión en su hijo, en su nieto y en su biznieto como periodista de raza, al igual que otro santón del periodismo local, Porfirio López, se hizo acreedor a que el Ayuntamiento le dedicara una calle.

Como inciso hay que anotar que siempre hemos sido reacios a que se rebauticen las calles, por aquello de la permanencia de las mismas y, siempre habrá lugares para nuevas nominaciones. Esa costumbre municipal de desvertir a un santo para vestir a otro tiene como consecuencias enormes galimatías en el callejero. Y aunque ésta es una de las más arraigadas, en la actualidad, con su última nominación, es posible que muchos astorganos estén ayunos de su ubicación. Es la que une la calle de Postas (antes Santiago Crespo, antes Postas, y aún antes de San Antonio) con la actual plaza del Obispo Alcolea, y no por corta es escasa en historia viaria.

Es la calle que para uno va ligada, ineludiblemente, a aquella fábrica de gaseosas y sifones de Florentino Francisco, todo un personaje durante décadas, sabio por naturaleza, filósofo peripatético, artista en el más amplio sentido de la palabra; un humanista en suma.

Porque, ¿quién no recuerda su carro de reparto, primorosamente engalanado, con el trajín diario de cantina en cantina, o en los propios domicilios?

¿Quién puede olvidar a aquel hombre enjuto, eterno portador de boina y su eterna colilla en la comisura de los labios?

Florentino, con su esposa, supo insuflar a toda su prole un amor especial por las Bellas Artes y la Literatura, con las muestras contundentes de Mario y Castorina. Aquella sala de trabajo familiar, en la que al paso se vislumbran los medallones de personajes inmortales siempre estará en mi recuerdo infantil. La semilla de Florentino fructificó abundante y como en la parábola dio el ciento por uno.

Calle corta, sí, pero con historia larga, porque hasta este su último bautizo se llamó de La Tahona. Hacía referencia a la panadería que ocupó su esquina sur con vuelta a Obispo Alcolea, y que en sus últimos años fue propiedad de la familia de los poetas Juan y Leopoldo Panero.

De antiguo le puede venir el nombre aunque no siempre lo ostentara, pues ya por el año 1.410 un clérigo de la localidad cepedana de Banidodes, llamado Lope Pérez tenía una casa en arriendo en La Laguna. Aquí otro galimatías callejero, pues esta plaza de La Laguna se llamó en algún momento del Villar y del Capitán Rojas y unificó su nombre con el de Progreso al aliminarse los edificios centrales.

Pues bien, al citarse la casa del tal clérigo cepedano a La Laguna se dice que está cerca del forno, y en 1.433 se indica cabe el forno; oséase la tahona o el horno de pan que en su momento dio nombre a la calle, ahora de Magín Revillo.

Calle ésta en la que Matías Rodríguez y Angel Sanromán sitúan por la Edad Media uno de los muchos monasterios astorganos, el de San Isidoro, que ya el Padre Flórez lo cita de pasada en su España Sagrada. Rodríguez da solamente el dato, mientras Sanromán anota que San Isidoro está en la calle La Tahona, detrás de la casa de la Torre.

Y aunque no podamos especificar fechas concretas, que habrá que rastrear en archivos, tiempo hubo en que esta calle se llamó de la Gata, así como de San Aquilino. Pequeña pero larga.


 

Manuel Gullón, calle de imprentas y periódicos

Mañana quedarán inaugurados, oficialmente, talleres y oficinas de EL FARO en una calle emblemática para la prensa y la imprenta en nuestra ciudad.

La historia de la prensa en Astorga, ha sido bien expuesta en libros y artículos por los hermanos, y amigos, Carro Celada. Sin embargo, la historia de la imprenta, y sus vicisitudes, apenas si ha tenido algunos escarceos y pocos se han decidido a abordarlo. Estas líneas quiero que sirvan, solamente, de acicate para que algún joven astorgano se lance a ese trabajo que, sin duda alguna, será reconfortante; líneas, por otra parte, que dedico a nuestro periódico como felicitación ante la fiesta de su patrono, San Francisco de Sales, y naturalmente por esta efemérides de inauguración de nuevos locales que en definitiva es síntoma de una buena salud y asentamiento definitivo por aquello de que a la tercera va la vencida. Serán unos apuntes acelerados, siguiendo, sobre todo, las dos escasas páginas que a ello dedicó don Matías Rodríguez, y algún que otro escarceo.

El autor de la Historia de Astorga, remonta la primera imprenta en nuestra ciudad en 1545 cuando, según el autor zamorano Fernández Duro, el impresor Agustín de Paz pasa de Zamora a Astorga; imprime aquí una tanda de misales y otros libros pero en 1550 ya está en Mondoñedo, también al servicio, casi, del Obispado.

En 1561, otro impresor astorgano, Antonio de la Calzada, contrata con el obispo Sarmiento nada menos que mil misales.

Bravo Guarida en su obra La imprenta en León cita al impresor astorgano, Pedro Cousín en 1577, quien por su apellido se nos antoja de origen francés; y finalmente en 1624 se imprime en Astorga un trabajo de Messía de Tovar. Seguramente que hay mucho más.

Y de esta manera nos quedamos a oscuras entre la imprenta hasta mediados del siglo XIX. El Boletín Eclesiástico del Obispado, que hay que considerar como la primera publicación periódica de Astorga, comenzó a imprimirse en 1852 en la Imprenta de Gullón, Prieto y Compañía, que poco después pasaría a ser de D. Antonio Gullón, sin compañía alguna, y en la que se editó aquel primer periódico-semanario El Maragato, en 1870. Después van surgiendo imprentas como la de López, Fidalgo, Revillo, Sierra y Ortiz; con la de Angel Julián hacían seis y algunos años convivieron tantas; José A. Carro las sitúa en 1916.

CALLE MANUEL GULLÓN

Pero yo quería destacar la impronta de esta calle para la imprenta. En los números 5 y 7, cuando aún se llamaba Rúa Nueva, estaba la imprenta de López que en 1873 saca a la luz la primera edición de la Historia de Astorga; en 1897, tal vez antes, se llamará Viuda e hijo de López y en 1906, aunque antes también, Establecimiento Tipográfico Porfirio López, hijo del anterior López y su viuda, y padre del maestro de periodistas y escritor López Sancho; a Lorenzo habría que reclamarle que nos dejara una biografía de su padre y de su imprenta para la pequeña historia de la ciudad. Pues este Porfirio entre otras muchas publicaciones, aparte de los periódicos, editó el Episcopologio de don Pedro Rodríguez en 1906, la Beneficencia de Sanromán en 1908 o la segunda edición de la Historia de Astorga en 1909.

Por los años 14, los hermanos Domingo y Gregorio Sierra, instalan imprenta y se asientan en esta calle, primero en el número 14, donde ahora está Muebles Lois y pronto pasan al número uno, donde permaneció hasta hace bien poco; ya se llamaba la calle de Manuel Gullón; aparte de periódicos, Sierra también publicaba libros, valiendo como botón de muestra el ya mencionado en estas mismas páginas Entre Brumas de Pepe Aragón, por el año 1921.

Por aquello de la independencia familiar, por los años 50, en la esquina de Manuel Gullón con Modesto Lafuente, surge la Imprenta Cuiñas, la más conocida para nosotros; yerno de Domingo Sierra, el bello rótulo en porcelana, con la Cruz de Santiago, pregonaba la patria chica de Cuiñas que por ahí anda y deseamos ver muchos años.

Con aquellas imprentas de Manuel Gullón competían la de Revillo, en Santiago Crespo, más entregado a la prensa, pero haciendo sus pinitos editoriales y al igual que la de Fidalgo llegaron a crear sus respectivas bibliotecas.

En la de Fidalgo entre otros y como curiosidad citaremos un libro de 1903 de un título tan largo como éste: Lecciones de Artimética y Sistema Métrico, para que puedan servir de texto en las escuelas de primera enseñanza, de uno y otro sexo. Por Primo Primero Blanco, maestro que fue de la primera escuela pública de Sahagún y hoy del Hospicio Provincial de Astorga. 11 edición.

Desaparecidas pues las imprentas de Manuel Gullón, llega EL FARO, y aunque no coincida físicamente, tendrá el mismo número que su antecesor, el 5, quedando emparedado con los talleres de Sierra y Porfirio López.

Claro que la tradición gráfica astorgana ha seguido en nuestra ciudad de la mano de Nené y Gráficas La Comercial que fundara el recordado Saturio; con Aparicio en la calle Matadero Viejo, o con el recuerdo ya de Zumeta; pero es otra historia. Yo, solamente, quería dejar constancia de la tradición de esta calle para la imprenta, y felicitar a EL FARO por este estreno.

Publicado en El Faro Astorgano en enero de 1998


 

Calle Mártires de Somiedo

El nombre de esta calle astorgana (el cual completo es Enfermeras Mártires de Somiedo nos retrotrae a unos hechos y unos tiempos que tenemos que olvidar, por sangrientos y fratricidas; sin embargo, no será malo que alguna vez los tengamos en la memoria para que no volvamos a caer en el mismo error. Por eso nos ha sorprendido que se pasara el quincuagésimo aniversario de la muerte de tres jóvenes astorganas y que nadie, absolutamente nadie, tuviera el más leve recuerdo.

Hoy en este nuestro deambular vamos a transitar por ésta que casi no es calle. En realidad y hasta que no se le dio esta dedicación ni nombre tenía, estando anexionada a la también exigua plazuela de la Aduana. Antes, y documentos hay en la Edad Media, para los de intramuros era la calle que va a Puerta de Rey; y para los del exterior se nominaba la calle que lleva a La Laguna, porque as¡ se llamó en algún tiempo parte de lo que hoy es la plaza del Obispo Alcolea. Claro que esa falta de nominación se debería a su cortísima extensión; dos números por la margen derecha y uno por la izquierda era todo su bagaje hasta lo que en sí era la Puerta del Rey; cuando ésta desapareció, en el siglo pasado, se amplió con las casas extramuros, y aún así es bastante mermada.

Fue, sin embargo, ésta la principal entrada de la ciudad, que hasta su nombre lo atestigua; de ella nos quedan dos testimonios gráficos, que difieren totalmente, lo cual se puede entender por los dos siglos que separan al uno del otro. Los dos, no obstante, parecen reales y en ambos casos hemos de pensar que los autores nos estaban retratando una ciudad que ellos tenían delante a la hora de plasmarla.

Del siglo XVII en ese magnífico cuadro (del que hay bastante escrito y por ello nada vamos a decir aquí) que se alberga en la capilla de Nuestra Señora de la Majestad, de nuestra catedral; representa, como todos saben, la procesión de acción de gracias por el milagro de dicha advocación mariana al salvar a unos operarios de San Román de la Vega cuando quedaron sepultados al derrumbarse un pozo que construían. Si el autor no idealizó la muralla, que es lo m s probable que no lo hiciera, entonces tendríamos en la Puerta del Rey una más que magnífica entrada, de acceso a la ciudad; fortificada por sendos tubos los cuales estaban rematados con barbacanas; y sobre la puerta un gran escudo con las armas de los marqueses de Astorga. Era, hay que pensar, la ciudad de aquella época como así nos lo demuestra la vista de la catedral, gótica ya en su  ábside, pero aún con las torres románicas del anterior templo; se estaba en plena tarea constructiva.

La Puerta del Rey, en el segundo testimonio, un grabado inserto en la página 150 de la Historia de D. Matías Rodríguez, es ni siquiera un remedo de la anterior; ahora es casi un simple portillo, sin cubos, sin escudo y sí con almenas. Las torres catedralicias son ya las nuevas, una sin rematar y se adivina, perfectamente, a Pedro Mato en lo alto. El paso de los siglos ¿trastocó tanto el perfil de la muralla? As¡ habrá  que creerlo, pues ambos autores merecen esa credibilidad, al menos por nuestra parte, y hasta que no se demuestre lo contrario.

En esta calle, según Martín Fuertes, estaba emplazado, en la Edad Media, el peso que controlaba el trasiego de granos y harina desde los molinos del r¡o de las Molderas. Y a hora prima el cuidador concejil de los puercos los recogía para sacarlos a los pastos.

Entrada de Puerta de Rey que, como las demás, se desmanteló en parte, se abandonó absolutamente, y ahora ha quedado reducida a la nada.

Y aquella casi no calle, que se decía lleva a Puerta Rey o que va a La Laguna pasó a ser calle Enfermeras Mártires de Somiedo. Se quiso dejar así constancia y recuerdo de las tres jóvenes que en los primeros meses de la contienda más incivil que se puede dar, fueron víctimas de las circunstancias. Se llamaban Octavia, Pilar y Olga; fueron como voluntarias de la Cruz Roja y en el Puerto de Somiedo dejaron sus jóvenes vidas. Las Hijas de María como recuerdo, colocaron en la capilla de la Inmaculada, de San Bartolomé, un memorial en mármol, que reza as¡: Las Hijas de María suplican una oración por sus compañeras de Astorga. Octavia Iglesias Blanco, Pilar Gullón Iturriaga, Olga P. Monteserín Núñez. Damas enfermeras de la Cruz Roja que sucumbieron por Dios y por España fusiladas, vilmente, en Somiedo. Octubre de 1936.

Cuando las circunstancias lo permitieron, pero aún en plena contienda, en enero de 1.938, sus restos fueron rescatados y trasladados a Astorga; la catedral fue el destino de los mismos instalándolos en la capilla de San Juan, con un sencillísimo, pobre y hasta feo monumento.

Y como dato final curioso que muchos astorganos no sabrán, Concha Espina, la autora de la Esfinge Maragata, escribió y publicó ese mismo año de 1.938 una obra titulada Princesas del martirio como homenaje a las tres astorganas. También hay que decirlo, quizás sea la peor obra de la insigne escritora.


 

 

Calle de Matías Rodríguez

Nacido en 1.828, don Matías falleció el 1 de abril de 1.910; en su Historia de Astorga nos cuenta que se estaba construyendo el Grupo Escolar, con motivo de las fiestas del Centenario de los Sitios, lo que a él le produciría una íntima satisfacción. No pudo inaugurar el Grupo y no pudo ver las celebraciones. Astorga le honró como se merecía su Cronista Oficial y, además, le dedicó una calle; precisamente la que él más frecuentaba, pues en el edificio que hoy ocupa la Academia de Música impartió durante muchos años sus clases; hasta los años sesenta de esta centuria aún se albergaban allí un par de unidades escolares donde enseñaba doña Mercedes, esposa de don Juan Seco, dos dignos sucesores de aquel patriarca de la enseñanza astorgana.

Pero es que había otra razón, de más peso si cabe, para dedicarle esta calle; la casa número tres de la misma, hoy totalmente arruinada, era la vivienda propiedad de nuestro personaje; todavía, ahora, se pueden contemplar en el enrejado superior de la puerta de acceso las iniciales de su propietario; una eme y una erre, ambas mayúsculas, nos dejan bien a las claras quien residía allí: don Matías Rodríguez.

Hasta que se dedicó a este insigne Maestro, la calle se llamaba del Arco, sin que sepamos de otras denominaciones anteriores, que pudo tenerlas. Hay que tener en cuenta que, hasta la reforma y ampliación de la Casa Consistorial, llevada a cabo en los años 90 del siglo XIX, cuando se construyó el actual salón de sesiones y toda la zona que desapareció en esta última década de los 80, incluida la escalinata, lo que hoy es calle de Manuel Luengo no existía. La calle del Arco, ahora Matías Rodríguez, llegaba al mismo Ayuntamiento, lo atravesaba hasta su puerta principal, por la que tenía su comunicación directa con la Plaza Mayor; lo que nos hace suponer que dichas puertas no se cerrarían nunca para permitir la libre circulación por el pasaje.

Detrás de la puerta de la izquierda del Consistorio, el curioso que lo desee, todavía puede contemplar una cartela de piedra con la leyenda calle del Arco, como testimonio fidedigno de lo que aquí se afirma; este arco de entrada a la Casa Consistorial, se supone que fue el que dio nombre a la calle; por tal teoría me inclino, aunque algún autor ha querido entroncar este apelativo con el arco de acceso a la ciudad por Puerta Sol, a donde conducía y conduce dicha calle; si es más lógica la referencia al arco de la Casa Consistorial, tampoco hay por qué descartar la otra razón, de la que sin embargo, no tenemos, hasta ahora, suficientes pruebas.

Ha sido esta calle del Arco, aunque retirada, muy frecuentada siempre; ahora la Biblioteca, la Academia de Música y el Albergue de Peregrinos le dan entidad suficiente para mover el personal; amén de su invasión automovilística, debido a la ORA, que la ha convertido en un aparcamiento permanente.

No hace ni cincuenta años también era muy concurrida; recordemos si no la Escuela Primaria ya citada que daba un contingente de al menos 80 niños; recordemos el Hospicio, reconvertido más tarde en colegio de Sordomudos, ambos centros con una matrícula elevada; y aún siendo Hospicio sostenía ciertas aulas dedicadas a la enseñanza de los niños de la ciudad a las que acudieron muchos astorganos que aún viven, así como en tiempos de don Matías, según nos lo atestigua en su Historia de Astorga; era, pues, el edificio del Hospicio, que ocupaba todo el solar que ahora está en excavaciones y la actual Biblioteca la obligada referencia de esta calle y al que algún día habrá que dedicarle unas líneas en esta sección por lo que supuso como centro de acogida y de enseñanza.

Acertada estuvo la Corporación astorgana que dedicó esta calle al insigne pedagogo e historiador; corporación de la que se debe tomar ejemplo si es que algún día se llega a actualizar el callejero, aspecto que tanta falta está haciendo.

Aparte de esta calle y de sus obras, siempre ejemplares, tenemos la memoria de don Matías en una lápida que en los años 80 se colocó en la pared del cementerio, a la derecha de la entrada, y detrás de la cual se hallan recogidos sus supuestos restos mortales al eliminar la sepultura originaria. La verdad es que mejor lugar se merecían.


 

Plaza del Obispo Alcolea

Hasta siete nombres podemos rastrear en esta plaza astorgana de primer orden, entrada principal de la ciudad y rompeolas de las comarcas. Lugar de citas y punto de referencia para astorganos y forasteros en numerosas ocasiones. Su estratégico emplazamiento; el haber sido parada de la línea más emblemática y astorgana de autobuses (primero San Pedro y después Salvador); ser parada de taxis; asentamiento del quiosco por excelencia y lugar de las castañas de Riancho, son motivos suficientes para su popularidad. Aparte se podría citar la Mercantil Agrícola de Santiago Herrero (aún existente), la confitería de Valeriano, el bar El Cepedano, la carnicería del Pregonero o la Telefónica, símbolos que ayudaban a su identificación.

Pero no siempre fue así, físicamente, esta plaza. En ella nació D. Marcelo Macías antes de mediar el siglo pasado, en la casa que da vuelta a Lorenzo Segura, y no era el actual el paisaje que él contemplaba oteando la Catedral. En su centro (dice D. Matías Rodríguez) había siete casas y una panera, de lo cual resultaban dos plazas; más bien dos plazuelas. La primera llamada del Carbón porque en ella se vendía el carbón de brezo, traido de la Cepeda Alta y de la Alta Maragatería el menos, tan usado en la ciudad hasta los años 50; la parte sobre la catedral era la Plazuela del Villar que en un tiempo se llamó del Deán como la del Carbón fue bautizada con el nombre de Capitán Rojas, dedicada a algún miembro de esta conocida familia astorgana, hoy desaparecida, sin que sepamos los méritos del tal capitán para que fuera incluido en el callejero de su ciudad.

También la del Villar en algún momento se llamó de La Laguna, creo que más que por haber tal laguna en ella, porque la panera que hemos citado era del señor de Lagunas de Somoza, a donde los renteros acudirían a dejar buena parte de sus sudores una vez finalizada la cosecha.

De la amalgama de esos nombres: Carbón-Capitán Rojas-Villar-Deán-La Laguna surge en el siglo pasado un solo nombre y una sola plaza. El Ayuntamiento decide embellecer la ciudad, ensanchar la plaza y dar modernidad a la calle que, con los años, pasará a ser eje fundamental del casco urbano, la calle Santa Marta, hoy de Los Sitios. Se acordó el derribo, previas indemnizaciones, de las siete casas y la panera y el resultado final fue la Plaza del Progreso, nombre mas que acorde con la centuria decimonona. Dicen que allí se instaló una fuente artística, monumental le llamaban, que se trasladó del Jardín y que, al parecer, en 1.910 se llevó al Jardinillo, de donde en los años 70 se retiró en mala hora; menos mal que los Hermanos Holandeses, tan prácticos ellos, la recuperaron y hoy podemos verla en Cosamai. Era fuente muy apropiada para una plaza llamada Progreso, cuyo recuerdo aún permanece con la librería que lleva ese nombre.

Llegó 1.910; con él llegaron las conmemoraciones del Centenario de Los Sitios y el monumento conocido como del León y el Aguila desplazó a la fuente monumental, mientras la conmemoración napoleónica hubo de viajar por mor de otra remodelación, en los años 50, a la plaza de Santocildes. Pasados no más de dos años de aquel acontecimiento cultural, el Obispo Alcolea, gran promotor del mismo, es trasladado a Salamanca y después al arzobispado de Santiago. El Ayuntamiento decidió incluir su nombre en el callejero y ningún lugar mejor para ello que la plaza donde campeaba el monumento de nuestras glorias y derrotas guerreras. Y así la plaza de los seis nombres pasó a tener el séptimo con la denominación de Obispo Alcolea.

Bien merecida se la tenía, pues en ocho años escasos en Astorga preparó una auténtica revolución cultural, social y aún política, reflejada esta última faceta en su famosa pastoral de 1.907, titulada "Los partidos políticos".

Si en el orden cultural promocionó el Centenario y otros aconteceres, en el social destacó aún más si cabe, al ser un gran impulsor de los Círculos Católicos de Obreros y al de Astorga lo dotó del edificio por tal conocido, más tarde llamado Cine Asturic, en la calle Rodríguez de Cela. Con el apoyo del insigne maragato, Matías Alonso Criado y del que fuera más tarde general Cabrera creó Cajas Rurales de Crédito y Ahorro, Cooperativas de Agricultores y Ganaderos, Sociedades de Socorros Mutuos y hasta los famosos pósitos como el de Andiñuela. Como este pueblo pueden dar fe de ese trabajo los de Audanzas, Brime de Sog, Barco de Valdeorras o Puebla de Sanabria.

En la enseñanza, aparte de su gran preocupación por el Seminario propició la llegada de Los Hermanos de La Salle a Puebla de Sanabria en 1.908 y en 1.909 a Astorga; y fundó en La Bañeza el colegio de las Carmelitas cuya renta corría a cargo del peculio del prelado hasta que le adquirió la casa por 25.000 pesetas. La plaza a la que se asoma este colegio bañezano, lleva, cómo no, el nombre de este obispo.


Plaza del Obispo D. Marcelo

Desde hace medio centenar de años, que yo recuerde, sólo tres calles se han dedicado en Astorga a personas vivas. Esta plaza a D. Marcelo, la que era travesía del Angel a D. Luis Alonso, nuestro Cronista y la de nueva creación al escultor Marino Amaba.

Bien merecida se tenía D. Marcelo esta distinción, pues en los cinco escasos años que rigió la diócesis astorgana llevó a cabo una labor ingente. Nacido en 1918 en el pueblecito vallisoletano de Villanubla, cursó sus estudios eclesiásticos en el seminario de Valladolid, primero, y en el Comillas después, donde se licenció en Teología en el año 1940. Inmediatamente, finalizados sus estudios, retornó a la capitalidad de su diócesis y desde el año 41 hasta que fue designado obispo de Astorga, desarrolló en Valladolid una amplísima labor pastoral y docente en la propia diócesis y con especial incidencia en el  ámbito universitario; hay que recordar que dirigía aquel mítico colegio universitario llamado San Juan Evangelista, donde desarrolló sus dotes organizativas en todos los aspectos; además, desde 1947 hasta su venida a Astorga, impartió clases de religión a la Universidad.

Aquellos últimos años destacaba la personalidad de D. Marcelo, sobre todo, por sus encendidas homilías sociales en la misa dominguera de la catedral; misa que llegó a ser punto de concurrencia de estudiantes inquietos que se congregaban allí para oír sus pláticas que a más de cuatro levantaban ampollas. Uniendo su labor en los barrios de San Pedro Regalado, los Pajarillos o España, aquel verbo sabio y justo de D. Marcelo se estaba haciendo incómodo en la sociedad vallisoletana, lo que le costó alguna regañina. Un obispado en una diócesis humilde, de poca categoría, podía ser la solución y su alejamiento de aquel púlpito catedralicio; y as¡, en 1961, con sus 43 fogosos, un 19 de marzo, cuan do aún se celebraba San José‚ como mandan los cánones, lloviendo que Dios tenía agua hizo su entrada en Astorga; no hace muchas semanas él mismo lo recordó en nuestra ciudad. Aquella lluvia debió ser premonitoria de buenas cosechas, porque su corto pontificado fue fructífero. Tuvo tiempo hasta de enfrentarse, junto con otras autoridades provinciales a aquel escritor berciano, Ramón Carnicer, por su obra Donde las Hurdes se llaman Cabrera. No es este el lugar para juzgar si hubo o no error en aquel enfrentamiento; el tiempo ir  dejando las cosas en su sitio.

Lo que sí hizo D. Marcelo fue dar un vuelco total a la diócesis, que se hallaba anquilosada por los obispados anteriores; el Dr. Mérida se había preocupado más de asuntos políticos y monseñor Castelltort no pasó de ser un excelente párroco, un mosén bonachón, con escasa capacidad organizativa.

Se negó, en redondo, a las indicaciones del Nuncio Antoniutti, de continuar las obras de acondicionamiento del palacio de Gaudí para su residencia y creó el museo de los Caminos. Centró su actividad en el aspecto social, su gran preocupación, y valgan como citas aisladas el colegio Cosamai, los bloques de viviendas de la Majestad, la venida de las Estigmatinas, o la creación de la emisora.

Toda la diócesis conoció sus inquietudes, y la creación de colegios diocesanos, hoy sin sentido casi, eran entonces una necesidad más social que otra cosa.

Aquel carisma que emanaba lo llevó a Barcelona, donde durante seis años tuvo su propio Calvario, un año como arzobispo coadjutor y el resto como titular. Su premio estuvo en el traslado a la sede de Toledo, Primada de España y su ascensión al cardenalato en 1973. Ahora, arzobispo emérito, tiene tiempo para profundizar en sus escritos, que no citaremos aquí porque están en la mente de todos.

El peso específico y categoría humana e intelectual del que fuera obispo de Astorga está ampliamente pregonada. En esta su ciudad, y a pesar de la distancia superior a los 30 años, su recuerdo sigue indeleble. Y esta plaza, la del obispo D. Marcelo, nos lo seguirá recordando.


Calle Obispo Mérida (Puerta Hierro)

El nombre de este obispo astorgano está de moda, estos últimos meses, debido a esa fusión, que se ha hecho a calzador, de los Institutos astorganos, al llevar uno de ellos la nominación de aquel prelado. De él, uno de los más prestigiosos del episcopado asturicense, tendremos en la próxima entrega una semblanza. Hoy habrá que ceñirse a la calle, que por los años 50, fue nominada como recuerdo al obispo que consiguió la restauración del Instituto y, también la cerca del palacio de Gaudí, en un extraño programa denominado de regiones devastadas. Cerca ésta, que en verdad, debería sufrir una reestructuración y revisión, con un acuerdo municipio-obispado, y buscar una solución urbanística más acorde con la actualidad; pensemos, por ejemplo, que una de las zonas arquitectónicas más bellas del palacio se oculta tras ese alto muro, hurtando al viandante la vista de una magnífica poterna.

Mas esta calle, intitulada pomposamente avenida, se llamó siempre Puerta Hierro y, ahora está siendo rebautizada la zona como Puerta Romana, por los restos arqueológicos que en su día dejara al descubierto Tomás Mañanes. Sobre estos restos se asentaba lo que fue casa del chófer del Obispo; casa pequeña pero de bella factura modernista, cuya traza podría, muy bien, haberla firmado Eznarriaga. Su desaparición entró en un bloque negociador entre los poderes civil y eclesiástico para ampliación de la muralla; allí quedó el proyecto y el muñón de la misma, cuando se hablaba, con insistencia de un posible cierre de la muralla, empalmando con el paño del Aljibe. Por lo menos se logró la excavación arqueológica que exhumó la puerta romana, antecesora de lo que fue Puerta Hierro.

Puerta que en la Edad Media sirvió para fuertes disensiones y enfrentamientos entre los poderes ciudadanos establecidos como eran el Cabildo Catedral con el Obispado por un lado y el Ayuntamiento y marquesado por otro; entre tanto los vecinos de Otero, Val de San Lorenzo, Val de San Román, La Carrera. Villaobispo, Pradorrey y Brazuelo estaban obligados a la vela de la puerta cuando ello era necesario. Fue allá por el año 1.576 cuando el marqués, ni corto ni perezoso, en uno de sus arranques de autoridad descerrajó la puerta, la arrancó y ordenó tapiar el vano resultante; el Cabildo que se creía sobre tal puerta y tenía la zona por lugar sagrado, puso el grito en el cielo, planteó el correspondiente litigio con querella criminal, y al año siguiente probó su derecho con una ejecutoria que se había expedido en Valladolid en 1.418.

Desde la época de este pleito a los inicios del siglo XIX, el desmoronamiento de la muralla en esa zona se fue fraguando lentamente; para estas fechas llegaron a Astorga los franceses y Dios y ayuda le costó a Santocildes y sus gentes adecentar los muros por donde las huestes de Junot atacaban con más encono. Aquello fue una escabechina, en todos los sentidos, y desde entonces la muralla desapareció, hasta el punto de construirse sobre la misma la ya citada casita del chófer episcopal; eso por un lado; por el otro, lo que fuera cuartel de la Guardia Civil, antes paneras del Cabildo; o sea que en ambos casos, la Iglesia hizo valer aquel axioma de lugar sagrado y ocupó lo resultante, dejando, eso sí, una amplia calle de por medio.

Hoy, gracias a un nuevo entendimiento Municipio-Iglesia la zona ha sido adecentada; se ha recuperado el espacio del cuartel para uso público, se ha embellecido con la construcción del Archivo Diocesano y ha quedado a la vista un buen paño de muralla.

Puerta Hierro, o sea la Avenida Dr. Mérida Pérez, con la Glorieta Eduardo de Castro y el Parque del Aljibe debe, ha de tener un tratamiento urbanístico conjunto, uniforme y rápido, buscando una sola unidad; los dos monumentos emblemáticos de la ciudad, la catedral y el palacio, lo están demandando a gritos, para dar una nueva imagen de Astorga a los turistas que nos visiten. El entorno le merece.


 

Calle del Sr. Ovalle (¿Pedro?)

Volcada a la Plaza Mayor, de siempre ha sido ésta una de las calles más frecuentadas de Astorga. Aún sigue siendo punto de atracción por sus bares, y la memoria que uno guarda va unida, en principio, a los mesones y fondas que en ella radicaban como La Peseta, La Matilde o Casa Benito imperio de los callos, el pulpo y el congrio al ajo arriero; la cercanía al centro neurálgico de la plaza Mayor y a la que fue plaza del Ganado, el acceso al Teatro Gullón y los bailes de "La Sociedad" le daban ese carácter. Calle que en el siglo pasado a punto estuvo de convertirse en carretera con aquel intento de introducir la de León por la Brecha, para lo que se practicó tal herida en la muralla; fracasado el mismo la calle sigue con ese especial interés de intercomunicación, habiendo ganado con su conversión en peatonal.

Es la calle que nos recuerda a una de las familias más enraizadas en Astorga, aunque desaparecida, y la única que da el tratamiento de Sr. su titular, calle del Sr. Ovalle, de cuya familia hay que destacar a Pedro García de Ovalle.

Feneciendo el 1500 nos encontramos con un Pedro de Ovalle, astorgano, caballero de Calatrava, magistrado y agregado en la embajada española de Londres; era el abuelo de nuestro personaje, también llamado Pedro. Juan García de Ovalle, su padre, era regidor perpetuo de Astorga que heredaron sus sucesores, con solar en la zona de la misma Brecha, según don Matías Rodríguez quien asegura aún vio sus cimientos; más tarde, al parecer, perteneció a esta familia la casa número 4 de su calle, dividida entre varios propietarios y ya desaparecida en parte; de ahí la nominación que se dio a la misma.

Pedro García de Ovalle nació en Astorga en 1620; siguió la carrera eclesiástica graduándose de Cánones en Salamanca y en Leyes en la Universidad de Irache, en 1651. Año éste en que pasó a enseñar en la Universidad de Valladolid donde permaneció hasta 1657 ya que en esta fecha consiguió el nombramiento de Fiscal de la Audiencia de Charcas, en el Perú.

Hay que significar que, aunque él residía en Valladolid, tenía el beneficio de canónigo doctoral de la catedral de Astorga y era subdelegado de la Santa Cruzada, con lo que seguía, íntimamente, ligado a su ciudad natal, al menos económicamente.

Por el Perú andaba ya su hermano Antonio, mayor que él, quien amasó una importante fortuna en aquellas tierras con la que fundó el mayorazgo de los Ovalle; mayorazgo que, al encontrarse sin sucesores, pasó al Ayuntamiento astorgano, del que sería interesante realizar un estudio, así como de la hacienda, de la que hasta hace unas cuantas décadas aún existían menciones.

Pedro se fue, pues, con su hermano, sobre 1658, desarrollando en el Nuevo Mundo una intensa actividad jurídica y administrativa. Su primer destino no fue la Fiscalía de Charcas, nombramiento motivado de su traslado, si no el de Alcalde de Corte, en Lima; pasó a Charcas y en 1661 lo destinaron a Buenos Aires con el encargo de fundar la Chancillería donde permaneció hasta 1665; su buena labor fue premiada con el regreso a Lima y la designación de Consejero Real y Alcalde del Crimen.

El conde de Lemos, entonces Virrey del Perú, de quien era mano derecha Antonio Ovalle, quiso resolver definitivamente el problema que planteaba la familia Salcedo, cuyos miembros, los hermanos Gaspar y José habían descubierto las minas de plata de Laicacota; hacían caso omiso a la autoridad real y gobernaban aquel dominio como si de un país independiente se tratara, y sobre todo con una brutalidad tal que cometían toda clase de tropelías y crímenes impunemente. El de Lemos, dispuesto a cortar de raíz el problema encausó a los Salcedo y Pedro García de Ovalle como alcalde del Crimen instruyó el proceso, con otros letrados, y dictó sentencias: ejecución para José y destierro perpetuo del Perú para Gaspar.

Hay que apuntar que Pedro debió ser un buen cazador, o al menos aficionado a la caza; ¿o era tal vez un detractor de los curas cazadores? El único libro que publicó -que se sepa- corresponde a su, diríamos, tesis de licenciatura en Leyes y se titula, De interdicta clericis venatione en el que estudia aspectos canónicos y jurídicos sobre los clérigos cazadores.

Fue Pedro el personaje más importante de esta familia Ovalle, y se supone que de él adquirió el Ayuntamiento el mayorazgo que había fundado su hermano, puesto que él fue su heredero. Lo que no hemos podido saber aún a quién dedicó la calle el Ayuntamiento, si al fundador del mayorazgo que, en definitiva, había sido quien reportaba el beneficio, o al sucesor quien más tarde benefició al Consistorio. No obstante ahí está el agradecimiento de una ciudad, que se hace extensivo a toda una familia, puesto que cualquiera de ellos tenía méritos suficientes para esa distinción; más motivo, todavía, si una cuantiosa fortuna pasa a ser disfrutada por el pueblo como así fue.


El Jardín o Parque de la Sinagoga

Se le llamó en un principio Paseo de la Sinagoga; se le bautizó por los años 40 con el nombre del Generalísimo, y a partir de los 80 por consenso ciudadano se le fue recuperando su viejo nombre, aunque sigue siendo, por antonomasia, el Jardín. Es, sin duda, el lugar más concurrido de Astorga. Porque ha sido, desde siempre, el lugar de esparcimiento y paseo de los astorganos, en verano al cobijo de la sombra, y en invierno a la búsqueda y encuentro del sol o sus abrigadas.

Todos tenemos en la memoria la búsqueda de caracoles entre sus setos en los lluviosos dÍas primaverales, las carreras de "tres navíos" o las que producía la visión del "Ti Veneno", y menos la del Sr. Paco, padre de ese fino poeta desconocido casi, por su propia voluntad, que es Postigo; los arenales de San Juan en sus tiempos, y los conciertos de nuestra Banda desde que allí se instaló el templete, son motivos de encuentro dominguero.

Pero sobre todo, el Jardín ha sido el lugar del paseo reposado, de tertulia y de enamoramientos. Todos, también, hemos ido notando sus cambios -desgraciadamente a peor- a la vez que esperamos, y deseamos, una reestructuración y recuperación del mismo.

Don Matías Rodríguez nos ha dejado algunas indicaciones sobre este espacio, siendo J.A. Martín Fuertes quien m s ha investigado sobre el mismo, en su trabajo más que notable "El Jardín o Paseo de la Sinagoga".

Sabemos que aquella zona fue parte de la principal judería astorgana y que este espacio albergó su templo, su sinagoga, permaneciendo el topónimo a lo largo de los siglos. Sabemos que en cierto momento el Hospital de San Juan solicitó del Municipio la cesión de terrenos en la zona, con negativa por ser lugar donde se celebraba el mercado de los cerdos, sin que ello tuviera connotación alguna con el apelativo de "marranos" que se daba a los conversos de aquella religión. Sabemos, también, por la documentación, que en el primer cuarto del siglo XIX existía allí un amplio desnivel por lo que el Ayuntamiento ordenó que todos los escombros que se produjeran en la ciudad fueran arrojados en este lugar; el fin era conseguir la rasante de la muralla, rellenando el hueco y procurar la realización de un paseo. Sería la alternativa al de la Muralla, bello sí, pero al parecer demasiado desigual y sobre todo demasiado inclemente en los meses de invierno.

Los caudales municipales -como casi siempre- eran escasos allá por el 1835 cuando nace la idea, y en tres años lograron el relleno necesario, el rebaje de la muralla, con una escalerilla para acceder a la otra parte del Postigo. El rebaje de esta otra zona, se efectuó muchos años después para dejarla tal cual está hoy. As¡ mismo lo primero que se hizo fue la plantación de los negrillos, en ese mismo año de 1835, los cuales hemos visto desaparecer por la grafiosis y que tuvieron un coste de 89 reales. Tan escasas andaban las arcas municipales que -según nos cuenta Martín Fuertes- hubo de recurrirse al sistema de la hacendera o prestación de trabajo por los vecinos, y hasta la comisión se inventó la rifa de una pareja de bueyes de labranza; ni uno ni otro sistema sacó de la miseria al proyecto.

Formaba parte de la comisión y consistorio don Guillermo Iglesias, autor de la primera "Historia de Astorga", comerciante emprendedor que fue años más tarde el promotor del alumbrado público y de la implantación del cuerpo de serenos. Ahora es, también, el motor de la obra del Jardín.

En 1939 se invoca el carácter social de la obra para dar trabajo "a los muchos menestrales en paro"; se decide la compra de algún terreno para alinear el jardín -más tarde se ampliaría con la rosaleda- y en los seis primeros meses de 1840 se acomete toda la obra, configurándose como lo conocimos aún en los años setenta de esta centuria. Jardín romántico como requerían los tiempos, con su fuente de rocalla, o la morisca, sus arriates y setos, sus pasos y pasadizos. Sus transformaciones han sido pocas, cierto es, pero definitivas y poco afortunadas. Se amplió con la rosaleda, hoy semiabandonada con el esperpento de sus arcos mutilados. Se eliminó, en 1935, la fuente de rocalla, reemplazada por el busto de Manuel Gullón, cuyo entorno es el vivo deseo de la desidia, ya que no se ha repuesto la bancada circular, arrumbada en las inmediaciones.

En los años setenta se llevó a cabo su transformación, primero eliminando la fuente moruna, en la que tantos astorganos saciamos la sed, y reordenando para peor el entorno. Poco después otro concejal de jardines se lió con la zona del cedro con lo cual se eliminó lo poco que le quedaba a su sentido romántico. La muerte total le llegó con la grafiosis que obligó a eliminar todos los m s que centenarios negrillos. La casa del jardinero, arrumbada y en el más absoluto abandono ha dado paso a una edificación moderna, que se dice ser  ludoteca infantil, de la que se esperan frutos que se hacen los remolones.

Proyecto hay de ampliación y remodelación pero, como en 1835, la falta de dinero frena al Ayuntamiento en su realización. Mientras llega, nosotros esperamos que Roberto Alonso Domínguez publique en Astúrica, el trabajo que ha escrito sobre este jardín del que dice pudo haber sido el primer proyecto romántico de España.


Martín Martínez Martínez

Publicados en El Faro Astorgano