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Fauna histórica de Cabrera y Maragatería

José Piñeiro Maceiras


El macizo de Trevinca supone, como es notorio, el punto montañoso más alto de Galicia y uno de los más sobresalientes de las montañas galaico-leonesas. Sin embargo, a pesar de su importancia geodésica posiblemente constituya este ámbito, así como los montes y cordeles circundantes, el sector natural más desconocido de nuestra península.

Pocas, por no decir inexistentes, son las referencias bibliográficas relativas a la fauna y a la flora de estos pliegues montañosos hasta comienzos del siglo XIX.

No obstante, puede pensarse como principio general que la biodiversidad existente en los siglos anteriores no debía diferir de la comprobada científicamente para el mismo sistema montañoso. Las investigaciones arqueológicas realizadas en la Sierra del Teleno acreditan que en los tiempos de la romanización abundaban las siguientes especies: lobo, cabra montés, oso pardo, ciervo, rebeco, etc... Creemos que estos valores biológicos se encontraban en igual densidad en el territorio que vamos a analizar pormenorizadamente. Como sostén de esta teoría, podríamos fundamentarnos en la amplia toponimia recogida. Así, existen lugares conocidos como El Gallo, Valiña da Cerva, Corzos, Villas de Ciervos, La Osa, etc...

Esta situación ecológica no debió de sufrir alteraciones reseñables hasta aproximadamente el siglo XIII, si seguimos la opción apuntada por Cabero Diéguez en su trabajo geográfico publicado en 1980.

La expansión demográfica de los siglos posteriores, lleva consigo una desvalorización del estado salvaje de estos montes hercínicos, lo cual implica, prima facie, una disminución de la fauna local, aunque no produce transitoriamente extinción de especie alguna. Así en 1807, el Brigadier Munárriz señala para El Bierzo una lista de mamíferos, que coincide en su totalidad con la ofrecida ut supra por los arqueólogos Domergue y Esparza. Este plantel faunístico se extendía al unísono por la comarca de Valdeorras, ya que por aquel entonces, parte de la misma pertenecía a la provincia de León.

Es a partir de 1850, merced a las informaciones casuísticas de Madoz, cuando comienza a apreciarse un retroceso creciente en este ecosistema que va a producir con los años, la desaparición de varios herbívoros de gran relevancia.

Pensamos que el primer animal de estas características que definitivamente se pierde, es el gamo (dama dama), pues sólo aparece citado por Madoz en la aldea de La Baña, al pie del Picón y de Peña Trevinca. Igual suerte debió de correr la cabra montés, pues Francisco Purroy (1987) comenta que su extinción de La Cabrera ocurre a principios del siglo actual.

Las peñas y risqueras de Casaio debieron de ser, sin duda, uno de los últimos escenarios hábiles de este bóvido. Lo confirma así el científico Dantín Cereceda en 1942, al escribir: ...En las sierras limitantes de Val de Orras hubo en tiempos cabras montesas.... Es posible que con este texto Dantín se est‚ refiriendo a la subespecie lusitánica, desaparecida del macizo galaico-duriense en la segunda mitad del siglo pasado.

Una caza excesiva, según la tesis de Purroy, propició la extinción de este rumiante. Ahora bien, si Trevinca ha sido usualmente punto de referencia para las monterías, como reconoce Castroviejo en su Guía Espiritual, no es erróneo pensar que otras causas más latentes, cuyos síntomas se remontan a la Edad Media, determinaron a la postre la ausencia del reseñado ungilígrado. Conviene recordar en este punto que pese a desarrollarse una actividad venatoria desordenada en estos montes, a finales del diecinueve, sus consecuencias debieron atenuarse en 1902, al entrar en vigor la nueva legislación cinegética.

El siguiente mamífero autóctono que cronológicamente desaparece de este complejo montañoso fue el ciervo (cervus elaphus). Este herbívoro todavía era numeroso hace una centuria (Grande del Brío, 1982); aunque muy pronto iba a comenzar su rarificación.

El ocaso de este ungulado debió de acaecer hacia los años treinta. Las noticias recopiladas por el montañero barquense Estévez Valle (en lo sucesivo Estévez) indican que algunos venados se mataron en Casaio en los años previos a la Guerra. Por aquel entonces, la presencia de este cornúpeta era inusual en la zona de estudio. Nos confirma este hecho Mourille en el año 1928. Este autor ya no señala el ciervo como pieza cinegética en el municipio cabreirés de Encinedo. La muerte de un ejemplar zamorano en 1936 (Reguera Grande) y el avistamiento de una pareja en 1925 (datos propios), pueden reforzar la tesis de su extinción.

Otro de los cérvidos desaparecidos de la zona es el rebeco (rupicapra rupicapra), que ni siquiera es citado por Madoz como un habitual de este territorio. Debe tratarse necesariamente de un error, propio de obra tan enciclopédica como la realizada por este ministro decimonónico. El profesor Cabero Diéguez sostiene por el contrario que este vertebrado era un habitante cotidiano de los montes de La Cabrera y de los limítrofes, en los inicios del siglo XX. Como complemento de ello, podríamos añadir que esta cabra montaraz incluso se utilizaba como objeto de regalo. El escritor y magistrado, don Luis Alonso Luengo, recuerda haber sido obsequiado con tan singular presente en 1917.

Las cacerías de estos ungulados, comandadas varias veces por el ponferradino Pedro Barrios, proliferaron en los años posteriores, derrochándose en alguna ocasión cantidades nada despreciables en municiones.

En aquella época, no sólo había gamuzas en Trevinca, sino que también bastantes ejemplares pululaban por las cumbres del Morredero (Medina Bravo, 1927). Esta población en concreto parece haberse perdido en la década de los cuarenta, como ha señalado recientemente Garnica Cortezo.

Terminado el conflicto bélico de 1936, el rebeco se va haciendo raro en el territorio estudiado. Reguera Grande (1985) nos revela los postreros datos de este mamífero en la comarca de Sanabria. Los últimos ejemplares se cazaron entre 1940 y 1945, en la zona de Vega del Conde; produciéndose el último avistamiento en las proximidades de la laguna de Garandones.

Igual fenómeno se observa en la Trevinca leonesa. Se mataron algunos ejemplares hacia 1950, en las cercanías de La Baña, según testimonios recogidos en la comarca.

Se mantiene la misma tónica en la provincia de Orense, aunque los datos terminales relativos a este cérvido son más recientes. Dos años antes de la guerra fue abatido un rebeco en los montes próximos a Casaio (Estévez). En la llamada sierra de Lardeira, un conocido nuestro mató su primer individuo en el año 1951, y siguió cazando estos ungulados hasta el fin de aquella década. El último avistamiento de esta especie, noticia proporcionada por un cazador de Casaio, ocurrió en Octubre de 1970.

Actualmente, hemos recopilado algún testimonio aislado que asegura la hipotética presencia de algún rebeco al sur del collado del Manzanal. La inconcreción de varias de estas noticias nos obligan a prescindir de ellas, debido en gran medida a su confusionismo. No obstante, Sánchez-Palencia, Aniceto Iglesias y Mariflor Pérez sostienen esta teoría, seguramente sean más nítidas sus informaciones.

Pasemos a continuación a exponer el devenir histórico de una parte de esta fauna galaica que oficialmente se estima extinta, pero a la luz de los datos, mayoritariamente inéditos, que vamos a desvelar mucho nos tememos que tal afirmación es una mera presunción, que si no se corrige ipso iure, puede suponer la pérdida de auténticas joyas zoológicas; en algún caso el error sería insubsanable.

El urogallo (Tetrao urogallus) es, en términos generales, una especie aún desconocida para la mayor¡a de habitantes de estas sierras agrestes. A pesar de ello, Purroy y otros autores dan por cierta su pervivencia en los Montes Aquilianos hasta las primeras decenas de este siglo. Más benévola fue la situación de esta ave en Trevinca, donde se la supone vigente después de terminada la Guerra Civil.

Hemos recogido recientemente la opinión de un guarda forestal que afirma haber visto una hembra de esta especie en la misma Sierra de la Cabrera. Esta noticia sorprendente concuerda con los datos publicados por la revista Natureza Galega, relativos a la presencia de este gallo salvaje en el conocido Teixedal de Casaio.

En apoyo de esta tesis parecen acudir los citados Iglesias y Pérez, que incluyen esta especie como un inquilino más de los montes de La Valdueza, (Diario de León, 5-5-96).

Sería deseable averiguar si estos avistamientos son el resultado de proyecciones extra-radiales del c¡rculo vital de este gallo montaraz o significan más bien una reutilización estable de estos biotopos.

No olvidamos en este estudio la opinión reciente de Carreño Lozano que estima la extinción, en los montes de Sanabria, de especies tan relevantes como el ciervo, el urogallo o el úrsido, hace tan sólo unas décadas.

El anterior comentario permite introducirnos en el análisis histórico de los grandes depredadores desconocidos de estas montañas.

Uno de ellos es el lince (Lynx pardina). Mamífero que posee el triste privilegio de encabezar las listas críticas en las que se cita. El carácter esquivo y misterioso de este félido, unido a su tradicional escasez, hace difícil encontrar datos históricos precisos.

No obstante, presuponemos su existencia estable en este espacio hace siglos. Las noticias conocidas, de uno y otro signo, nos hacen pensar que este carnívoro fue corriente en Galicia durante el siglo XV. Tres siglos después era insólito en El Bierzo (Fray Martín Sarmiento); mientras que en Galicia se le consideraba más frecuente.

En la época de Madoz, pese a su mutismo, puede deducirse que el lince existía en el sector estudiado, a tenor de las informaciones de Graella. Esta situación parece haberse mantenido durante los años sucesivos. Así, el mapa distributivo de la especie en 1900, elaborado por Grande del Brío, incluye el macizo galaico-leonés dentro de los dominios del felino.

Los expertos, todavía en la actualidad, sostienen que este vertebrado sobrevive en este ámbito montañoso. Grande del Br¡o, ad exemplum, lo cita en la Sierra de la Cabrera; el dúo, Rodr¡guez y Delibes, sospecha que pudiera existir en la Sierra del Teleno.

A nuestro juicio, sería una preterición muy grave desdeñar los alrededores de Trevinca como eventual enclave lincero. Los datos inéditos que poseemos así nos lo exigen. Esta postura ética es la única posible a la vista de tanta explotación minera incontrolada. Esta forma de industria, si no se racionaliza, va a materializar a corto plazo el adiós definitivo de valores naturalísticos innegociables. Los  áboles, las plantas, los mamíferos, los pájaros (el pito negro también) desaparecerán irremediablemente.

La constancia histórica del lince en la zona viene subrayada por la obra de Ramiro Pinilla (Antonio B..., 1977). Novela dura, inflexible, que retrata las condiciones infrahumanas de La Baña de 1940; "...camina como un tigre montés...", señala el protagonista, refiriéndose al histórico guerrillero antifranquista, Manuel Girón. Este planteamiento histórico puede verse refrendado por la vigencia de este félido en Sanabria en 1960 (Rodríguez y Delibes). Estos mismos autores destacan la muerte de un viejo ejemplar hacia 1975, en la Sierra del Caurel. Datos útiles, pues pudieran guardar relación con recientes avistamientos, que diversas fuentes sitúan a ambos márgenes del r¡o Sil.

Otro de los carnívoros más representativos de este macizo, fue indudablemente el oso pardo (Ursus arctos). Animal mítico, paradigma del mundo salvaje y bravío, que todavía hoy subsiste en contados rincones de nuestro solar ibérico. Considerado antiguamente como un ser cruel y feroz (vide el Libro de la Montería de Juan Vallés, 1556), representa en la actualidad el estandarte de una naturaleza que lucha por no desaparecer. Por ende, sería injusto no desvelar algunas noticias que adveran su fidelidad actual a estas montañas agrestes.

El Diccionario de Madoz nos describe una serie de localidades del oriente orensano, visitadas por los úrsidos. Los datos correspondientes a Casaio son inequívocos y parecen ratificar una relativa frecuencia. Esta población de osos, posiblemente unida por aquellos años a los individuos de las Sierras de Queixa y del Caurel, conectaba con los ejemplares de la Cordillera Cantábrica a través de las serranías de La Cabrera y de los Montes Aquilianos.

Las exiguas noticias del plantígrado recopiladas hasta ahora, indujeron a pensar en su desaparición, hace unos cien años, de este espacio. No obstante, un examen más profundo, sin ser todavía definitivo, sugiere la tesis opuesta. Es notorio, incluso, que varios ejemplares fueron cazados en los albores del siglo XX. Así, Grande del Brío (comunicación personal) conoce algunos animales abatidos por aquellos años, tanto en La Cabrera como en Sanabria. Por su parte, Ladoire Cern‚ (1982), comenta el último ejemplar matado en Zamora a principios de siglo. También, Reguera Grande (1985) nos relata la muerte de un oso, en 1920, en San Ciprián de Sanabria.

Esta relación cinegética se ve incrementada por otras informaciones, provenientes de nuestras investigaciones, que acreditan la caza generalizada del úrsido hasta prácticamente el estallido de la guerra. Todavía se recuerda en La Cabrera Baja alguno de estos episodios venatorios. Se mataron osos en Lomba, en Sotillo, en Odollo; en Marrubio, Bernardino González cazó un ejemplar con anécdota incluida, corría por entonces el año 1920.

La Sierra del Eje, tampoco fue ajena a estas cacerías. Verbigracia, durante la 2ª República, un vecino de Casaio mató un individuo en las cercanías de Riodolas. La cabezota del oso presidiría en lo sucesivo la casa familiar (Est‚vez, c.p.).

En aquella época, los osos frecuentaban el extremo oriental orensano. Atacaban las colmenas en Teixeica, y se atrev¡an inclusive con el ganado doméstico en Ponte.

Curiosamente, las piezas cobradas más al norte, son más escasas. Un cazador de Compludo, por ejemplo, acabó con una hembra en 1895 (Martínez y Gallego, C16 de León, 14-2-1995). El Señorío de Bembibre exigía a sus súbditos, en el siglo XVIII, una piel de oso en concepto de vasallajes y prestaciones (Balboa de Paz).

En este elenco, no podemos olvidar los hechos ocurridos cerca de Igüeña, sobre 1883. Un plantígrado moribundo destrozó la cara de Andrés Marcos, haciéndole caer la piel hasta el maxilar inferior. Acontecimiento, ciertamente sorprendente, que propició el argumento principal para una novela publicada en 1976.

Pese a lo limitado de estos datos cinegéticos, los autores a estos territorios más septentrionales les atribuyen una presencia ursina más actual. Fruto de esta opinión son las informaciones del Diccionario Geográfico de 1959; citan al oso como una especie más del municipio de Igüeña.

Creemos que el aislamiento secular de la zona de estudio, ha sido uno de los motivos que ha influido en el desconocimiento de esta población ursina. Con razón el científico alemán, F. Krüger, se quejaba de que la comarca de Casaio estaba siendo ignorada, en los años veinte, por los estudios geográficos de carácter provincial.

Como consecuencia de todas estas conjeturas, nosotros sostenemos la teoría de que el ámbito de Trevinca encierra la clave existencial de este plantel osero, aún por conocer. Solamente un estudio minucioso de todos los elementos convergentes, permitiría averiguar si esta población ha sucumbido; circunstancia que particularmente descarto.

La llegada de la guerra de 1936, originó que los montes de Casaio se poblasen de guerrilleros y escapados que resistieron en estas ásperas peñas hasta 1951. Esta particularidad tuvo naturalmente que perjudicar a los ejemplares que todav¡a vagaban por las riberas del r¡o San Xil. Asimismo, la explotación de wolframio, con sus consecuencias inherentes (en 1953 producía esta industria 550 Tm.), debió significar un acelerado deterioro de estos parajes. Sin embargo, toda esta coyuntura negativa, no resultó letal para el mantenimiento del carnívoro. Hemos recopilado varios testimonios de la década de los cuarenta, que parecen corroborar esta realidad biológica.

Como complemento de todas estas ideas, podríamos añadir que Grande del Br¡o (c. personal) tiene recogidas diversas noticias que certifican la pervivencia de este indómito animal en los años sesenta y setenta; su valor naturalístico se me antoja extraordinario.

El oso pardo proporciona un patrimonio natural, etnográfico y cultural envidiable. En la Edad Media, algunos filósofos esbozaron su verdadero carisma. Escribía el franciscano Juan Gil de Zamora, en su Historia Naturalis del siglo XIII, que los osos fueron creados, entre otras cosas, para que el hombre admitiese su propia debilidad con relación a la Naturaleza.

En cualquier caso, esta presencia pretérita y coetánea del úrsido, nos sirve para reivindicar el carácter salvaje de estas sierras abruptas, todavía en la penumbra. Desearía, por último, que estas l¡neas sirviesen como detonante prohibitivo de las amenazas que gravitan sobre ellas.

 

José Piñeiro Maceiras

(Licenciado en Derecho. A.C. Monte Irago)

(Agradecimiento especial a la Asociación Cultural Monte Irago, por su ayuda inestimable).


(Publicado en El Faro Astorgano en mayo de 1.997)