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Maragatería

(Página en construcción)

Esta página recoge varias colaboraciones de Ferruelo en El Faro Astorgano sobre temas maragatos

por Ferruelo


Artículos recogidos en esta página:


Maragato/Maragatería. Una secuencia cronológica

Con la inmodestia que caracteriza a la mayoría de los que nos da por escribir sobre Maragatería, me voy a permitir la boutade de afirmar que, como en el circo, por primera vez alguien va a presentar una secuencia cronológica de cómo van apareciendo las palabras Maragatería o Maragato en nuestra historia.

La pena es que, bromas aparte, lo que digo es cierto porque aquí, entre los que consideramos que es importante para nuestro acontecer histórico el saber si los maragatos vinieron, o se hicieron somos más de cuatro a mantener que si la palabra maragato significa esto o lo otro, y que si aparece en éste o el otro siglo, pero nadie -y repito bien: nadie- ha sido capaz, hasta ahora, de presentar una secuencia cronológica de dichas apariciones, secuencia que vaya más allá  de tres o cuatro citas, y que éstas están avaladas documentalmente. Y es que en el tema maragato, los refritos, lamentablemente, están a la orden del día.

La referencia más temprana, si hacemos caso de algunos autores, la tenemos en el año 1.162 en que una lápida sepulcral aparecida en La Coruña, se encuentra la palabra mercator asociada a un tal Juan Andrés. Creo que es demasiado conceder, pero no vamos a comenzar con talante negativo. Aceptado queda: la primera cita, por lo tanto, en la segunda mitad del siglo XII.

A partir de ahí, tenemos que dar un salto de cuatro siglos y medio para encontrar la palabra; y ojo, que la cita es digna de meditar pues se trata nada más y nada menos que la noticia de un maragato Juan Domínguez, avecindado en La Bañeza, en 1.614.

Si establecemos un orden cronológico con las citas documentales conocidas hasta mediados del XVIII, que es cuando nuestros arrieros aceptan de buen grado esa denominación, el resultado sería el siguiente:

Hay que destacar en las citas de los años 1.694, 1.713, 1.730 y 1.734, que se trata de documentos realizados a petición de gentes que no son de la región.

Y ponemos punto final a este alarde porque, como antes decimos, a partir de los años cuarenta del siglo XVIII, nuestros maragatos parecen contentos con ese apelativo y lo aceptan sin remilgos.

Hemos presentado referencias de una docena de documentos relativos al nombre por el que hoy se conoce a nuestra tierra y a las gentes que motivaron el que dejase de llamarse Somoza.

Intencionadamente, no hemos querido detallar el fondo documental al que pertenecen muchos de ellos, para ver si hay alguien, entre los que nos dedicamos a escribir sobre Maragatería, capaz de llenar esa premeditada laguna, y conste que soy el primero en reconocer que el fondo documental en que me apoyo, dista mucho de estar completo, y que alguna de las citas, incluso una -importantísima- me han sido facilitadas (cosa que desde aquí agradezco), pero aún así dudo que encuentre quién pueda hacerlo. Y es que, como antes decía, en el tema maragato los refritos -lamentablemente- están a la orden del día.


 

Cuando la hospitalidad se volvía una carga

La presente colaboración, aligerada de contenido y sin el apéndice documental que la acompañaba, constituye el trabajo que presenté‚ en el año 94, a las Jornadas sobre Hospitalidad, que convocó el Instituto de Tradiciones Populares. Sin querer comentar las vicisitudes que pasó para poder ser leído, hoy se lo presento "al gran público".

Maragatería, o la Somoza de Astorga como se la llamó hasta el siglo XVIII, fue hasta finales de ese mismo siglo o comienzos del siguiente, paso obligado para todos aquellos que querían viajar de Galicia -excepción del cuadrante suroccidental- a Castilla o viceversa. Si a ello añadimos que nuestro país ha sido famoso por su falta de infraestructura viaria, y por la inexistencia en los estamentos oficiales (ejército incluido) de un servicio propio de transporte intendencia, se llega indefectiblemente a la conclusión de que, estar enclavado en la zona de obligado tránsito -la vereda real- no resultaba nada cómodo, pues forzaba a los pueblos a suministrar los servicios de que carecía la Administración.

A los soldados había que proporcionarles gratuitamente agua, fuego y techo (el pajar bastaba), el resto -incluido los bagajes- se cobraba, pero debía de ser tarde y mal, a juzgar por los intentos de zafarse de esas visitas inesperadas, por parte de todos los pueblos de la ruta.

Y prueba de que nunca se podía bajar la guardia cuando se tenía en la casa a un soldado es el relato que recuerdo haber escuchado infinidad de ocasiones en mi infancia:

El soldado a quien se habían visto obligados a dar cobijo, estaba en la cocina, al amor de la lumbre y mirando con cara de hambre el corto sustento que estaba preparando la dueña de la casa. Acercándose la hora del yantar, al soldado todo se le volvía repetir que él nunca aceptaba una invitación, porque comprendía la pobreza y necesidad de la gente, y que de cien veces que le ofrecían sentarse a una mesa, como mínimo rehusaba noventa y nueve. Estando ya preparado el condumio, el marido pregunta a su esposa si no estaría bien invitarle a sentarse, ya que era prácticamente seguro que iba a negarse, tal y como se estaba manifestando. Aún a regañadientes, la esposa aceptó, y la sorpresa del dueño de la casa -y la indignación de su esposa- fue mayúscula al recibir del soldado como respuesta un de acuerdo, por una vez, perdono las noventa y nueve.

Consejas aparte, los documentos de los archivos nos demuestran que llega un momento en que los vecinos no saben qué hacer para evadirse de la carga que suponía el tener que albergar y facilitar transporte a las tropas transeúntes, y por mucho que intenta trucos y artimañas -como salir a los caminos y desviar a los viajeros hacia los pueblos vecinos- al final tienen que contribuir a esas prestaciones, por lo general sin la ayuda y colaboración de los ricos arrieros.

En el Archivo de Protocolos de Turienzo de los Caballeros, encontramos al menos siete documentos con esta temática entre 1678 y 1765. En ellos se nos muestra cómo los pueblos se sienten agobiados, cómo intentan hacer cargar con el muerto a los lugares vecinos y cómo han ido cambiando las veredas con el tiempo, ya que el Camino de Santiago ha cedido en importancia a las rutas que desde Galicia buscan las ferias castellanas, y más tarde Madrid.

Entre las exenciones de que gozan los hidalgos está la de no ser incluidos en los repartos de bagajes y/o alojamientos de soldados y vemos igualmente cómo los arrieros piden que se les exceptúe de alojar soldados, cuando ellos no se encuentren en la casa.

Y estas cosas ocurren ya en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el equilibrio socioeconómico de los moradores de la Somoza de Astorga se ha roto, y la cohabitan dos clases sociales claramente diferenciadas. Una, la de los arrieros maragatos, ricos, poderosos y prepotentes, y la otra, los labradores de a pie, que de pequeños propietarios han pasado a ser arrendatarios de las que en su día fueron sus propias tierras, como lo indica la tradición, y lo corroboran los inventarios de bienes que constituyen buena parte del fondo documental de la región.


 

¿Éramos tan bajitos?

Si la presencia de soldados en los pueblos, y la obligación de prestarles alojamiento era siempre fuente de preocupación, la llegada de una comisión para elegir los mozos que tuvieran que acudir al servicio de las armas, no debía tener carácter de fiesta precisamente.

Y eso es lo que ocurrió en Turienzo de los Caballeros, allá  por el mes de Febrero de 1806, tal y como se desprende de un documento que ha llegado a nuestras manos.

Pero la verdadera curiosidad del documento, no radica en la forma de realizarse el sorteo sino en la gran cantidad de mozos que quedan libres, gracias a que no dan la talla. Veamos el documento:

En la villa de Turienzo de los Caballeros, a diez y seis dias del mes de Fevrero año de mil ochozientos y seys el Señor Juan Nieto, Rejidor de la misma que por no aver Sr. Alcalde mayor administra Justicia en ella y su xon. y por ante mi yo ssno. dijo que a consequenzia del despacho mandamiento de su señoria el Señor Coronel de milicias deste Reyno de Leon y original acompaña esta diligenzia que tiene obedezido y de nuevo obedeze y en su cumplimiento no escusa practicar quinta y sorteo de un mozo en renplazo de Manuel Fernandez por esta Va. y a fallecimiento de aquel y despues de previas las diligencias de recuerdo se concurrio a la del acto en el sitio acostumbrado despues de la convocazion precisa y concurrencia indispensable de Dn. Santiago Yañez Presv¡tero que al presente ace de vicario escusador del parroco desta propia Va. y por su ausencia, la de Dn. Franzisco Arias sargento comisionado, la del Miguel Perez procurador sindico de villa y tierra y con la de partes interesadas asimismo se dio prinzipio al alistamiento, medida por el marco y medida de cinco pies a saber en esta forma:

Bicente Castellano, hijo de Pasqual, ausente manifestose falto de talla, no entra en sorteo.

Manuel Moran, hutil es hijo unico de viuda no entra en sorteo.

Domingo Blas, hutil hijo unico de viuda.

Juan Ferruelo del Palazio, corto de talla no entra en sorteo.

Andres Fernandez, ausente hijo de otro corto de talla.

Josef Nieto Carro, ausente hijo de Gregorio, hutil entro en sorteo.

Francisco Castellano, hijo de Domingo, corto de talla.

Cayetano Alvarez y hijo de Josef, corto de talla.

Franzco. Fernandez, ausente y sin arraygo no entra en sorteo.

Miguel Fernandez, hijo de Sebastian, ausente con protesta de tener otro hermano quinto de milicia, no entra en sorteo.

Santos Fernandez, ausente y dudoso de talla, hermano del anterior, no entra en sorteo.

Antonio Perez, hijo de Baltasar, hutil de talla, hijo de viuda no entra en sorteo por tener otro hermano y elijir al mismo su Madre.

Manuel Perez, hijo de viuda, hutil de talla entra en sorteo por la elezion de su Madre a otro hermano.

Lucas Mantecon, hijo de Josef, ausente i corto de talla, no entra.

Agustin Nieto, hijo de Juan corto de talla.

Manuel Moran, hijo de Franzco., corto de talla.

Antonio Fernandez Lopez, hijo de Jose, ausente y corto de talla.

Juan Ferruelo Rodr¡guez, corto de talla, hijo de Manuel no entra en sorteo.

Manuel Nieto, ausente hijo de Franzco. y corto de talla.

Matias Fernandez ausente y dodoso de talla y hijo de Frzco. y sin arraygo.

Juan Antonio Nieto, hutil de talla, con protesta de hallarse esaminado de Alveitar y se coformaron los interesados en dha. protesta.

Manuel Mart¡nez, hijo de Miguel, ausente y dodoso de talla.

Todos los quales adhos. mozos y no otros algunos son los que se allan de precisa compreension en este alistamiento y como por las razones que en el se dan solo los dos de ellos son los que quedan aviles y sin escusa pa. la practica de est sorteo, conforme a las ordenanzas de milizias que se an tenido presentes y han servido de govierno se formaron quatro cedulas de ygual tamaño en las dos de ellas se escrivio el nombre y apellido de..."

Hasta aquí el documento que nos ocupa, aunque no conocemos quién fue el agraciado, sí es fácil imaginar que en las otras dos cédulas se escribió, en una la palabra hábil, y en la otra lo contrario, y se procedió al sorteo por una mano inocente. Pero como dijimos, lo que nos llenó de curiosidad fue la cantidad de personas que son declaradas cortos de talla.

De las 22 personas que participan en el sorteo, tenemos nada menos que 11 cortos de talla, y 2 de dudosa talla, es decir, más del 50%. No sabemos cuánto med¡a la vara (el marco y medida de cinco pies utilizado en el sorteo), y tampoco sabemos cuánto era el valor del pie utilizado en León, pero no deja de resultar chocante la cantidad de personas que no acudían al servicio de las armas debido a su estatura.

De los siete apellidos que resultan cortos de talla, al menos cuatro de ellos (Castellano, Fernández, Ferruelo y Morán) continúan siendo usuales en el pueblo, y desde luego que puedo dar fe que de cortos de talla, no tienen nada. Quizás yo me f¡o más por los que conozco que ya están afincados en Madrid, y pertenecen a una generación de oriundos, es decir sus padres ya tuvieron que salir del pueblo a ganarse el pan en la capital, y aquí, aunque las condiciones de trabajo no fueran ideales, al menos comían, y eso permitió mejorar la estirpe, porque si no, no sé a qué achacar esa epidemia de pezqueñines.

De todas las maneras, no creo que a mi pariente, al menos en esta ocasión, le preocupara mucho el no dar la talla, y seguro que si le sobraba alguna moneda en el bolsillo, acudió a celebrarlo bebiéndose un medio cuartillo de vino en la taberna. Aunque pocos años después vinieron los franceses, y no se lo hicieron pasar bien que digamos, pero esa es otra historia, con episodios de lo más esclarecedores, que algún otro día contaremos.


 

Turienzo,... y sus caballeros

Los centroamericanos suelen decir que no hay material más resistente que el papel, pues aguanta todo lo que le pongan encima. Ello me ha venido a la mente a la vista de un artículo que sobre Turienzo de los Caballeros, se publicó en un periódico de la capital, y en el que, a toda página y con foto de arriero maragato incluida, se refritan (una vez más) las afirmaciones de siempre, algunas completamente inverosímiles, y las otras de muy dif¡cil sustentación y menos aún, demostración.

Y es que la fórmula es de lo más sencilla: Se toman un puñado de artículos, cuanto más antiguos mejor, se estofan y adornan con algunas pinceladas de producción propia, y sin pararse a analizar la consistencia de lo manifestado por los autores reseñados, o si el refrito tiene algún atisbo de verosimilitud, se publica y todos tan contentos. Incluso, a eso algunos le llaman investigación histórica... (y así nos va!).

En el caso que nos ocupa, el refrito ha sido poner en la misma sartén a Templarios, Trastamaras y Osorios como los causantes de esa denominación de los Caballeros, dar carácter de camino de peregrinación al Camino Gallego, y hacerlo pasar por Turienzo, considerar que en el siglo X, Turienzo se llamaba ya de los Caballeros, o decir que Turienzo se llamó del Castillo porque así lo escribió un señor en una enciclopedia a finales del siglo XVIII. Y lo más triste del caso es que no considero que al autor de turno le hayan movido intereses bastardos, sino que lo supongo escrito con la mejor voluntad del mundo, pero eso sí, sin pararse a verificar el dato, comparar la exactitud de la cita, ver si esas afirmaciones se han sosenido en las muchas décadas ya transcurridas, etc. Nada de eso era, a lo que parece, necesario, y el resultado, lamentablemente, no pod¡a ser otro: un pastiche que no hay por dónde cogerlo.

Muy brevemente, puesto que el espacio no da para más, diremos que el primer documento en el que Turienzo aparece como de los Caballeros, es de finales del XV (1.493 exactamente) cuando en el pleito que mantuvo con Astorga se menciona repetidamente al Concejo de Turienzo de los Caballeros (nada de villa todav¡a), y que también a finales del XV, existe una mención a la fortaleza de Turienzo, sin más. En el primer documento conocido en el que aparece nuestro Turienzo (año 923), se habla de un lugar entre Turientius et Ibidonia, y es este Ibidonia (Andiñuela) el que durante mucho tiempo dio nombre al río (es frecuente encontrar la cita r¡o de Ibdonia en los documentos de la época), lo que demuestra (entre otras cosas) la importancia de Andiñuela en aquellos años.

El r¡o de Turienzo, hasta que éste alcanzó notoriedad, era el de Santa Marina, pues además de los documentos, aún se conserva el topónimo Reiturienzoen esa localización.Adscribir nuestro Turienzo a los Caballeros Hospitalarios o Templarios, es tanto como admitir desconocer el fabuloso fondo documental del Tumbo de San Pedro de Montes, donde se demuestra cómo el monasterio mantuvo la posesión de la actual iglesia de San Juan, y de grandes propiedades a su alrededor, hasta bien avanzada época (por citar solamente un par de ejemplos, en 1202 en la confirmación de propiedades, se cita ecclesiam sancti Johannis de Turgencio, y en 1256 el fuero que el monasterio da a los vecinos de Turienzo que agora pobran e que verran pobrar eno barrio de San Pedro de Montes, que esta acerca de la Yglisia de Sant Juannes de Torenzo).

Dar carácter de peregrino al Camino Gallego, es algo que no merece otro comentario que la afirmación de que cuando ese camino comenzó a llamarse así, los peregrinos eran ya rara avis, incluso en el Camino de Santiago.

Claramente se desprende de los documentos medievales, la existencia de señores en el lugar, pues se lee "Don... de Turienzo" en los diversos protocolos, pero el cuándo estos señores se convierten en los Turienzo, y cuándo la iglesia de San Juan es cedida a los Osorios por los monjes (prueba de ello, la pila bautismal de la iglesia) es todav¡a una incógnita, si bien parece fuera de toda duda el que fueron éstos los que adjetivaron a nuestro pueblecito, que nunca se consideró capital de Maragatería, y también es aceptado por todos que fueron los Turienzos, o los Osorios, los que construyeron la fortaleza, sin que exista prueba documental de tal evento.

Unos caballeros que, por otra parte, prestaron escasa atención a esa muestra de su antigua propiedad, a la que han vuelto muy recientemente... y por pura casualidad. Esperemos que su torre feudal reciba pronto la anunciada inyección restauradora, pues una vez al aire sus vergüenzas, eliminada que ha sido la hiedra que la cubr¡a, y al mismo tiempo proteg¡a, da la impresión de no estar para muchos trotes. Pero todas estas disquisiciones el honroso apelativo de Turienzo y los or¡genes del mismo, serían rápidamente aclaradas si pudieran localizarse las "Relaciones Topográficas" hechas en tiempos de Felipe II, y en cuyas respuestas se encontrar¡an cumplidamente aclarados este y otros pretendidos enigmas de nuestra tierra. Hasta entonces, no vendría mal rogar a los "publicadores" un poco de mesura y un algo más de rigor en sus afirmaciones.


 

No todo eran alabanzas

Cuando leí por primera vez el libro del Sr. Rovalo sobre Maragatería, me llamó la atención el contenido despectivo de lo que califiqué‚ como la cita más antigua conocida hasta el momento, de la palabra Maragatería referida a nuestra zona.

Después de ésto he ido mirando lo que diferentes autores han ido pronunciando sobre los maragatos, llegando a la inesperada evidencia de que, por regla general, los comentarios no son elogiosos, sino todo lo contrario.

En esa primera cita, realizada por Prudencio de Sandoval, en 1615 se dice -al pie de la letra, creo- lo siguiente: ...en unas montaña de Astorga, donde viven gentes pobres y viles, arrieros que los llaman Maragatos".

El inglés W. Dalrymple (1.774), se descuelga diciendo que ...Después del matrimonio, ninguna mujer se peina, lo que es una costumbre muy sucia".

George Borrow, de la misma nacionalidad, nos indica que ...son aficionados a la bebida, y se regodean con comidas copiosas.

Gil y Carrasco, en el Semanario Pintoresco Español, en 1839, nos habla no en muy buenos términos de las viviendas maragatas, ya que según él, del rápido bosquejo,... una cosa sólo tienen en común, la suciedad y el desaliño".

Más o menos, por las mismas fechas, Mesonero Romanos, en sus Escenas Matritenses, deja al maragato con dos palmos de narices, ya que a pesar de su desplante, se queda sin poder adquirir el Mesón.

Pero sin duda, la guinda la pone el Diccionario Histórico Brasileño (la cita no nos proporciona la fecha de la edición), cuando se refiere al término maragato en esta forma: ...Hay en España, provincia de León, una localidad llamada Maragatería cuyos habitantes llevaban vida poco recomendable, asaltando y robando a los viajeros".

A pesar de reconocer mi escasa -por no decir nula- simpatía por los maragatos, no deja de parecerme excesiva toda esta sarta de diatribas contra aquellas gentes, e incluso considero injustas algunas de ellas. Por ejemplo:

Llamar a comienzos del siglo XVII pobres y viles a nuestros arrieros, muchos de los cuales figuran en los libros de Hacienda, ya un siglo antes, con recuas de 10 o 15 machos, no es responder a la verdad.

El comentario de Dalrymple de que una vez casada, la mujer maragata no se peinaba, no deja de ser una solemne estupidez, y lo mismo debe de decirse sobre la falta de aseo y el desaliño de las viviendas -todas ellas- de Maragater¡a, estupidez aún de mayor calibre, viniendo de alguien tan cercano a nosotros como el berciano Gil y Carrasco.

No me parece a mí que el maragato practicase con exceso el culto al dios Baco, ni que se dejase los cuartos regodeándose en comidas copiosas, ni pagase crecidos sueldos a sus criados para que fueran ellos los que lo hicieran, provocando la confusión del Sr. Borrow. Por otra parte, parece estar demostrado que lo del cocido maragato, no pasa de ser una invención moderna, para gloria y beneficio de Maruja Botas y otros restauradores de la zona.

Pero lo que no tiene desperdicio es el comentario del Diccionario Brasileño: los maragatos, se dedicaban a robar a los viajeros". ¿Era éso a lo que se refer¡a Herman Kuning cuando -en el siglo XV- dec¡a: te aconsejo que te guardes de Rabanal? Me asombra que ante esta cita, el Sr. Rubio -D. Laureano- de cuyo reciente libro está sacada, no haya hecho ningún comentario, limitándose a transcribirla sin más. Porque él, que ha trabajado en los archivos, habrá observado que, al margen de algún que otro arriero que abandonó el trato, o cambió de región, dejando tras de sí bastantes compromisos incumplidos; al margen de eso, que yo recuerde, y al menos en lo relativo a los Protocolos de la Escribanía de Turienzo, no he visto nada que lleve a emitir semejante opinión. Creo recordar que Piñeiro, el bandido maragato, si es que anduvo ejerciendo la arriería, no pasó de criado de arriero. La forma en que los maragatos engrosaron sus arcas, con no ser muy ortodoxas (de lo que hablar‚ algún día, D.M.), no llegaron nunca, que yo sepa, al asalto de los viajeros. Las escopetas y carabinas, tan usuales en los inventarios, las utilizaban precisamente para librarse de los asaltos, no para provocarlos.

De todas formas, este cúmulo de manifestaciones adversas sobre los maragatos, una vez pasado el primer momento de asombro, no deja de ser motivo de meditación.

Que no eran muy queridos por el colectivo de labradores de la zona, es más que sabido y no hace falta ni mirar los documentos, basta con la tradición oral. Pero, ¿es que con su actitud y su arrogancia consiguieron igualmente ganarse la antipat¡a de las gentes de fuera?. Todas esas opiniones adversas no parecen indicar otra cosa, por lo que valdría la pena, el hacer un espigueo entre los autores de las distintas épocas -en sus ediciones originales- para ver lo que opinaban de nuestros ricos convecinos.


 

Los maragatos y las fiestas de guardar

Este verano (1.995), el Sr. Cura Párroco de Santa Colomba de Somoza, se mostraba alborozado (y no era para menos) ante la finalización de las obras de restauración de su iglesia. Obras realizadas gracias a los aportes de ciento sesenta donantes que acumularon el nada despreciable puñado de millones que fueron necesarios para su remozamiento.

Llama la atención el ver que apenas 70 años después de su remodelación, el inmueble no estaba ya para muchos trotes, a diferencia del original sobre el que se construyó, que según D. José María Luengo, era un claro ejemplo del románico leonés, y que se mantuvo en pie hasta 1.927, fecha en la que, no porque estuviera derrumbada, sino porque desdecía de la importancia del pueblo, se decidió remodelar dándole el actual aspecto.

Contrasta, sin embargo, este interés en los tiempos modernos por el aspecto del edificio, con el poco apego que mostraron en su día gentes muy representativas del mencionado pueblo, tanto por la participación en los oficios divinos, como en el respeto que debía mostrarse ante dichas celebraciones. Y es aún más curioso el comprobar cómo el apellido se repite, en uno de los casos.

D. José Manuel Sutil Pérez, Director del Archivo Diocesano, publicó en las páginas de El Faro -el 21/3/95- un artículo bajo el t¡tulo Penitencias del Cura de Santa Colomba de Somoza a los arrieros del pueblo (1.691)". En el mencionado art¡culo se nos transcriben las anotaciones del Párroco en el Libro de Fábrica de la parroquia, y en las que vemos que durante ese año fueron impuestas determinadas penitencias (cera para alumbrar la iglesia), a Domingo Carro el Viejo, a Juan García y a su hermano, a Pedro Criado y a Santiago Crespo y su hijo, todos ellos arrieros, por el motivo de que en días de misa obligatoria, ellos o sus ciados no hab¡an asistido a ella, prefiriendo salir con su recua, uno de ellos incluso en el día de Navidad.

Pues bien, casi un siglo después -20 de Agosto de 1.770- los vecinos de Tabladillo, lindante con Sta. Colomba, acuden a la escribanía de Turienzo de los Caballeros, para otorgar un poder a D. Apolinar Casado, Agente de Negocios en la Real Chanciller¡a de Valladolid, para que comparezca ante los Sres. Oidores y Presidentes de ella, y los defienda en el pleito incoado contra ellos por Antonio Crespo García, vecino de Santa Colomba, por decir haberle prendado el carro y los bueyes en d¡a de San Mamed -7 de Agosto-, fiesta de primera clase en el pueblo, de inmemorial tiempo a esta parte".

La historia ocurrió como sigue: Ese mismo día, ya se hab¡a multado a otros individuos de dho. Santa Colomba, por habérseles encontrado también trabajando en nuestro término, sin que se hubieran resistido a pagar la limitada pena que se les impuso, en consideración del escándalo que cometieron, pero el predicho Antonio Crespo, llevado de su grandeza, amaños y altivez, propalo av¡a de hacer lo mismo, y que nadie en este pueblo se atrebería a impedirselo, ni multarle por ello, como de echo lo ejecutó, pasando con dichos sus carros, bueyes y caballeria por el centro de el, con el fin malicioso de probocar a sus moradores, lo que se patentiza con el facto de venirse dho. Crespo personalmente acompañando el expresado carro y bueyes, cuando nunca se berificó lo hubiera ejecutado hasta entonces, mas que tan solamente por medio de sus criados".

Pues bien, se le reconvino por varios vecinos, pero nuestro buen maragato no hizo el menor caso, pasó por medio del pueblo, cargó su carro y con él dió buelta as¡ cargado introduciéndose en el pueblo con mucho desaogo y descaro. Cuando en el pueblo le pararon y le dijeron que estaba multado con media libra de aceite o cera para el culto del Santo, pidiéndole prenda o fianza para su satisfacción, el Sr. Crespo se puso a dar voces, llamó a su criado que dejase bueyes y carro, se marchó, y al poco apareció con un escribano, para que diese testimonio de que le hab¡an embargado caballer¡a, bueyes y carro cargado (Tur. Protocolos, año 1.770, folio 227).

No tenemos datos de cómo terminó la historia, pero mucho nos tememos que no resultase favorable para los vecinos de Tabladillo, ya que no ser¡a el primer caso en que los derechos del labrador se ve¡an pisoteados por el dinero y las influencias de los arrieros. Unas veces eran los pastos, otras el agua, en esta fue el respeto a la celebración de las fiestas patronales, pero el resultado, siempre, o casi siempre, fue el mismo.


 

Con motivo del número cien

­Quién lo iba a decir! Hace años (septiembre del 90) comencé en estas páginas una colaboración que hoy llega al número cien. Creo que la ocasión obliga el dedicar estas líneas a la memoria de la persona que fue principal instigador de ellas, y que no es otra que el autor de mis días.

De mi padre aprendí varias cosas; la primera que nada se consigue sin esfuerzo. Aprendí, y bien, un oficio (el de pescadero); me inculcó igualmente el espíritu de sacrificio suficiente como para, al mismo tiempo, conseguir que estudiara una carrera; y me enseñó además, el camino de la hombría de bien. Creo que todo lo anterior es ya más que suficiente como para poder estar orgulloso de un progenitor, pero el mío me dio aún más: me transmitió el enorme amor que él sentía por su tierra -Maragatería o Somoza, ¡qué más da!, que a él sus conocimientos no le llegaban a tanto-, amor que yo he pretendido demostrar con diversas acciones, una de ellas, sin ir más lejos, estos divertimentos.

Y el tiempo pasa volando. Parece que fue ayer, y ya son nada menos que cien retazos de mi sentir sobre esta tierra maragata. Opiniones relativas a todo, o casi todo, lo que significó algo en la Somoza de Astorga, claramente marcadas por el criterio negativo que mantengo -y seguir‚ haciéndolo- sobre lo que para mi tierra, para esta tierra, supusieron los maragatos, que la usaron y abusaron sólo para su medro personal, que ni siquiera familiar.

Colaboraciones que -no podía ser de otra manera- nunca han gustado a todo el mundo y que seguro estoy habrán conseguido adeptos y enemigos (de lo segundo, tengo ya clara certeza), pero que siempre han ido guiadas en pos de buscar la verdad sobre esta tierra nuestra, cargada de tópicos que a nada que los rascas dan una cara completamente diferente de la ampliamente difundida y aplaudida. Páginas, la mayoría de ellas firmadas -y lo seguirán siendo D.M.- con el seudónimo de Ferruelo, no con la intención de buscar un anonimato, sino por un doble motivo muy lejano a eso: Por un lado, mi padre se sentía muy satisfecho de la originalidad de su apellido materno (recuerdo oirle decir que nadie lo escribía correctamente), y por otro, creo haber encontrado trazas de él, allá  por los siglos XIII o XIV, con lo que quizás nos encontramos con uno de los apellidos maragatos modernos más antiguos (otra cosa más de la que sentirse orgulloso).

Y como prueba de que esa manera de firmar en ningún momento buscaba el anonimato, podrán ver que cuando he ejercitado la crítica, ésta iba siempre avalada con mi nombre. Que a unos les haya gustado más y a otros menos lo que yo haya dicho o dejado de decir, es su problema. Berrinches aparte, yo emplazo a todo el que quiera, a que demuestre los errores vertidos en lo manifestado por mí durante todos estos años.

Y si me encuentro crítico es porque pienso que mi padre, y muchos como mi padre, tienen muy poco que agradecer aquellos maragatos que, cuando los modernos medios de comunicación llegaron a nuestra tierra -sobre todo el ferrocarril en la segunda mitad del siglo pasado- se marcharon de ella, estableciéndose en los lugares con los que mantenían su trato comercial. Y mi padre, y muchos como mi padre, en las primeras décadas del siglo actual, aún unos niños pero habiendo pasado ya por el duro trance de andar de pastor, salieron a Madrid o a otras ciudades a trabajar de pescadero, carnicero, panadero algunos, a dormir en el jergón de paja en la trastienda o el sótano, y una vez superado el duro aprendizaje del oficio, ganar unos pocos duros que poder mandar al pueblo, para que la familia llevase una vida un poco menos miserable.

Y desde donde estuvieran, recordando con cariño a su tierra, y visitándola a la primera ocasión, y los más afortunados, levantando o arreglando una casita para cuando llegase la edad de la jubilación y pudieran volver definitivamente al pueblo. Porque ciertamente, a pesar de que el recuerdo de la patria chica ya no sé lo que podía tener para esas gentes de cálido o acogedor, los recuerdo siempre, a nada que se juntasen dos o tres esperando la sirena en el Mercado de la Puerta de Toledo, o ya en una reunión más numerosa de carácter familiar, hablando con nostalgia del terruño.

Muchas veces oí decir a mi padre que, cuando pasaba la ermita de Valdeviejas, se le iban todos los males. Yo en eso, he de confesar que le supero. Cuando me meto en el coche en las afueras de Madrid apenas despuntado el día, y me pongo ya camino de Turienzo, todos los problemas quedan atrás, sintonizo con la tierra, y cada día pasado entre Sanamede y Las Rubianas significa como poco un mes con las pilas a pleno rendimiento (la lástima es que no son muy prolongadas, o frecuentes, esas escapadas).

Y como esa devoción no la perdió nunca, estoy seguro de que esté donde esté (y no puede ser ningún mal sitio porque si pecó de algo en esta vida, fue de buena persona), cotidianamente pedirá permiso para dejar volar su espíritu por alguno de aquellos lugares para él tan queridos, sólo o -si a él también le dejan- acompañado por su primo Antolín, otro gran amante de estos pagos.

Espero que hayan seguido mi andadura maragata de estos años, y que ambos consideren satisfactoria la altura a la que intento mantener el listón del amor a la tierra, y de ser así, desde aquí les hago el encargo de que vayan buscándome una buena recomendación para que, llegado el momento de visitar el güert¡n, se me conceda un hueco junto a ellos y, de esa forma, poder acompañarles en sus gratificantes volidos sobre nuestro tan querido paisaje maragato. Estéis donde estéis -que no puede ser en ningún mal sitio- recibid un fortísimo abrazo.


 

Las ofrendas de cabo de año

He dicho, y lo mantengo, que las publicaciones del señor Rubio -don Laureano-, gracias a los documentos que saca a la luz, suponen una aportación muy positiva para la historia moderna de la Somoza de Astorga, y ha sido precisamente la lectura de uno de sus libros La burguesía Maragata la que me hizo ver que yo andaba confundido en mi apreciación sobre los "paños de ofrendas" que encontraba en los inventarios de bienes de los habitantes de nuestra región.

Admito que hasta hará cosa de un año, identificaba los paños de ofrenda, y creo haberlo escrito así en alguno de mis artículos, con la bendición y reparto de pan a la salida de misa, práctica habitual en todos los pueblos maragatos hasta hace no mucho tiempo, y que se refleja en la Ordenanzas de dichos pueblos. Sin embargo, la lectura de los testamentos aportados por el señor Rubio en la mencionada obra, nos indica que, o bien se usaban indistintamente para ambos fines (ofrendas y reparto de pan), o exist¡an diferentes paños para uno u otro cometido.

Mi trabajo me lleva a los rincones más apartados, y aunque practicar un acercamiento totalmente respetuoso con otras culturas, no ha dejado de extrañarse el conocer -y en ocasiones, hasta ser el sujeto pasivo- de prácticas como el Ndzobi centroafricano, o el Vudú caribeño (debo reconocer que a veces, aprovechando la credulidad de mis "enemigos" utilicó, y con éxito, sus mismas armas, y algunas estatuillas y fotos pueden dar aún testimonio de ello), pero cuando uno lee que en nuestra tierra, y hace apenas doscientos años, se ponía pan, vino y una vela ardiendo en el lugar de la iglesia donde reposaban los restos de algún familiar, da que pensar sobre la distancia que nos separa de lo nos separa de lo que suele llamarse tercer mundo, o pa¡ses en v¡as de desarrollo".

Consolación Cabero, en su libro Astorga y su territorio en la Edad Media nos cita al menos cuatro documentos que demuestran que la costumbre era habitual en la Astorga de los siglos XIII y XIV.

Los documentos corresponden a los años 1252, 1269, 1295 y 1310, y en ellos se nos indica p.e.: e mando me ofrendar l anno de pan, e de vino e de zera" (1269. Testamento de doña Teresa Morán), o el pleito que mantienen los canónigos por el reparto de la oferta de pan e vino e de zera que dan por los finados que meten como corpo de la Eglesia de Sancta Mar¡a (1295), o en el testamento de Juana Miguélez en 1310, en el que dice mandome ofrendar un anno de pan de vino e de zera, as¡ como es huso e costumbre de la cibdat de Astorga.

Los documentos maragatos son bastante posteriores -pertenecen todos al siglo XVIII- y corresponden como ya hemos dicho al citar la fuente, a testamentos, y en algunos casos creación de mayorazgos, de arrieros acaudalados (no creo que el pueblo llano pudiera mantener ese boato, cuando subsist¡a malamente). Se trata de 7 instrumentos notariales, entre 1704 y 1768, y en ellos encontramos dos variantes, ya que tanto puede hablarse de ofrendas anuales, como de las siete semanas como es de costumbre.

Uno de ellos (el de Martín Nieto, de Santa Marina, en 1734) es bastante clarificador, pues especifica que ha de ponerse una ofrenda sobre nuestras sepulturas de una bolla de centeno de dos libras, y un doblado de cera con su vino, según estilo y costumbre de este pa¡s, y este mismo, en otro documento de la misma fecha, estipula que la cera debe alumbrar sobre la sepultura".

Nunca lo oí mencionar en Maragatería, pero en Castilla, concretamente en el pueblo de Garcillán (Segovia), aún recuerdo a las mujeres que con el reclinatorio acudían a la iglesia a oir misa a su sepultura, que no era sino el lugar donde -en tiempos- se enterraba a los miembros de su familia.

Esto me trae a la memoria aquellas señales que, dicen, exist¡an en las iglesias de los pueblos que frecuentaban los vaqueiros en sus periplos anuales y que dicen, especificaba que no pasen de aquí los vaqueiros, y que podría ser simplemente el deseo de que ningún extraño pusiera los pies sobre los restos de los familiares de los vecinos del pueblo.

Y ya puestos a hablar del lugar en que se o¡a la misa, ¿alguien puede decirme a que obedece el reparto de lugares?. En Turienzo, y hace de esto sus buenos cincuenta años, los niños podían ponerse cerca del altar, separados de él simplemente por una reja de un metro escaso de alto. De ahí hasta la puerta, era -y es- el lugar para las mujeres, niños pequeños y las niñas, y desde la puerta hasta el fondo, el de los hombres y mozos. Los rapaces algo mayores podían subir al coro, ...siempre que no montasen demasiada bulla.

Desconozco si en los otros pueblos maragatos existen repartos similares del lugar a ocupar, pero valdría la pena que algún especialista (pienso que por supuesto, de sotana), nos clarifique el tema, y lo mismo digo en cuanto a la costumbre de las ofrendas en especie, ya que el conocer sobre ambas cosas, podría llevarnos a un más profundo saber sobre nuestros verdaderos orígenes.


Las bouzas y los arrotos

Frente a las tesis que nos anuncian como descendientes de moros cautivos, o de grupos céltico-astures que siempre permanecieron pegados al terruño, se sitúa la que demuestra -corroborándolo con pruebas documentales- que existió una cierta repoblación de nuestro territorio, realizada con gentes del Bierzo mandadas por el Conde Gatón. En favor de esta tesis, que amen de su apoyatura documental se sustenta igualmente por la repetición de nombres de pueblos en el Bierzo y en la Somoza, traemos aquí la existencia en nuestra tierra de un sistema de colectivismo agrario que muy probablemente trajeron consigo los repobladores, ya que se encuentra tanto en el Bierzo como en Galicia. Nos estamos refiriendo a "La Bouza".

En ocasiones me he confesado partidario y seguidor incondicional de la toponimia en tanto que vía indiscutible para adentrarse en el pasado de una tierra. El tema que traemos en esta ocasión a estas páginas nos da la razón pues, si no fuera por la toponimia creer¡amos que "La Bouza" sólo había estado en vigor en uno de los pueblos más occidentales de La Somoza de Astorga.

De todas las Ordenanzas Municipales que hemos manejado (las siete de Peña mas las que Laureano Rubio ha publicado) solamente las de Prada de la Sierra hacen mención a este sistema de colectivismo agrario. En ellas, datadas en 1817, pero con citas a fechas que van hasta el siglo XVI, clara muestra de su autenticidad, nos dicen, referente a las Bouzas, lo siguiente:

"SEÑALES DE BOUZAS: Las Bouzas en el monte se han de señalar el primer dia después del día de Año Nuevo y desde el dicho dia hasta el de San Juan de Junio ha de haver obrado y trabajado alguna cosa en ella y si no habiese obrado y trabajado hasta el dicho dia de San Juan, que otro cualquiera vecino se la pueda tomar y que en este termino nadie pueda tomar dos Bouzas, y que haya de señalar las dichas Bouzas al salir del Sol".

En el libro "Vocabulario del Bierzo" , de Verardo Garc¡a Rey, vemos que existe gran similitud entre las voces "boza" y "bouza", y pensamos que la Boza de Verardo Rey es nuestra bouza, ya que la define como:

"Terreno comunal que los vecinos del lugar o pueblo aran o siembran para beneficiarse de sus productos. Hay pueblos que no tienen sitio determinado para su boza y cada año buscan el que juzgan oportuno. Todos tienen una sóla boza en sitio fijo, por cuya razón la labran dos o tres años seguidos y la dejan descansar uno. Otros en fin, las hacen en campo de concejo. "Sobre las bozas. Iten qualquier vezino de los dichos lugares y concexos que hizieren bozas en campos conzejiles, sea visto no poder sembrarlas mas de tres años, pena de una cantara de vino a qualquiera persona que se la quisiere perturbar, y no la quite, sin embargo, al que primero la labró, y ninguna persona le traiga la zerradura so la dha pena de dos cañadas de vino". Hordenanzas, etc. Cap.2§"Señalar bozas". Persona ni vezino del concexo pueda señalar para pan ni para yerba hasta pasado el dia de año nuevo en adelante, este por suyo hasta el dia de Santa Marina, y si aquel dia no habiere trabajado en el dicho campo o monte que se señalo, que no le valga, y qualquier vezino que se lo quisiere tomar y labrar pueda sin pena ninguna". Hordenanzas, etc. Cap. 40."

Si sólo contásemos con las Ordenazas Municipales, más de uno podría pensar que por tratarse del pueblo más alejado, y por algunos autores no considerado como maragato, esto no habr¡a ocurrido igual en los otros pueblos, ya que sus Ordenanzas nada nos dicen al respecto. Pero por suerte contamos con los documentos del Archivo de Protocolos en los que la toponimia nos indica que la institución de la bouza fue conocida en toda la zona, ya que en Andiñuela, El Ganso, Murias de Pedredo, Pedredo, La Maluenga, Rabanal del Camino, Rabanal Viejo, Valdemanzanas, Villardeciervos, Turienzo... de todos ellos aparecen documentos en los que se citan terrenos con el nombre de "Bouza". Incluso en pueblos de los que no disponemos de documentaci¢n, como Boisán, el mapa del Instituto Geográfico y Catastral, nos muestra una "Bouza de Campano" entre sus limitadísimos topónimos. Por tanto, sin miedo a pecar de exagerados podemos decir que la bouza como norma de colectivismo agrario existió en toda Maragater¡a.

Los arrotos

Junto a la Bouza, que podr¡a definirse como un sistema de cultivar la tierra sin que esta pase por ser un bien colectivo a un bien privado, aparece en Maragatería, sobre todo a partir del siglo XVIII, otro sistema de utilización de terrenos del común, si bien en este caso, la propiedad sí pasa a ser privativa de cada uno de los vecinos del pueblo. Nos estamos refiriendo a Los arrotos.

El aumento demográfico, el paulatino empobrecimiento de los paisanos, o ambas cosas, obligan al concejo de nuestros pueblos a ir presentando peticiones a las autoridades del Reino, para que les permitan romper y repartir tierras del común, peticiones que generalmente, y salvo que se tratase de terrenos de rejas vueltas con alguno de los pueblos limítrofes, siempre obtienen respuesta favorable.

Lástima a que muchas veces de poco de sirvió a nuestro sufrido paisano el reparto de tierra, como no fuera para enjugar pasadas deudas, ya que es también frecuente el ver en los protocolos a los vecinos del pueblo ir, uno por uno, vendiendo su arroto "aún sin romper" al rico del lugar, sin excepción, maragato.

Paro al margen de estas circunstancias, Bouzas y Arrotos son dos muestras más de que nuestro derecho consetudinario en nada difiere del de las regiones colindantes, otra faceta a tener en cuenta cuando de nuestra pretendida originalidad se trate.


El cautivo en Argel

Nos reconocemos legos en materia de nuestro Derecho Civil en el siglo XVII, y lo mismo podemos decir en cuanto a las peculiaridades del derecho familiar maragato, si bien resulta evidente que algunas de sus prácticas -reflejadas en los protocolos- como la de permanecer bajo la tutela paterna hasta los 30 años en muchos caso, son harto curiosas y merecedoras de un estudio en profundidad, labor que dejamos para alguien más joven y con más tiempo libre que nosotros.

Y por si sirve de incitación al potencial estudioso, vamos a traer a estas páginas un par de documentos que nos hablan de unas relaciones parteno-filiales un tanto atípicas.

El primer documento de los que vamos a transcribir, está lamentablemente incompleto, pues la finalidad primordial de su transcripción no era otra que la de tener constancia del paso por las mazmorras de Argel (¿al igual que Cervantes?) de un oriundo de Maragatería.

El documento fechado en el 6 de julio de 1670 (APA, Turienzo, año 1670, folio 132), nos dice lo siguiente:

"Transaccion y concierto entre Manuela Arias y Joseph Alonso, su ijo, de Murias de Pedredo. El dcho. Domingo Arias ha puesto pleito y demanda en la forma a la dha. a su madre sobre pedirle por Rigor de Justicia ante la de esta Jurisdizión le debía de dar y entregar setenta y cinco reales de a ocho de buena plata para con ellos ajustar lo mas restante asta cantidad de Ducientos reales de a ocho en que fue concertado y rescatado de tierras de Argel adonde estubo encarcelado y cautibo algunos años asta que le saco de la esclabitud y cautiberio en que estaba el capitan Fernando Martin Albarez, obligandose por el a la paga de los dhos. ducientos reales de a ocho, y aunque el dho. Domingo Alonso ha ganado lizencias de algunos señores obispos y sus probisores para poder pedir y sacar limosna en sus obispados, y a bendido su corto patrimonio y la poca azienda que tenia, aziendo otras muchas diligencias muy bibas para juntar toda la dha cantidad, y no a sido posible de sacar mas que tan solamente ciento y beinte y cinco, por cuia causa puso la dha. demanda ...........y la dha Manuela trataba de defenderse y libarse de no querer dar ni ayudar con la dha cantidad al dho. Domingo por decir que era pobre y muy bieja y no podia trabajar para sustentarse y que de limosna y caridad la estaba sustentando su ijo......."

Algún derecho deb¡a tener el amigo Domingo al solicitar la ayuda de su madre, pues un mes después, en el mismo fondo documental (folio 156), y exactamente el 10 de agosto de 1670, aparece asentada una venta para Juan de Cabo, vecino de Murias de Pedredo, que otorga el ex cautivo Domingo Alonso Arias, natural de Murias, y avecindado en Turienzo de los Caballeros.

Domingo vende a su paisano "una casa caida, sita en dicho lugar de Murias, junto a la "Fuente de arriba" que determina con campo de Concejo y con casa de Joseph Alponso". El precio en que se concertó la operación fue el de "Beinte ducados de moneda de bellon usual y corriente".

En nuestra búsqueda en el fondo documental de que disponemos, sólo hemos podido encontrar, en el Padrón de la Moneda Forera del Año 1674, referente al pueblo de Murias de Pedredo, la mención de "Joseph Alonso, hombre bueno de medianos posibles". Ninguna mención a su madre, cosa normal si es que efectivamente se encontraba bajo el amparo del hijo.

Puestos a imaginar, imaginamos a una madre asociada al hijo mayor (muy probablemente arriero si nos fiamos de los apellidos), y del otro lado un segundón que tuvo que buscárselas fuera, y a lo que parece, sin gran fortuna.

¿Qué podrían suponer 75 reales de a ocho de buena plata, o cuáles serían las relaciones entre la madre y el hijo, para que éste tenga que llegar hasta las puertas de un pleito para conseguir que le den ese dinero? Como tantas y tantas incógnitas del tema maragato, sólo podría contestarse buceando en la única fuente posible: los documentos de primerísima mano que conforman el fondo de los Protocolos de las Escribanías de Astorga, Lucillo y Turienzo.

En el caso que nos ocupa, el espigueo anterior y posterior a la fecha, nos daría la clave de esa y muchas otras de las hipótesis que el asunto permite plantearse.

Que lo haga quien pueda y quiera. Yo creo que bastante hago con ponerlo sobre el tapete.


 

Lo que costaba ser cura

Cuando se anda hurgando en los archivos, uno puede encontrarse con noticias de lo más curiosas. En el presente caso, traemos a la luz un documento en el que constan los gastos que era necesario realizar, en nuestra región y en la segunda mitad del siglo XVIII, si se quería que un hijo siguiera la carrera sacerdotal. El documento es breve pero altamente interesante, no sólo por la noticia en sí misma, sino igualmente por las fórmulas documentales que en él se expresan.

No es el único caso que conocemos en el que un hijo de maragato abraza la carrera sacerdotal. Sin ir más lejos, de los cuatro hijos de José Calvo, el famoso arriero de Rabanal del Camino, de entre los tres varones, dos de ellos sintieron la llamada de la Iglesia, y creo recordar que ambos quedaron en el pueblo, uno como cura párroco, y el otro como el sacerdote adscrito a la Capilla de San José. Carecemos de tanta información sobre nuestro seminarista, ya que sólo aparecen reseñados sus datos y los de sus progenitores, pero creemos que el documento merece ser dado a la luz.

El protocolo ocupa las págs. 190 y 191 del volumen correspondiente al año 1777 de los Protocolos de la Escriban¡a de Turienzo de los Caballeros, y dice del tenor siguiente:

Diziembre 12. Scriptura de obligacion a favor del Seminario de la Ciudad de Astorga. Antonio Crespo Perez y Mar¡a Alonso marido y mujer vecinos del lugar de Santa Colomba en esta Maragateria haviendo prezedido la lizencia que ade uno a otro se requiere de cuia conzesión y azeptacion el presente escribano da fee della usando juntos y de mancomun otorgamos que nos obligamos con nuestras personas y vienes muebles y rayczes presentes y futuros a dar y pagar realmente y con efecto al Seminario de la Ziudad de Astorga y en el interin que permaneziese en el D. Antonio Crespo Alonso nuestro hijo por bia de alimentos y en cada un año a saver sesenta aducados de vellon que hemos de poner a nuestra quenta y riesgo en dha. ziudad de Astorga casa y mano y poder del rector o maiordomo del zitado Colexio o quien su derecho representase vaxo la pena de execuzion dezima y costas de la cobranza y de quatrozientos maravedises de salarios que por cada un dia pagaremos a la persona que en ella entendiere contandolos de la hida estada y buelta hasta el efectibo pago por cuios derechos consentimos la misma execuzion que por el principal de esta escriptura para cuio cumplimiento damos poder a las xustizias de nuestro fuero que a ello nos compelan como por sentenzia pasada en Juzgado, renunziamos todas las fuentes y derechos de nuestro favor con la general en forma. E yo la adicha Maria Alonso por ser casada remnunzio mi dote y arras, vienes parafernales hereditarios y gananziales, leyes de los Emperadores Veleyano y Justiniano, Toro Madrid y Partidas y mas que hablen en favor de las mujeres casadas de cuios efectos como savedora por el presente escribano me aparto de su favor y juro por Dios Nuestro Señor haver por firme esta escritura, y que para otorgarla no he sido induzida ni atemorizada por dicho mi marido ni otra persona en su nombre, sino que lo hago de mi libre volumptad y por combertirse en mi utilidad, y una y otra parte as¡ lo otorgamos ante el presente escribano en esta Villa de Turienzo y Diziembre doze de mil setecientos sesenta y siete, siendo testigos Antonio Ojea, Francisco Fern ndez y Joachin Carrera, vezinos ade ella, de los otorgantes a quienes io escribano doy fee conozco lo firme el que supo, y por la que dijo no saver un testigo a su ruego, y firme. Antonio Crespo Perez, ante mi Antonio Fernandez Peña. Recib¡ por derechos tres reales de vellon, doy fee.

(Archivo Histórico Provincial de León. Protocolos Notariales del Partido de Astorga. Signatura 2.562, Caja 10.549, folio 190).

Nada más sabemos sobre nuestro seminarista, aunque lo suponemos finalmente ordenado, y ejerciendo su ministerio, y muy probablemente en su pueblo de origen, ya que ni dinero para terminar su carrera, ni influencias para conseguir un buen destino habrían de faltarle pues ambos apellidos denotan clara ascendencia maragata, y sobre todo, el de su progenitor -Crespo- es de los de más fuste de Santa Colomba de la Maragatería, como indica el documento en cuestión.

Nota aclaratoria: Hemos incorporado una nueva forma de identificar los documentos ya que lo que hasta ahora manejábamos eran las fichas mecanografiadas por mi buen amigo Peña, tomadas cuando los protocolos estaban en "La Casona", allá a comienzos de los años sesenta. Hemos solicitado las fotocopias de algunos de ellos al Archivo Histórico de León, y su Directora, Dña. Carmen Fernández Cuervo nos los ha facilitado con rapidez y eficacia. Desde aquí mi más sincero agradecimiento a ella y a su equipo, y quede como aviso a los navegantes que gustan escribir de oidas. Quien quiera hablar sobre Maragater¡a, ya sabe dónde obra una importantísima base documental con la que -s¡ puede- escribir nuestra verdadera historia.


ccc

El de escribano, un oficio rentable

Dejando a un lado los arrieros, puede que no hubiese otro oficio en la Somoza de Astorga que proporcionase "un buen pasar", mejor que el de escribano, y precisamente las ganancias de los escribanos proven¡an en gran medida de los fondos documentales provocados por los maragatos, ya lo fuese en su trato de arrier¡a (son innumerables los poderes para pleitear, ya sea conjunta, ya individualmente) como por las compraventas de fincas gracias a los pingües beneficios obtenidos en ese trato.

En Maragater¡a hubo dos escriban¡as, la de Turienzo, que sabemos ya exist¡a en el siglo XVI (aunque los fondos m s recientes que se conservan son de la segunda mitad del siglo XVII) y que perdur¢ hasta entrado el XIX, y la de Lucillo, de la que creemos recordar que su fondo documental es mucho más pobre.

Hay un per¡odo de al menos cien años (segunda parte del siglo XVII y primera del XVIII) en el que, el claro liderazgo de algunos arrieros de Andiñuela, Rabanal y Santa Marina, convierte a la escriban¡a de Turienzo (pensamos que unicamente debido a su proximidad) en el lugar donde se centralizaban la protocolizaci¢n de los poderes que los arrieros de toda la Somoza extend¡an en sus pleitos sobre los portazgos. Ello, unido a la actividad acaparadora de fincas y otras propiedades inmuebles por parte de los susodichos trajinantes, convert¡an dicha escriban¡a de Turienzo de los Caballeros en un manjar de lo m s apetecible.

Como prueba de ello tenemos, por una parte, el intento de perdurar el cargo en la familia, y por otra, la rápida intervenci¢n de los escribanos cuando por ser el lugar de otra jurisdicción, por ley les correspond¡a actuar.

Un ejemplo de esto último lo tenemos clarisimamente al fallecimiento de José Calvo, el poderoso y riqu¡simo arriero de Rabanal. Perteneciendo Rabanal del Camino a la jurisdicción de Palacios de la Valduerna, nada pod¡a hacer el escribano de esa localidad para evitar que el susodicho arriero encargase todas sus escrituras públicas a Pedro Martínez, escribano de Turienzo, pero a la muerte del Sr. Calvo, acude presto Mat¡as Blas Frade desde Palacios, a fin detestificar la muerte y confeccionar el inventario y el cuaderno particional de los bienes (val¡a la pena, ya que el inventario citado ocupa cerca de 300 folios).

Poco después -año 1.739- y pasado a mejor vida el escribano de Turienzo, es el propio Mat¡as Blas el que ocupa dicha escriban¡a, cargo en el que permanece, al menos, hasta el año 1.759.

Los escribanos deb¡an cumplir ciertos requisitos -mínimos- para poder ejercer su función. Deb¡an tener buena letra, conocer las f¢rmulas de redacci¢n de los documentos, y ser de buena familia. De esto último, y siguiendo lo que indicaban Las Cortes de Madrid de 1534, sobre que los escribanos vengan primero examinados y aprobados de su villa o ciudad por la justicia y ayuntamiento con informaci¢n de qui‚nes son",tenemos un buen ejemplo. Se trata del informe que para examinarse de escribano presenta Antonio Fernández Peña, el 23 de octubre de 1.759. Dice así:

Antonio Fernández Peña, natural de la Villa de Turienzo de los Caballeros, digo: que yo pretendo hacerme Notario del Reino y para poderlo conseguir a V. Merced suplico se me reciva información de como soy y quede ijo habido en Ixmo. matrimonio de Domingo Fernandez y de Cathalina de la Pe¤a, aora difuntos vecinos que fueron desta villa, asi los susodhos como mis abuelos paternos y maternos fueron havidos y tenidos por xristianos viejos sin mancha de moros, judios ni¤ de los recien conbertidos a nuestra santa fe catolica, ni penitenciado por el Santo Tribunal, como tampoco exercido oficios biles, y echa que sea la tal información citación de el rejidor decano desta villa, por hacer el ofizio de procurador sindico general en ella, se me de copia testimoniada..."

De la calidad y claridad de la escritura, al menos en lo referido al fondo documental de la Escriban¡a de Turienzo, no podemos quejarnos. Hab¡an pasado ya los tiempos de las letras retorcidas y de las palabras extendidas interminablemente que hicieron decretar a los Reyes Católicos el número de palabras por rengl¢n, y hay escribanos que muestran una escritura extremadamente clara, ...e incomprensiblemente menuda.

Quizás para contrarrestar este £ltimo inconveniente (se cobraba tambi‚n seg£n el número de páginas) es toda esa interminable cantinela, toda esa paja que aparece en los documentos, en donde se invocan las Leyes de Toro, las Partidas, emperadores romanos, etcétera. Para poner alg£n ejemplo, el documento de una venta que llena 4 p gs, apenas tiene una pagina y un tercio para la venta en s¡ (dic. 29 de 1.674), un inventario de bienes de 22 págs., la relaci¢n de los mismos ocupa apenas 14 de ellas (Nov. 2 de 1670), y quizás la palma se la lleve otro documento, del a¤o 1674, en que s¢lo 7 de las 24 p gs. son el inventario en s¡, (tampoco hay que asombrarse en exceso. Hace unos 30 años, yo mismo puede dar fe que esa pr ctica segu¡a en uso -confesada por el propio oficial- en la Notaría de Astorga).

Lo de la transmisión del cargo de padres a hijos, no solamente se ve en la repetici¢n de apellidos, sino que podemos, en un caso al menos aportar prueba documental:

El 29 de diciembre de 1674, en la venta de unas fincas a Miguel Carro, figura como testigo Pedro Antonio Mart¡nez, mozo, hijo del presente escribano y su oficial. Pues bien, fallecido Gabriel Mart¡nez, que era a la saz¢n el escribano, ocupa el puesto Pedro Mart¡nez de Losada, que no es otro que su hijo Pedro Antonio Mart¡nez.

La desaparición de gran parte de ese tipo de documentos, se debe al hecho de que los protocolos de los escribanos se consideraban como propiedad de la familia, y esta dispersión ha hecho que se pierda un porcentaje nada desdeñable. Por ejemplo, en Turienzo se nos habla, en 1741, de que obra en los archivos un protocolo de 1596, otro de 1617, cuatro de 1620, 1625, 1634 y 1638, y a partir de ah¡, los de Gabriel Mart¡nez, con una relativa continuidad desde 1658.

Gracias a este documento, y al inventario de los papeles que obraban en la Escribania de Turienzo al 13 de Marzo de 1.825, podemos establecer los nombres de los escribanos que por all¡ pasaron, desde finales del siglo XVI. Estos fueron:

La casi totalidad de los documentos mencionados en ese inventario, permanecieron en La Casona por más de siglo y medio, en unas condiciones que podemos calificar de deplorables y hoy reposan, cuidadosamente ordenados, en el Archivo Hist¢rico de Le¢n, donde pueden ser estudiados por los que quieran investigar en nuestro pasado reciente.


 

Argentina, Uruguay, Brasil...

Tratando de localizar otros papeles, que nada tienen que ver con el terruño, he tropezado con el pequeño testimonio gr fico que acompa¤a a estas l¡neas, y que nos demuestra la amplia cobertura geográfica de la palabra Maragato. Su hallazgo me ha dado pie para emborronar unas páginas, que espero no susciten controversia ya que en ning£n modo es ese el esp¡ritu que las gu¡a.

Resulta muy molesto andar por el mundo enmendando la plana, y me pueden creer si les digo que eso me ocurre no solamente con el tema maragato, sino que lo mismo me sucede en la vida profesional. Pero la verdad es que, cuando me coloco en la tesitura de comparr lo que va del dicho al hecho, veo que no me salen las cuentas, y comoquiera que tengo ya una edad como para atragantarme comulgando con piedras de molino, y no estoy dispuesto a pasar por alto una sola opini¢n que desvirt£e la realidad de mi tierra adoptiva, ocupo mi ocio en intentar desenredar la madeja, en la idea de que si consigo interesar en la b£squeda de la verdad del tema maragato aunque sólo sea a una persona, una s¢la, doy por bien empleado mi trabajo.

El documento brasileño, una cita tomada de un diccionario, es breve y clarificador. La pena es que para los brasileños la palabra tenga tintes peyorativos, al ser utilizada como sinónimo de mercenario.

En cuanto a los maragatos argentinos, analizados los documentos que obran en los archivos de Carmen de Patagones, tenemos que de las 60 familias que en 8 contingentes acudieron a poblar aquellas tierras, solamente 12 familias resultan oriundas de nuestra provincia, y de ellas, claramente definido su origen como de nuestra tierra, sólo tenemos a una, la de Ram¢n Carro, que lleg¢ en el quinto contingente, y que dice ser de Turienzo de los Caballeros. Otro, Pedro M‚ndez, no consta en qu‚ grupo llegó a la zona, ni tampoco el nombre del lugar, aunque ‚l afirma que viene de un pueblo maragato.

Hay otra familia, la de Manuel González que llegó en el octavo contingente (el último al parecer en esa primera etapa poblacional), y que dice ser de la parroquia de San Juli n, de Astorga. Y por último tenemos dos familias, que por sus apellidos pudieran proceder de Maragater¡a -Alonso Calvo, que llegó en el sexto contingente, y Juan Miguel Crespo en el séptimo- de los que en el primer caso no sabemos nada sobre el lugar de origen, y en el segundo, solamente nos indican... que vino de León.

Pasamos a continuación a analizar el caso uruguayo, y bas ndonos en el trabajo de Mat¡as Rodr¡guez (Historia de Astorga, págs. 682 y sgtes.) que a lo que parece se apoya en una comunicación de D. Mat¡as Alonso Criado, residente en Montevideo, "al poblarse a principios del siglo XVIII la región Septentrional del R¡o de la Plata, fueron llevadas, en considerable n£mero, familias para fundar a San Felipe y Santiago de Montevideo, a San Jos‚ y Santa Lucía en la República Oriental del Uruguay, y a Carmen de Patagones en la Confederación Argentina.

En la República del Uruguay se llaman todav¡a "Maragatos" a los hijos y habitantes del departamento de San Jos‚, por haber sido fundada su capital, la ciudad del mismo nombre, exclusivamente con hijos de la espa¤ola Maragater¡a". "Llegadas a Montevideo, el Gobernador de la plaza, por disposici¢n del Virrey Loreto, dirig¡alas a los ya trazados pueblos y ejidos de Santa Lucia y San Jos‚" "Los distinguidos apellidos de Zamora, Callorda, Ledesma, Maciel, Carro, Blanco, P‚rez, Caballero, Mart¡nez, Astorga, Alonso, Espinosa, Medina, Larriera, Le¢n, etc., son los de aquellos inmigrantes que continuaron llevando el nombre de Maragatos en Am‚rica, y lo legaron a sus descendientes, por proceder la mayor¡a de ellos de la regi¢n maragata de Espa¤a". "Un hijo de maragato, D. Vicente de Medina, estableci¢ en 1781 saladeros en las m rgenes del rio Colla (Rosario Oriental, Uruguay)", "Un tal Montoro, famoso con el sobrenombre de El Maragato", "A finales del siglo XVIII, fue a Rio de la Plata un escribano de Turienzo, D. Tirso Mart¡nez", "En 1804 se fue de Andi¤uela D. Francisco Mart¡nez Nieto, que por su probidad y dedicaci¢n a los negocios lleg¢ a ocupar una gran posici¢n en Buenos Aires y Montevideo".. etcétera.

De entre todos los apellidos mencionados, apenas hay un 20% que yo est‚ dispuesto a aceptar como verdaderos apellidos maragatos, con lo que abiertamente discrepo de la afirmación que hace el ilustre comunicante al decir que "proced¡an la mayoria de ellos de la región maragata de España".

Ser¡a absurdo negar que en determinadas regiones americanas, a sus habitantes se les llama maragatos, la cara de asombro del ingeniero brasileño que, en El Congo, me escuchó decir que yo era maragato no es como para contar. Tampoco puede rebatirse la evidencia de una emigración maragata "de categoría" hacia América -principalmente a tierras del Sur- en el siglo XIX, y lo mismo podemos decir de las emigraciones hacia La Argentina a comienzos del siglo. ¿Hay alguno que no tenga un pariente, m s o menos lejano ya, en la provincia de Buenos Aires?, e incluso creo recordar otras emigraciones ya en época m s reciente, aunque dir¡a que dirigidas a pa¡ses más al norte, pero también en Sudamérica.

Que les llaman Maragatos es indiscutible, lo que ya no acepto es que, por el hecho de que los llamen as¡, sean verdaderamente originarios de nuestra tierra, pues de ello no hay evidencia, y aún más, existen claras pruebas en contrario.

El hecho de que esas emigraciones organizadas tengan lugar ya bien entrado el siglo XVIII, cuando los maragatos ricos y poderosos hab¡an diversificado su actividad mercantil, me hace aventurar la idea de que las expediciones fueran organizadas, patrocinadas, financiadas o como queramos decir, por alg£n maragato. Y f¡jense bien que digo, e insisto, de que se trata de aventurar una opinión. Mientras no dispongamos de pruebas que lo afiancen no puedo mantener otra cosa.

Pero no es sólo en estos tres pa¡ses, hay otras zonas americanas donde resulta clara su población por gentes leonesas, y as¡ tenemos el caso de p.e. Nicaragua, donde al margen del apellido Somoza tenemos que una de las poblaciones m s importantes se llamaba León (destruida por la erupci¢n de un volc n, y cambiada su ubicaci¢n, aunque conservando el nombre: Nuevo Le¢n), y donde tambi‚n me parece recordar el apellido Astorga. Sin poder ofrecer datos tan concretos, recuerdo un d¡a en Cali -Colombia- que visitando el mercado no pude menos que decirle a mi acompa¤ante: "parece que estoy en mi tierra, pues hay gente que jurar¡a que son de los pueblos de mi región", y es que, por los rasgos de la cara me hubiera atrevido a se¤alar el apellido, y el pueblo maragato del que proced¡an aquellas personas.

Espero que algín d¡a tropecemos con algún documento que arroje m s luz sobre el tema, o que haya alguien dispuesto a bucear en los archivos -que los hay y muy importantes- de nuestra emigración. Mientras eso llega -si es que llega- creo que es bueno situar en su justa dimensión el éxodo maragato hacia América.


 

Andiñuela, la antigua Ibdonia

Situada en la falda meridional del Monte Irago, a los pies de La Cruz de Ferro, Andiñuela, en la cercan¡a de Rabanal del Camino y Santa Marina, forma parte con ellos y el más alejado ya Santa Colomba, del grupo emblem tico de los pueblos maragatos del valle de Turienzo.

No son numerosas las citas documentales que de Andi¤uela poseemos en la ‚poca medioeval, sólo cuatro hasta donde yo conozco, y que pertenecen a los a¤os 923, 1027, 1046 y 1092. Sin embargo, a pesar de su cortedad en el n£mero, son harto suficientes como para poder asegurar que Andi¤uela, en tiempos pasados, debi¢ ser la localidad m s importante de toda la zona. No otra cosa se desprende del hecho de que, se nos hable del río de Ibdonia, o del valle de Ibdonia en épocas tan remotas como 1046 0 1092, y en documentos que tratan de zonas tan alejadas como Val de San Román, o Val de San Lorenzo.

Algunos estudiosos hablan de leyendas sobre la existencia de siete Andiñuela. En 1027 se mencionan sólo dos: Ibdonuela de Abajo, que pertenece por entero al Obispo de Astorga, e Ibdonuela de Arriba, en la que solamente una heredad, perteneciente a Havivo Solidiz, escapa al dominio de Astorga.

A pesar de esa escasez de citas, los topónimos que han llegado hasta hoy son harto elocuentes y demostrativos de su vida pasada. De entre ellos podemos destacar:

La Escrita,

El Palacio,

Valdelacarrera, y

Villalosada

De Ibdoniola de Abajo, en la actualidad sólo quedan las ruinas de su iglesia (la Iglesia de Santiago), que en los topópnimos figura como tal -"Tras la Iglesia de Santiago", año 1674-, y la zona que la circunda, que igualmente sigue denomin ndose "el Monte de Santiago", igual que en siglos anteriores -año 1773-, cuando se rompe el monte para ampliar las zonas de labor.

Este monte de Santiago muestra claros vestigios de explotaciones aur¡feras romanas, algunos ante su tipolog¡a piensan que pertenecen incluso a per¡odos anteriores, y recuerdo haber visitado en mis años mozos la cueva, testigo mudo del m‚todo de "ruina montium" utilizado en esos laboreos mineros.

Iguales pruebas de los pasados tiempos son las conducciones de agua que todav¡a hoy perviven, as¡ como las trazas de empedrado en diversos caminos.

Por otra parte, Andiñuela reune el puñado de top¢nimos m s evocadores de la vida tradicional de -quizás- toda Maragater¡a; citemos a modo de ejemplo: Ardecarb¢n, El Couso, La Ferrer¡a, Humiel del Gallo, Iruelas, El Pis¢n Viejo o El Prado del Toro, y no podemos dejar sin mencionar la cita a "Dos odres de mazar la leche viejos", en un inventario de bienes del año 1676.

Dos años antes de esa fecha, el Padr¢n de la Moneda Forera en Andi¤uela, arroja la cifra de 63 vecinos (m s el Lcdo. Pedro de Prada Cifuentes, cura del lugar), ninguno de ellos hidalgo, y de entre ellos, once pecheros cuantiosos, cinco de medianos posibles, y cuarenta y siete pecheros pobres.

Los apellidos "ricos" son los Alonso, Castro, De la Jousa, Marcos de Otero, y Del Palacio, y de ellos debemos destacar a Matheo Castro, que en su testamenteo (1694, Diciembre 17) declara que cuando se cas¢ ten¡a solamente cuatro machos, y en la actualidad posee 23 machos de recua, una mula, y dos pollinas. Pienso que para la época, los negocios no se le dieron tan mal a nuestro arriero.

Del siglo XVIII poseemos varias muestras del talante innovador y progresista de los arrieros -maragatos ya- de Andiñuela. Como muestra podemos mencionar a Matheo Mart¡nez Ramos, que junto con sus hijos Matheo y Antonio Mart¡nez Marcos, se asocian con otros maragatos de Castrillo para conducir en nuestras requas y otras todos los caudales pertenecientes al Banco Nacional de San Carlos de la Villa y Corte de Madrid, desde el Reyno de Galicia a las ciudades villas y lugares deste Reino de España, y fuera del (1786, Octubre 5), y otro maragato, Jos‚ Botas, inspirado muy probablemente por los ilustrados que introdujeron los nuevos m‚todos -franceses- de salazón en Galicia, entra en tratos con unos pescadores de Corme, adelant ndoles dinero para asegurarse la producción -en este caso concreto, de congrio- (1799, Julio 14).

Pero, como en tantos otros pueblos de La Somoza, mientras los maragatos mejoraban ostensiblemente en posición y caudales, los labradores iban descendiendo su nivel de vida, y así tenemos en Enero de 1741, al Concejo de Andiñuela solicitando permiso para roturar los pagos de "El Ramayla, Mata de Camba, La Silba, Camino de Rabanal y Valdelacarrera", ya que "se allaban tan pobres y necesitados, que algunos de los vezinos de el, abian dejado sus casas pas ndose con sus familias a tierra de Campos y otras partes a fin de trabajar y sustentarse con el labor de sus manos y sudor de sus cuerpos..." (escriban¡a de Turienzo, año 1741, s.f.)

Durante la Guerra de la Independencia, en Andiñuela estuvo estacionado un destacamento del ejército español (probablemente artiller¡a, pues se le denominaba "parque"), situación que provocó roces entre esta localidad y Turienzo, pues al parecer exig¡an con exceso contribuciones a la cabeza de su jurisdicci¢n, habiendo llegado hasta el arresto del Regidor, y su conducción preso y golpeado, hasta Andi¤uela.

Y ya sólo nos queda referirnos a un hijo de Andiñuela que pudo haber hecho mucho por la tierra, tal y como lo demostr¢ en vida, y al que se llevó la vor gine de nuestra incivil guerra. Creo que todos habrán adivinado que me refiero a D. Toribio Mart¡nez Cabrera, el General Cabrera, quizás descendiente de aquellos Mart¡nez, los arrieros que se ocuparon del transporte de los caudales del Banco de San Carlos.

Hoy Andiñuela, la antigua Ibdonia, es una muestra más del estrago que los nuevos tiempos han tra¡do a Maragater¡a, con s¢lo las rotas paredes de las grandes casas arrieras como muestra de aquella ‚poca en que los maragatos acog¡an en sus viviendas a personajes de Car cter, Dignidad y Distinción, cuando transitaban desde Castilla a Galicia, y al contrario.


 

El Ganso, y los patos de la Marquesa

Si hoy preguntásemos a cualquiera de los ya escasos habitantes de esta localidad a que se debe su nombre, es fácil que al igual que yo recuerdo haber escuchado en multitud de ocasiones, digan que "era allí donde se guardaban los patos de la Sra. Marquesa". Para aumentar la confusión, se podr¡a añadir lo que al respeto opinan algunos "eruditos", para los que "la localidad de El Ganso recuerda una vieja tradici¢n de esot‚ricos e iniciados que aseguran que El Camino de Santiago es en realidad un gran Juego de la Oca, con sus puentes, esfuerzos, cárceles, posadas peligros y hasta la muerte, pero tambi‚n con ocas benefactoras, hijas de la suerte. Una de ellas corresponder¡a a El Ganso (León, paso a paso).

Dejando de lado las curiosidades, creemos que la primera cita documental se remonta a mediados del siglo XVII (26 de septiembre de 1.156), cuando Juan Gotez y su esposa Gelvira Alvitis entregan al Monasterio de San Pedro de Montes "... una tierra que tienen en Turienzo, en la v¡a de Rabanales, en el lugar llamado Cassum". En mi opinión, es en ese topónimo, de referencia vegetal, donde debemos situar el porqué del nombre de nuestro pueblecito.

Doscientos años despu‚s (28 de junio, 1.350) ya aparece con su nombre actual, en un documento en el que Bartolom‚ Mart¡nez, Chantre de la Catedral de Astorga, dona a los Canónigos y Cabildo lo que hab¡a heredado en el hospital del Ganso y en Castrillo de Rechivaldo. Según otros, a mediados del siglo XIII, los Premonstratenses de Santa Mar¡a de Villoria de Órbigo, poseían all¡ un monasterio.

La localización que especifica en la vía de Rabanales es absolutamente correcta, pues en El Ganso se bifurca un camino, que en su versión Norte dirige a Rabanal Viejo y La Maluenga, mientras que la meridional es la archiconocida ruta jacobea. Caminos que muy probablemente tuvieron su origen romano como v¡as de servicio mineras, y que motivaron el quizás primer asentamiento, en un pequeño recinto tipo corona, apenas a un kil¢metro al oeste del pueblo y donde aparecieron vestigios de edificaciones de tipo rectangular, abundante escoria de hierro, y enterramientos en vasija.

El hecho de que contase con un hospital para peregrinos, hizo que su nombre apareciese escrito de muy diversas maneras en documentos y guias de peregrinaci¢n, y as¡ podemos encontrar referencias al "Hospital de Arriba", en contraposici¢n al de Santa Catalina, que era conocido como "Hospital de Abajo", en contraposici¢n al de Santa Catalina, que era conocido como "Hospital de Abajo", e incluso a veces se le denomina "el Hospital Grande" (?).

Desconocemos cuándo se integró, pero El Ganso perteneció al Señorio que en Turienzo de los Caballeros, mantuvieron los Marqueses de Astorga, y sin tener -creemos- nada que ver con los patos de la Sra. Marquesa, lo que si es cierto que El Ganso era algo as¡ como el celador de los montes y términos de los Cuartos de la Ciudad de Astorga, tal como aparece en el poder que el Concejo de Santa Marina otorga en 1.788 para pleitear contra dicho pueblo y que no fue sino uno m s de los muchos enfrentamientos, que por motivo de los aprovechamientos de esos terrenos tuvo que mantener con Pedredo, Santa Catalina, Turienzo, Santa Colomba, etc.

Creemos que nunca fue un pueblo eminentemente maragato, por cuanto no parece que tuviese ni muchos arrieros, ni de renombre. En el Padrón de la Moneda Forera de 1.674, constan 36 vecinos m s el cura, y en la Lista de Vecindario de 1.718, vemos que la situaci¢n ha dado un vuelco impresionante "a peores", ya que:

"Resultan 9 vecinos y el cura párroco, se compone de 20 casas, incluso en ellas los pajares y corrales de ganado todo ello pajizo y de poco balor. No hay casa de ayuntamiento, ni carzel ni carnizeria ni p¢sito ni taberna ni otra que sea publica o propia del concejo. Tambien no aber en dho. lugar conbentos algunos ni mas iglesias ni templos que la susodha. parroquial de Santiago y una hermita de Santa Olaia".<D>

Y en hablando de Iglesias, la de El Ganso pertenece a ese grupo, bastante numeroso, de iglesias maragatas en las que el pueblo mantiene el derecho de presentación (a mi juicio, reminiscencia de las "Iglesias Propias") por lo que el párroco, dos veces al año, Pascua de Resurrecci¢n y Nacimiento, ten¡a que obsequiar a los vecinos con roscas de pan de trigo con huevos, o una escudilla de castañas (sanas y buenas), así como "dos veces de bino medidas por una taza de plata o por una escudilla blanca de madera, de bino limpio y sano y bueno en olor, color y sabor" (Protocolos en Turienzo. 1.677, folio 62).

Tenemos otros dos documentos relativos a la iglesia de nuestro pueblecito santiaguista. El primero, de finales del siglo XVII (1.699, junio 6)nos habla de que D. Juan Antonio de Arrojo, de oficio Maestro Dorador y Pincelista, vecino de la ciudad de Astorga, se encargó de "dorar el retablo mayor de dha. Iglesia y dos colaterales que tambi‚n hay en ella, uno del Anjel de la Guarda, y otro de San Venito", a cambio de quatrocientos ducados de vellón pagaderos en tres terzios iguales, mas casa y leña.

Casi un siglo después, el 27 de junio de 1.774, se ajusta en 2.000 reales la obra para reedificar el portal de la Iglesia, dej ndolo en su actual aspecto, pues "... el portal que al presente tiene la dha. Iglesia parrochial de El Ganso esta constituido en varias imperfecciones y ruinas por su muchas antiguedad..." Quizás alguna de esas antiguedades sea lo que con aspecto de basamento de pórtico, se encuentra desde hace muchos a¤os a la salida de poniente del pueblo, y que hoy luce coronado por una cruz.

En la actualidad, si bien que muy frecuentado por los peregrinos que lo cruzan, El Ganso dormita el sueño del tiempo, con su puñado de vecinos, salvo en los meses de verano en que las casas se abren para recibir a los hijos que andan en la di spora, pero quedan ya muy lejos en que, en lugar de patos, ten¡an encomendada la tarea de cuidar de las tierras de la Marquesa.


 

La carretera del Teleno

No sé quién me manda meterme en charcos, de los que a buen seguro voy a salir salpicado, pero el hecho es que hace años que vengo leyendo en EL FARO opiniones de todos los colores respecto a esa posible v¡a de comunicaci¢n entre Maragater¡a y Cabrera, y como en mi última escapada al terruño he podido contemplar al Teleno completamente cubierto de nieve, ofreciendo una imagen verdaderamente majestuosa, he sucumbido a la tentación y aquí va mi opinión -todo lo desapasionada que es posible- sobre el tema.

Vaya por delante que me entusiasma la idea de una carretera que me facilitase el acceso a las alturas del Teleno, ahora que ni mis bronquios ni mis piernas pasar¡an un buen rato si lo intentase a pelo, sin embargo, siempre que leo las informaciones sobre la carretera del Teleno, me asalta la duda de si se est  peleando por la ruta "más lógica" de las distintas variantes posibles, porque siendo sin duda la más directa, no es ni la única, ni la más fácil de construir, mantener, o transitar.

Hace ya veinte años que comencé a elaborar un dossier con el t¡tulo de "Caminos de Maragatería", en el que recopilaba toda la documentaci¢n y las experiencias directas que iba acumulando en mi patear de la zona.

En base a mapas de diversas épocas y escalas, las fotograf¡as de los vuelos militares, mis propias fotograf¡as, y cuando ello era posible, los documentos originados en los levantamientos de arcas y demás, fui estableciendo toda una serie de evidencias sobre los caminos que cruzaban nuestra tierra, y los que la comunicaban con las regiones vecinas.

Alternativas

En lo que respecta a las comunicaciones entre Maragater¡a y Cabrera, son tres las v¡as que unen estas dos comarcas. Como puede verse en el croquis que se acompa¤a, tenemos tres pasos de montaña:

Debo reconocer que de los tres caminos, solamente he pateado el comienzo de los dos primeros, por lo que mi cultura es sólo libresca, no obstante, un ligero vistazo a los mapas (tanto los 1:50 como 1:25.000) nos demuestra que superponer una carretera actual, al innegable camino de origen romano de El Palo, es algo que, para hacerlo medianamente bien supondr¡a un enorme desembolso.

Mi primera pregunta es: ¿Se gana tanto "echando" la carretera por Molina, en lugar de la variante B, que nos llegar¡a de Quintanilla o Luyego hasta Pozos?. Es posible que este camino interfiera con las actividades del Campo de Tiro, pero es que me extra¤a sobremanera ese empecinamiento en la variante m s dif¡cil sin mentar siquiera cualquiera de las otras dos opciones.

Quisiera saber si en los inicios de esta idea primaron m s las motivaciones t‚cnicas y de progreso, o las puramente pol¡ticas, y en favor de este argumento, voy a copiar lo que (13/02/92) se escribía en estas mismas páginas: Posiblemente hemos estado vendiendo una burra a los pueblos beneficiarios de esta nueva ruta, y al final tenemos que reconocer que no es viable la carretera" (yo sólo apostillar¡a, "esa carretera").

Quejas

Y en cuanto a las quejas de los grupos ecologistas, debo de reconocer que, desde las escasas simpat¡as que me producen (fruto de una buena agarrada con los cerebros grises de Green Peace a propósito de temas -cómo no- pesqueros) se me asemejan a nuevos ilustrados que defienden el axioma de "todo para el pueblo, pero sin el pueblo", manteniendo ese absurdo de "ecolog¡a vs. progreso".

En la situación actual de Maragater¡a, prefiero una nueva carretera (sea cual fuere su trazado) con todos los beneficios que podr¡a traernos, que intentar preservar media docena de liebres, cuatro corzos, o tres bandos de perdices.

En definitiva, mi mensaje est  completamente a favor de una carretera (y ego¡stamente prefiero la del Teleno) que una las dos comarcas en forma c¢moda y moderna, pero a ver si por elegir la ruta menos lógica bajo el punto de vista t‚cnico, nos quedamos sin ella,... ­y sin ninguna otra!

De gran parte de los futuros desastres ecol¢gicos, no nos va a librar nadie, con carretera o sin carreteras. Para la totalidad de los problemas de esa ¡ndole, la £nica solución está en una mejor educación y una mayor conciencia social, algo que resulta altamente escaso entre nosotros y que, casualmente puede venir de la mano del progreso que esa, u otra, carretera podr¡a representar.

 

Ferruelo

Publicados en El Faro Astorgano