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La Maragatería y su espacio administrativo

por Miguel Ángel Luengo Ugidos


Actualmente, aunque el nombre de La Maragatería sea el más divulgado para hacer referencia a esta comarca leonesa, cuando se profundiza en el conocimiento de la misma surgen las ambigüedades que, sin duda alguna, siempre han contribuido a incrementar el halo enigmático con el que la Historia ha ceñido a esta tierra y a sus gentes.

Existe, entonces, una especie de fielato, para los que desde diversas vértices científicas estudiamos esta comarca y además somos hijos de ella, el cual nos impone que, antes de nada, tratemos de responder a la pregunta más simple: ¿Qué es La Maragatería?. Si lo primordial de cualquier denominación comarcal es definir geográficamente un territorio, parece definitivo que el nombre de "La Maragatería" se sale de la normal, por lo menos en lo que se refiere al aspecto que con mayor frecuencia pesa en los nombres de las comarcas: El Páramo, Los Oteros, La Valdería y los otros muchos topónimos que con el prefijo "Val" revelan la correspondencia de un espacio comarcal o subcomarcal con un valle. En el caso del territorio de La Maragatería está documentado históricamente que nombre más correcto es el de Somoza, tanto por antigüedad como por lo ajustado a la descripción del relieve: "debajo de los montes" (según Quintana Prieto, 1978: de la preposición sub más el sustantivo montia en acusativo plural del latín medieval). Lo interesante de este último nombre es que, aunque haya caído totalmente en desuso como denominación comarcal en beneficio de La Maragatería, su presencia es evidente formando parte de los nombres de siete pueblos como, por ejemplo, Quintanilla de Somoza.

Por otro lado, y a partir de las consideraciones expuestas por este autor, está plenamente aceptado que el actual nombre de la comarca sólo designa a las tierras de las que procedían unas gentes dedicadas a un oficio muy concreto, el de merecer. La evolución semántica más lógica es, desde la primitiva palabra latina mericator, a la actual castellana maragato. O sea, el gentilicio maragato es el que ha dado nombre a la comarca y no a la inversa, como sucede habitualmente.

De esta explicación nace el impedimento que existe para identificar a La Maragatería con un territorio de límites precisos, aparte de que se haya generalizado, para la palabra maragato, el siguiente significado: pueblo con unas tradiciones folclóricas, culinarias y de vestimenta muy arraigadas y peculiares (en la voz "Maragatería" del decimonónico y conocido Diccionario Geográfico- Estadístico- Histórico de Pascual Madoz, se recogen esas ideas para definir a esta comarca).

Actualmente, los más viejos de la zona siguen entendiendo el término maragato como un adjetivo, referido sobre todo a los núcleos de población, y como un sustantivo. Es decir, en La Maragatería hay unos pueblos más maragatos que otros, ya que todo dependía de que el número de vecinos dedicados a la profesión de arriero supusiese un elevado porcentaje respecto al total de cada núcleo. En este sentido, la ciudad de Astorga, que hoy es reconocida como la capital de La Maragatería no fue demasiado maragata, aunque siempre ha sido la puerta natural de entrada que, por la zona más accesible (el nordeste), permite llegar hasta La Somoza.

Por otro lado, parece claro que la propia actividad mercantil de los maragatos viajando con sus recuas de mulas, contribuyó decisivamente a la divulgación del término "Maragatería" por todo el cuadrante noroccidental de la Península Ibérica, principalmente durante su máximo esplendor de los siglos XVII y XVIII. El año 1.866, cuando llegó el ferrocarril a la bimilenaria ciudad de Astorga, es la fecha en la cual coinciden la mayoría de los investigadores para fijar el conocimiento del declive de la arriería maragata.

En la vigente distribución municipal, son siete los municipios que tienen núcleos donde la arriería fue un importante pilar económico y, por consiguiente, configuran el espacio administrativo (713 km2) de lo que hoy se conoce como La Maragatería: Astorga, Brazuelo, Lucillo, Luyego, Santa Colomba de Somoza, Santiagomillas y El Val de San Lorenzo.

 

Un territorio semimontuoso

La Maragatería se localiza en el centro del conjunto de sierras denominados Montes de León, concretamente en su vertiente oriental, la avenada por tres pequeños ríos (Duerna, Turienzo y Argañoso) que pertenecen a la margen derecha del sistema hidrográfico del Orbigo. La Sierra del Teleno es el principal espinazo serrano con sus más de 2.100 metros de altitud, cerrando a la comarca por el sur y separando al valle del Duerna de La Valdería y La Cabrera. Entre el río Duerna y el Turienzo, que discurre más al norte, se destaca la sierra de Lucillo y, finalmente, entre este último río y el Argañoso, el interfluvio lo detenta el sierro de La Maluenga (es propio del habla tradicional leonesa usar el género femenino para definir hechos y cosas de mayor tamaño o edad; así, en este caso, el masculino sierro indica un relieve de menor tamaño que una sierra).

La alternancia de rectilíneas sierras y ríos, que con cadenciosa pendiente se disponen en sentido W.NW.-E.S.E. deja a La Maragatería suavemente inclinada hacia oriente con una altitud media de 1.100 metros. El límite occidental es quebrado, porque va siguiendo de cima en cima la divisoria Miño-Duero y, a base de sucesivos escalones, da paso a la Olla del Bierzo, la cual registra en Ponferrada 540 metros de altitud.

Los materiales en los que se labra el relieve maragato son básicamente de dos clases y edades diferentes. Por un lado están las rocas duras y antiguas, como las cuarcitas y pizarras del Paleozoico, las cuales afloran en las sierras y en sus piedemontes. De esta misma era geológica y dureza parecida, aunque con menor relevancia superficial, entra en el territorio, por el Oeste y desde los Montes Aquilanos, una capa de las denominadas "Calizas de Aquiana". La otra clase de materiales está conformada por los sedimentos del Terciario y Cuaternario que ocupan los fondos de los principales valles; se trata de depósitos rojizo-amarillentos, de origen aluvial, con cantos rodados de todos los tamaños y matices areno-arcillosos.

Estos últimos sedimentos proceden, como es lógico, del desmantelamiento de las rocas duras más antiguas, las cuales, expuestas durante largos períodos a los agentes erosivos por acción de fuerzas tectónicas, presentan actualmente formas poco enérgicas.

Así, a escala de toda la comarca y al igual que ocurre en todo el ámbito de los Montes de León, los altos de las sierras son superficies casi planas, aunque sembradas de bloques cuarcíticos, y las vertientes muestran perfiles suaves y convexos. Por ello, podemos calificar el relieve de semimontuoso, característica ésta que, como se verá más adelante, influyó en los aprovechamientos humanos y, por consiguiente, en la evolución de los paisajes.

En este programa simplificado de un relieve serrano pero suave, las únicas zonas que presentan pendientes verdaderamente abruptas son, por un lado, los tramos de valles que se encajan en las fallas donde el sustrato paleozoico se quebró y, en segundo lugar, las cabeceras de los arroyos que nacen en la vertiente norte del cordal del Teleno y que fueron modeladas por el glaciarismo cuaternario. Ejemplos de lo primero se pueden encontrar en cualquier parte de La Maragatería y estos encajamientos son los responsables del cambio brusco que muchos ríos presentan en la dirección de sus lechos. Respecto a las huellas de la última glaciación (Würm) que existen en la Sierra de Teleno, se trata de recuencos que en su mayoría están ocupados por pequeñas lagunas estacionales las cuales, por su buen estado ambiental, su interés científico y su belleza paisajística, constituyen unos nichos ecológicos de gran calidad que debieran recibir la máxima protección.

Se advierte ya que, con estas características geológicas y topográficas, la vida en La Maragatería siempre ha entrañado ciertas dificultades, a las cuales hay que añadir las derivadas de la dureza climática y la escasa fertilidad de los suelos.

El clima de esta comarca presenta los rasgos típicos y generales del que afecta a todo el oeste castellano-leonés, con los correspondientes matices introducidos por una altitud media superior a los 1.000 m. y su relativa proximidad a las costas gallegas.

Las precipitaciones, que alcanzan unos valores medios aproximados en torno a los 700 litros/m2 por año, son principalmente invernales y es en el verano, concretamente en el mes de agosto, cuando descienden a su mínimo anual, coincidiendo con el estiaje hidrográfico y provocando un corto período de sequía. Dichas precipitaciones se producen por las perturbaciones que penetran con las borrascas atlánticas y son de nieve en las altas cotas de la Sierra de Teleno.

En cuanto a las temperaturas, los valores de las medidas mensuales revelan un largo y frío invierno (de noviembre hasta abril) y un corto y templado verano (julio y agosto). La crudeza de los inviernos, sobre todo en los "altos", está recogida expresivamente en el topónimo El Morredero (moridero, del latín morior=morir). Asimismo, siguiendo a Quintana Prieto (1.958), la razón por la que el eremita Gaucelmo fundó en el siglo XI la Alberguería del Monte Irago (actualmente, el pueblo de Foncebadón), no era otra que la de socorrer a los numerosos peregrinos jacobeos que morían de frío y cuyos cuerpos insepultos yacían bajo las nieves. No obstante, durante el suave verano, la amplitud térmica diaria es grande, alcanzando el termómetro valores superiores a los 25º C tras el cenit solar y bajando durante la noche a registros próximos a los 10º C. También es durante el verano cuando mejor se aprecian los contrastes térmicos que se derivan de la dirección oeste-este de los cordales serranos: las solanas permanecen caldeadas y secas, mientras que las umbrías están frescas y con mucha mayor humedad atmosférica.

Según estos rasgos generales, de inviernos fríos subhúmedos y veranos secos y templados, cabría encuadrar al clima de La Maragatería en la transición del clima mediterráneo continental, propio del interior de la Cuenca del Duero, y el que, por el oeste (El Bierzo y Galicia), refleja plenamente las influencias húmedas del Atlántico.

Con estas condiciones climáticas y las derivadas del sustrato geológico, el cual favorece la existencia de suelos ácidos, pedregosos y poco evolucionados, la vegetación potencial de esta comarca es una lógica respuesta de adaptación a la transición del clima y a la pobreza edáfica.

En general, si se transita por el antiguo Camino Jacobeo consultando el altímetro, se observa que aproximadamente hacia los 1.000 metros de altitud se encuentra el límite entre las dos series de vegetación principales: por encima de esa cota la serie vegetal está presidida por el robledal del Quercus pyrenaica y, por debajo, la serie dominante es la del encinar de Quercus ilex subsp. ballota. De menor entidad superficial son las series de comunidades vegetales que precisan de unas condiciones ecológicas muy específicas y locales para poder medrar; este es el caso, entre otros muchos, de las comunidades de ribera, como alisedas y saucedas, o del abedular de las altas umbrías del Teleno, o del enebral rastrero que crece en las plantas, rocosas y venteadas, cumbres de esta misma sierra.

No obstante, la evidencia del paisaje vegetal maragato apenas se corresponde con lo que las condiciones ecológicas actuales nos revelan como vegetación potencial. Los robledales y encinales son, en realidad, bardales y carrascales (o sardolanes), es decir, degradaciones genéticas y de lo que en teoría deberán ser unas formaciones maduras, equilibradas de buen porte. Asimismo, tanto robledales como encinares son superficialmente minoritarios, en comparación al dominio absoluto que ejercen en el paisaje sus etapas de sustitución, o sea, los matorrales, concretamente los brezales, escobonales, piornales y jarrales.

Hoy en día, la impresión que a cualquier peregrino le produce el paisaje vegetal de La Maragatería, después de haber cruzado las feraces tierras de las Riberas y el Páramo Leonés, es la de encontrarse caminando por un extenso brezal donde sólo destaca el intenso verde de las repoblaciones de pinos. Ambos elementos del paisaje, matorrales y pinares, son producto de la intervención antrópica en el medio a lo largo del devenir histórico.

 

La transformación histórica del paisaje

La Maragatería, como todo el noroeste peninsular, ha tenido una ocupación humana que data de la época prerromana y, merced a la intensa explotación de su riqueza aurífera por parte del Imperio Romano, ha experimentado profundas transformaciones paisajísticas. Según la Carta Arqueológica de la Provincia de León (1.987), existen en el territorio maragato 27 asentamientos romanos de varias clases (castro, castro minero, poblado en llano y villa). Asimismo, está constatado por los arqueólogos que al menos cuatro de estos castros fueron también asentamientos estables antes de la ocupación romana, siendo el de Pedredo el más representativo de todos ellos. Por otra parte, según el profesor Rabanal Alonso (1.988), de Astúrica Augusta (Astorga) hacia el oeste, atravesaban La Maragatería dos importantes vías romanas que facilitaban el transporte del oro hacia la Roma Imperial; la Vía Nova, cuyo trazado aproximado coincide con la actual carretera radial N-VI, y la Vía XX del Itinerario de Antonio, sobre la cual se asentó el medieval Camino de Santiago que se asoma al Bierzo por el puerto de Foncebadón.

Respecto a la explotación aurífera sensu strictu, el análisis del Inventario de Indicios Mineros realizado por la Junta de Castilla y León en 1.986 proporciona una serie de datos que nos permiten cuantificar la incidencia espacial de esta transformación; hay, en La Maragatería, 116 indicios romanos (minas), en los cuales, el volumen estimado del material removido es de 112.875.900 m3 de tierra (la mayor parte en los municipios de Lucillo, Luyego y Santa Colomba), lo que supone más del 20% del total provincial. A su vez, escrutando los datos estimativos que Sánchez-Palencia (1987) aporta en la citada Carta Arqueológica de la Provincia de León, dicha explotación aurífera de La Maragatería contribuyó al tesoro de Roma con una cantidad aproximada superior a los 20.000 kilos de oro.

Si, como puede verse, estas cifras son muy elevadas, lo más interesante de la explotación minera de los romanos en La Maragatería no es la cantidad (como en Las Médulas del Bierzo), sino la gran diversidad de sistemas de extracción que los aureanos desarrollaron, así como la variedad geológica de los materiales beneficiados. Aunque la mayoría de las minas son cotas a cielo abierto, aquí también existen ejemplos de minas subterráneas que datan de aquella época. Respecto al tamaño, el abanico de tipos es amplísimo, desde las grandes minas de la margen derecha del Duerna (entre Molinaferrera y Priaranza), hasta las simples prospecciones que salpican el valle del Argañoso. En cuanto a los materiales, apenas puede encontrarse una clase de sustrato que no haya sido explotada por los aureanos: desde los duros diques de cuarzo que afloran en las sierras hasta los placeres aluviales de los cauces, pasando por los sedimentos rojizos del Terciario, así como por los depósitos morrénicos de los glaciares del Teleno; todos ellos eran finalmente tratados en grandes lavaderos donde el metal era separado del estéril.

Transcurridos casi dos mil años de aquella febril explotación, aún hoy existen huellas en el territorio maragato que recuerdan las distancias, fases o elementos de aquel laboreo: además de la más grandiosa, es decir, las propias minas, y lo más arqueológico, los castros mineros, existen restos de todo el complicado sistema hidráulico canales y depósitos y del caótico paisaje de escombreras. En la toponimia, igualmente, también han perdurado con profusión los términos que definen los restos de aquella explotación: las murias o estériles groseros de cantos rodados (Murias de Pedredo), las fucaronas / fucos o cabuerconas / cabuercos, que son las cotas de extracción, etc.

En definitiva, por la grandiosidad de lo que se advierte que en su día fue la explotación aurífera romana en La Maragatería y en el resto de los Montes de León, es evidente que, en cuanto a la transformación antrópica del paisaje, existe un antes y un después de lo que hoy calificaríamos, sin duda alguna, como impacto ambiental o, a escala local, como desastre ecológico. En efecto, debemos suponer que, además de la modificación topográfica e hidrográfica de los lugares donde se extraía y trataba el material aurífero, el desarrollo de esta actividad minera tuvo, como primera consecuencia, la desforestación general del territorio a base de incendios periódicos durante el verano. Esta es, a nuestro juicio, la principal razón por la que actualmente las extensiones de brezales dominan en los paisajes maragatos.

La conjetura más lógica que se puede deducir, tras el cese de las minas de oro y con la decadencia del Imperio, es que el territorio maragato debió experimentar un despoblamiento durante los primeros siglos de la Edad Media.

Sin ser plenamente una comarca montañosa y, por consiguiente, susceptible de desarrollar una economía aislada y autosuficiente, La Maragatería tenía, por esa época, todos los inconvenientes físicos de un espacio de montaña y ninguna de sus ventajas: bien es cierto que el relieve no era excesivamente abrupto pero, por la convexidad de sus pendientes y la escasa fertilidad de los suelos, los valles no disponían de las amplias vegas que pudieran facilitar el sostenimiento de una gran cabaña ganadera, como ocurre en la Cordillera Cantábrica y, de igual forma, tampoco existían las condiciones que permitieran una agricultura próspera y excedentaria como la de las llanuras próximas de La Bañeza o Benavente. Asimismo, como los bosques quedaron diezmados, aquí no existía la riqueza forestal propia de las comarcas de montaña con sus magníficos hayedos, robledales y abedulares. Por otro lado, es evidente que el emplazamiento estratégico de La Maragatería, con los puertos del Manzanal (1.225 metros) y Foncebadón (1.500 metros), entre Galicia y Castilla, y su proximidad a la diocesana ciudad de Astorga por donde pasa la Ruta de la Plata que comunica Asturias con Andalucía, siempre han hecho de esta comarca un territorio de elevado tránsito.

Según todas estas consideraciones, ya podemos entender el contexto general a partir del cual evolucionará el paisaje maragato, y la peculiar cultura de las gentes que han ido en esta zona desde la Reconquista.

La base para una comprensión global de lo que actualmente es La Maragatería como comarca está conformada por la singular economía de autoabastecimiento que aquí se desarrolló. En ella, del mismo modo que sucedió en las comarcas montañosas del norte, el pilar fundamental era una organización colectiva de la sociedad y, consecuentemente, del territorio. El concejo y las decisiones que en él se adoptaban, eran de rango superior al individuo y sus intereses particulares, aunque, por otro lado, la propiedad privada de la escasa superficie agrícola derivó en un alto grado de minifundismo.

El terrazgo de mayor productividad agropecuaria se ubicaba en los siguientes espacios: las estrechas vegas de los valles (dedicadas en su mayoría a linares, prados o llamas, y ferreñales y el cortiñedo de huertas que circunvala los pueblos. A diferencia de lo que ocurre en La Montaña, el propio caserío de los núcleos no se construye en los fondos del valle, sino que, para la elección de estos lugares como emplazamiento de los pueblos, existían dos razones de peso: que no se desperdiciara así el exiguo terrazgo con mejores suelos y susceptible de ser regado y, al mismo tiempo, aprovechar las solanas para resguardar las casas de los fríos cierzos del Norte y para recibir la mayor cantidad de insolación posible en los crudos inviernos (Lucillo, Busnadiego, Rabanal Viejo y Viforcos son buenos ejemplos de estas localizaciones).

La vocación del espacio restante de cada término concejil, sólo permitía dos aprovechamientos, el terrazgo cerealícola de campos abiertos y el monte. El primero estaba destinado básicamente a centeno en régimen de año y vez o en larga rotación (adiles y arrotos). El monte, en cambio, tenía varios usos: como zona de pasto para el ganado menor, como fuente de energía para consumo doméstico (los quiñones de leña), y, en sus mejores áreas, como dehesa boyal o coto, reservado por el concejo para sostener comunalmente las cabezas utilizadas como fuerza de trabajo o los terneros de cría (jatos).

De igual modo, la actividad pecuniaria estaba reglada por la normativa concejil en lo que a pastos extensivos se refiere. Cada vecino disponía, además de sus animales domésticos, de una cabaña mixta de ganado menor (ovejas y cabras), ganado mayor (vacuno) y los necesarios animales de tiro y carga (bueyes y mulas principalmente). La vecera era el sistema comunal por el que cada vecino o miembro de su familia (hijos menores) salía de pastor al campo con el gran rebaño que se formaba con los ganados de todo el pueblo. El turno de vecera era establecido en concejo y su duración dependía del número de cabezas que cada vecino criaba. El ganado mayor se recogía en los establos de las viviendas y durante el invierno recibía un complemento alimenticio con el centeno cortado en verde de los ferreñales. Las ovejas y cabras, por su parte, aprovechaban el monte de matorral, los barbechos y las rastrojeras, y en el caso de que se produjeran fuertes nevadas que impidieran salir a pastar, su ración diaria consistía únicamente en ramón de roble. Las cuadras donde se encerraba este ganado menor se construyeron, por lo general, a las afueras de los núcleos, como ocurre en Villalibre de Somoza y Lucillo.

Aparte del uso agropecuario de los espacios comunales, existían otras muchas actividades regladas colectivamente, como las facenderas para arreglar caminos, construir presas, apagar incendios, cazar al lobo, etc... Para convocar al vecindario a las actividades de este elevado y complejo sistema de organización concejil se utilizaban las campanas de las iglesias, de ahí que las espadañas de los templos maragatos tengan el acceso al campanario a través de una escalera exenta al recinto de culto.

De este modo de vida tradicional tan imbricado y de las considerables limitaciones físicas del territorio maragato, podemos suponer que, en la mayoría de las ocasiones, el sistema socioeconómico de autoabastecimiento debía funcionar al límite de sus posibilidades, sobre todo cuando la presión demográfica se elevaba en demasía. Esta es la causa, a nuestro juicio, por la que muchos habitantes de La Somoza, además de atender a sus campos y ganados, se convirtieron en arrieros, otros en artesanos y, a los de recursos escasos, no les quedó otra opción que formar parte de la vanguardia de emigrantes españoles que, en el pasado siglo y principios del actual, se vieron en la obligación de buscar fortuna en América, dejando a las mujeres la fatigosa carga de llevar la labranza. En suma, la necesidad forzó al maragato, en mayor grado si cabe que a otros serranos de comarcas semejantes (Cabrera, Omaña, Cepeda, Sanabria, etc...), a perseguir un complemento económico lejos de su propia tierra. Estas circunstancias fueron, pues, las que ahormaron el carácter de matriarcal, de recio y a la vez de emprendedor que se le atribuye al pueblo maragato, si cabe, de forma un tanto legendaria.

 

El desmantelamiento de la organización tradicional

El lento receso que experimentó la arriería maragata en la segunda mitad del pasado siglo, a medida que las vías de comunicación y los medios de transporte se renovaban, fue simplemente el factor desencadenante al que se irán añadiendo otros muchos, mirando entre todos ellos la estructura de la organización tradicional de esta comarca.

Los cambios socioeconómicos que se produjeron mientras el siglo XX transcurría, a todos los niveles y a escala nacional, pusieron de manifiesto las dificultades de La Maragatería para, como conjunto comarcal, plantearse un futuro de desarrollo. Esta tendencia negativa se refleja con notoriedad en la pendiente que dibuja la curva de población en este siglo: según el último censo demográfico (1991), La Maragatería sólo tiene en la actualidad el 26% de la población (3.928 habitantes) de la que albergó en el año 1.900 (14.497 habitantes).

El sistema agropecuario de autoabastecimiento y la estructura concejil paulatinamente se van desmoronando hasta llegar a la inflexión definitiva que ocurre en la década de los 60. La fuerte atracción que ejercen las ciudades con sus industrias, y la agricultura productivista y mecanizada que invade al campo español, rematan totalmente a esta comarca, poniéndola de nuevo a la vanguardia del fenómeno llamado éxodo rural. Los que de familia arriera les venía la tradición mercantil y tenían posibles, abrieron prósperos comercios en las ciudades, en su mayoría adscritos al gremio de la alimentación como, por ejemplo, pescaderías en Madrid. Otros, arriesgándose en aquella coyuntura económica favorable de la postguerra y a base de trabajo, pasaron de ser meros albañiles de pueblo a empresarios de la construcción en la ciudad. Algunos, como ocurrió en el Val de San Lorenzo, imprimieron un sentido comercial al artesanado textil, lo que les libró de emigrar por lo menos a su propia generación, que no a la de sus hijos. Y finalmente, están aquéllos que fueron la mayoría, por no disponer de capital, y tuvieron que marcharse al País Vasco o Asturias para trabajar en sus industrias, o bien emplearse como picadores en las minas de carbón bercianas, o simplemente trabajar de peones en las obras y talleres de Astorga y demás ciudades cercanas.

Con este panorama no puede extrañarnos que hoy en día cerca del 40% de los escasos 4.000 habitantes de La Maragatería tengan edades superiores a 60 años, que la pirámide demográfica presente una estructura estrangulada y con reducidas posibilidades de regeneración endógena y, finalmente, que de los 54 pueblos, tres lleven varias décadas abandonados (Prada de la Sierra, Manjarín y Labor de Rey), veintisiete (el 50%) no rebasen el medio centenar de habitantes y sólo uno (Val de San Lorenzo) supere los quinientos.

Por lo que se refiere a la dedicación laboral de los actuales maragatos, los Padrones Municipales de 1.986 nos revelan que, pese a tratarse de un colectivo humano envejecido, todavía el 65% de la población activa (1.399 habitantes) trabaja en el sector agro-silvo.pastoril, principalmente en los 4 municipios de mayor superficie y más serranos. Los que se dedican a las pequeñas industrias manufactureras, a la construcción y a trabajar en talleres, computan el 19% de todos los activos; en este sector secundario los municipios que destacan claramente son los más próximos a Astorga, en especial el Val de San Lorenzo por la producción de sus telares. El 17% restante de la población activa corresponde al sector terciario y de servicios, principalmente la relacionada con el comercio minorista y la hostelería; despuntan en esta última rama ocupacional, además del Val de San Lorenzo por ser el núcleo más poblado, los pueblos cercanos a Astorga (Castrillo de los Polvazares y Murias de Rechivaldo), que en los últimos lustros se han especializado en el turismo gastronómico, centrado con exclusividad en los productos y platos de la tierra, más concretamente en el afamado cocido maragato.

Pronosticar sobre el futuro económico de La Maragatería, a partir de estas cifras recientes que acabamos de citar, no es nada halagüeño, fundamentalmente si tenemos en cuenta la conjunción entre las dos realidades más obvias: población envejecida y economía agraria. El Censo Agrario de 1989 por ejemplo, nos remarca esta afirmación con mayor rotundidad: el 70% de los titulares de empresas agrícolas tiene más de 55 años y apenas un 5% corresponde al total de propietarios con edades inferiores a 34 años. De estos últimos datos se desprenden dos cuestiones preocupantes: que el sector primario de La Maragatería es anacrónico y arcaico, y, en segundo lugar, que, de no producirse alguna iniciativa extraordinaria que lo reactive, está abocado a una restricción aún mayor que la actual. En efecto, parece poco probable que la explotación de un agricultor con tanta edad pueda ser lo moderna y productiva que los tiempos contemporáneos exigen.

No obstante, del propio Censo Agrario de 1.989 también se pueden extraer datos cuya interpretación es, cuando menos, contradictoria. Es como si la estadística mostrara la inevitable tendencia negativa de este sector pero, al mismo tiempo, no pudiera borrar los rasgos del pasado. En el primer aspecto se observa que hoy sólo se labra el 7% de la superficie de las explotaciones y un 19% es dedicado a pastos. Respecto al segundo sentido, destaca llamativamente el dominio absoluto de las explotaciones con menos de 5 hectáreas (55%) y el elevado número de parcelas censadas (49.221), lo cual denota el fuerte arraigo del minifundismo de épocas anteriores.

Las consecuencias de esta decadencia económica y del consiguiente desmantelamiento de la organización colectiva tradicional son bien visibles en el territorio y también cuantificables, resumiéndose en tres palabras: abandono de tierras. A comienzos de esta última década del siglo, la superficie cultivada en La Maragatería fue un 28% menos que en el año 1970, la dedicada a prados y pastos se redujo en un 35% en el mismo período de 20 años y, en contrapartida, la superficie de monte ha experimentado un 47% de incremento. Este imparable proceso de cambio en los usos del suelo está propiciando cubiertas transformaciones paisajísticas que aún no sabemos cómo se ajustarán en el futuro ordenamiento territorial de la comarca, así como de los niveles administrativos superiores (provincia y comunidad autónoma). En este sentido, el hecho más evidente que venimos constatando durante los últimos años es la regeneración y lenta progresión de las formaciones vegetales autóctonas, especialmente de los robledales.

 

Los usos estratégicos del espacio

Al igual que ocurrió en otras comarcas de media montaña de Castilla y León donde la sangría de la emigración también se había cebado, el espacio maragato adquirió poco a poco cierto valor estratégico en lo referido a dos usos muy concretos: el primero de ellos, el forestal, es común a otras muchas áreas, pero el segundo, el militar, ya sólo es exclusivo de La Maragatería detro de la circunscripción territorial de todo el cuadrante noroeste del país.

El 50% de la superficie de esta comarca es de propiedad forestal, con un total de 80 montes catalogados: 32 de utilidad pública (28.365 hectáreas), 43 de libre disposición (6.525 hectáreas), 4 particulares (595 hectáreas) y 1 de propiedad estatal (410 hectáreas). A raíz del Plan General de Repoblación de España que se inicia en el año 1.940, y a medida que descendía el leñeo, la presión ganadera y el carboneo, muchos montes de brezo maragatos comenzaron a ser repoblados con pinos.

Las circunstancias, por lo tanto, fueron favorables (y aún lo siguen siendo) para que los diversos organismos que se han ido revelando desde entonces en la administración forestal (Gobierno Civil, I.C.O.N.A. y Junta de Castilla y León) firmaran los correspondientes contratos )consorcios, convenios y repoblaciones gratuitas) con las Juntas Vecinales de los pueblos, a fin de realizar importantes campañas de repoblación. Además, este ambiente proclive a las repoblaciones tenía, en el propio territorio maragato, un buen ejemplo de explotación forestal rentable: los Pinares de la Sierra del Teleno.

El conjunto de esta mancha pinariega de 10.000 hectáreas se distribuye por trece montes (11 de utilidad pública y 2 particulares) a ambas vertientes de la sierra, en las comarcas de la Valdería y La Maragatería. De esta superficie, 3.000 hectáreas se encuentran en tierras maragatas porque pertenecen al pueblo de Tabuyo del Monte (municipio de Luyego). El origen de esta importante masa de pino resinero Pinus pinaster no se conoce con certeza y, quizás, la razón por la que ha llegado a nuestros días, de forma tan compacta y saludable, esté relacionada con la simbiosis entre dos hechos de difícil compatibilidad: el aprovechamiento comunal del monte y la condición nobiliaria de alguno de sus propietarios (los montes de Nogarejas, Castrocontrigo y Pinilla pertenecían, a principios de siglo, a la Condesa de Peñaranda de Bracamonte y Marquesa de Velagómez, hija del Duque de Uceda).

Al margen del enigmático origen y de los avatares experimentados por la propiedad, lo cierto es que los Pinares de la Sierra del Teleno están perfectamente adaptados a las condiciones del medio, siendo los únicos de la provincia que se explotan para resinas. En el año 1929 se fundó la "Mancomunidad Resinera-Comunidad de Bienes", a la que actualmente pertenecen las Juntas Vecinales de 6 pueblos de la Valdería, más la del mencionado Tabuyo del Monte, el cual aporta el 3% del capital y el 30% de la superficie pinariega que se resina. El fin que se ha perseguido con la creación de esta Mancomunidad era explotar comunalmente la resina y elaborar las mieras y demás productos derivados de aquélla en una fábrica propia (la de Nogarejas), evitando así que los rendimientos se dispersaran en una cadena de intermediarios ajena a la comarca pinariega. Este aprovechamiento colectivo ha supuesto un complemento económico importante a escala individual de cada uno de los vecinos y, globalmente, para toda la comarca: los habitantes de estos pueblos, como Tabuyo del Monte, han disfrutado de una renta per cápita superior a la de sus vecinos, visible, sobre todo, en las infraestructuras )Tabuyo tuvo alcantarillado y pavimento en las calles mucho antes que la mayoría de los restantes pueblos maragatos).

Por su parte, los pinares de repoblación que se fueron plantando en otros montes de La Maragatería, concretamente en los del Camino de Santiago (municipios de Santa Colomba y Brazuelo), todavía no se encuentran en sazón para ser rentables al máximo y, claro está, sólo en producción maderera, ya que el sector resinero español se encuentra en crisis por la competitividad del portugués. Además, estos montes padecen los efectos de una escasa dedicación presupuestaria, al igual que viene sucediendo a escala nacional en muchos de aquéllos donde la gestión es realizada por organismos de las administraciones públicas: la falta de inversiones para un adecuado tratamiento silvícola es, como todos sabemos, lo que mayormente favorece la propagación y el alto grado de pérdidas que provocan los incendios durante los meses estivales. No obstante, desde hace algunos años se observa en algún monte de La Maragatería cierto avance en lo concerniente a una actuación forestal más acorde con las condiciones ecológicas del medio y no tanto con los fines productivistas del pasado: concretamente, se trata de varios ensayos (bastante exitosos, hay que decirlo), de algunas repoblaciones puntuales con especies autóctonas (abedul, roble y acebo), llevadas a cabo con modernas técnicas de escaso impacto ambiental.

Por lo que se refire al otro uso estratégico mencionado, el militar, cabe iniciar el respectivo comentario diciendo que no es tan reciente como a muchos les parece: lo que sí es relativamente nuevo en estas tierras es el propietario del Campo de Tiro Teleno, o sea, el Ministerio de Defensa. En efecto, ya en los años de nuestra postguerra la zona del Teleno era un campo de maniobras del Regimiento de Artillería de Astorga, y fue en 1.963 cuando su uso se legalizó a partir de un convenio entre el Ejército y los municipios afectados, representados éstos por la Oficina del Patrimonio Forestal del Estado. Con este convenio se reservó en la ladera norte de la Sierra un sector para la caída de proyectiles, limitado por dos cortafuegos de 20 metros de anchura que evitaban la propagación de los incendios producidos por los impactos. Pero fue a comienzos de los años 80, mientras el Gobierno de la Nación negociaba la incorporación de España en la O.T.A.N., cuando el Ministerio de Defensa se planteó la necesidad de ampliar este campo de tiro.

Así el 22 de diciembre de 1.980 el Consejo de Ministros aprobó una Orden de Expropiación que fue publicada en el B.O.E. el 23 de febrero del siguiente año. En dicha orden ministerial, con el argumento de la prevalencia de los intereses de la defensa nacional sobre los forestales, se declaraba la ocupación por expropiación forzosa de 61.141.817 m2, afectando a 944 fincas y 5 Montes de Utilidad Pública de todos los municipios maragatos, excepto Brazuelo. En contrapartida, el Ministerio de Defensa se comprometió a pagar a los pueblos la cantidad de 997 millones de pesetas en concepto de indemnizaciones y otras ayudas. De las 6.114 hectáreas expropiadas, el 90% se corresponden con la zona de caída y el resto (630 hectáreas) son sectores destinados a 12 vivacs, 13 asentamientos y 5 puestos de mando, distribuidos entre la zona de caída y el Val de San Lorenzo, y sin contar las instalaciones de comunicaciones del Puerto de Foncebadón.

Por varias razones, entre ellas la longitud del texto, este trabajo no es el medio para valorar la polémica que, sobre el Campo de Tiro, vivió la comarca durante aquellos años. A hechos consumados, se puede decir que, desde la perspectiva militar, este Campo de Tiro es técnicamente casi perfecto para artillería: bien localizado (en él realizan maniobras los acuartelamientos de todo el cuadrante noroeste de la Nación), poco accidentado, etc... Por el contrario, desde la vertiente ambientalista y prescindiendo de los impactos ocasionados por los desplazamientos de tropas y vehículos militares en toda la comarca, el sector donde explotan los proyectiles tiene un alto valor ecocultural: en él se encuentran varias minas romanas con restos inestimables de infraestructura hidráulica, cuatro circos glaciares con sus correspondientes depósitos morrénicos y, por último, una pequeña cascada en el río Llamas que es la única de toda la Sierra, y que en su base forma un enclave húmedo de gran atractivo florístico.

Finalmente no podemos terminar este epígrafe sin hacer alusión a otro uso estratégico, el hidráulico que, si hasta el momento no ha podido materializarse, ya está planificado desde el año 1.971. Nos estamos refiriendo al proyecto de construir un pequeño embalse en el río Duerna, cuya presa estaría ubicada entre los núcleos de Boisán y Chana de Somoza. Aunque desconocemos las razones por las que dicho proyecto no se ha realizado, sí sabemos cuáles serían los elementos paisajísticos a los que afectaría el vaso del embalse: desde el punto de vista arqueológico, el agua anegaría varios campos de murias de antiguas minas romanas; desde la perspectiva del paisaje tradicional, se perdería el único terrazgo de varios pueblos que aún se labra regularmente y que soporta huertas, prados y choperas; y, desde la riqueza piscícola, este embalse reduciría y trastocaría un magnífico coto de pesca donde todavía abundan las truchas.

 

La construcción del futuro desde la atonía del presente

Por lo que hasta aquí hemos visto, parece ser que los cambios que actualmente ocurren en La Maragatería no son debidos a un dinamismo interno de la propia comarca sino a los estertores que produce el desmantelamiento de la vida tradicional o, por otro lado, a las actuaciones externas como los citados usos estratégicos del espacio y los programas oficiales que llevan a cabo las Administraciones Públicas para las áreas más desfavorecidas. En efecto, el rendimiento del dinero producto de las expropiaciones realizadas por el Ministerio de Defensa ha supuesto considerables mejoras en las infraestructuras de algunos pueblos como en los casos de Filiel y Boisán. Asimismo, durante la década pasada, los políticos provinciales se preocuparon de que La Maragatería, junto con la vecina comarca del norte (La Cepeda), fuese declarada Comarca de Acción Especial (junio de 1.984), o también, que esta zona pudiera beneficiarse de las ayudas que se derivan de la Ley de Agricultura de Montaña. Incluso, a propuesta de la Diputación de León, se creó en mayo de 1.987 la Oficina de Promoción Comarcal de La Maragatería, que fue instalada en el edificio de las escuelas de Luyego, y cuyo objetivo general era "canalizar y promover todas aquellas acciones de estudio, propuesta y gestión encaminadas al desarrollo económico y social de la zona".

Teniendo presente la poca densidad de población (6 hab./km2) y su edad tan avanzada (la mayoría son pensionistas), iniciativas como esta última son, a nuestro juicio, las que conducen a unos resultados más satisfactorios y permiten vislumbrar un futuro más esperanzador. Se trata, en definitiva, de proporcionar a la zona los mecanismos que faciliten la gestión, no sólo de las ayudas de las Administraciones, sino también de los viejos y nuevos recursos. Así, por ejemplo, el esfuerzo coordinado entre las autoridades municipales y estos técnicos que conocen los problemas porque trabajan allí donde se gestan, reduce las trabas que emanan de la burocracia y rentabilizan las inversiones que se han hecho durante los últimos años en infraestructuras.

Para el desarrollo de comarcas económicamente deprimidas como La Maragatería hacen falta nuevas ideas pero, más que eso, los medios para llevarlas a cabo. De poco sirve, entonces, que el territorio tenga mejores carreteras, servicio telefónico y alumbrado público, y que sea favorable para, por ejemplo la producción de miel, la recolección de setas, la carne de ovino y caprino, el turismo rural, la artesanía textil, la producción forestal, los deportes de caza y pesca, el Camino de Santiago, etc., si se desconocen los sistemas comerciales o no se sabe acceder a las subvenciones oficiales que promueven estos recursos. El éxito que han conocido las pequeñas cooperativas que surgieron a partir de la gestión realizada por la Oficina de Promoción Comarcal, ha demostrado que existen posibilidades de reactivación económica. Mirar hacia adelante con optimismo en La Maragatería es, por lo tanto, conjugar la efectividad del antiguo espíritu comunal con la competitividad y promoción que exigen los nuevos tiempos.

Miguel Ángel Luengo Ugidos

Profesor del Departamento de Geografía de la Universiadad de Salamanca

Publicado en La revista Medio Ambiente en Castilla y León, editada por la Consejería de Medio Ambiente y ordenación del Territorio, 1.994