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Metafísica de un cuerpo de ciudad llamado Astorga

por Esteban Carro Celada


Se puede legar a Astorga descendiendo por los llanos de Benavente, en plena ruta de la plata, y la visión es la misma de un centurión de cohorte. Nos sale agresiva y larga como un águila. Si el acoso se produce desde León, al descenso por San Justo, envueltos en la greda milenaria, Astorga se nos abre como una inmensa ciudad y espejismo de sí mismo. Y si el descenso lo efectuamos por la noche y la niebla no ha aparecido, a mí me recuerda a Lyon. Sobre todo, una ciudad sugerida, cuyos pliegues se abren como un periódico inmenso, cuya noticia son las luces. Pero también es posible asediarla bajando del Bierzo y de Galicia. Cuando entramos en ella es llana. Atractiva, pues ésa ha sido su bella espalda. Incluso es posible arribar a la urbe asturicense viniendo de Portugal por Puebla de Sanabria. Y cuando después de Morales y de los altos de Oteruelo se nos presenta nítida, batida por el sol que el Teleno abullona en los cubos de las murallas, su continente es enigmático y cordial a la par. Atravesamos una paramera de estéril arriería, sólo mitigada al fondo y al volapié del Jerga por la Fuenteencalada, la fuente casi feliz de que hablaba Panero.

Por cualquiera de sus cuatro puntos cardinales nos va a resultar fácil aprender la ciudad. Tiene sus secretos. Es libre y sorpresiva, aunque da la impresión de estar programada como un reloj o una maquinaria de Losada. Es decir, con fantasía, imaginativamente sorprendente. Por supuesto, es mes de agosto, y acaso. martes. El agosto trae muchas cosas. Tiene un corazón episcopal en forma de mitra y aquí radica el kilómetro cero de una jurisdicción espiritual que alimenta tierras galaicas, zamoranas y leonesas. El 15 de agosto campanean por la noche los bronces de la María, que despiertan las truchas del Órbigo. Con la María retiñen las Pascualejas, la Prima y la Sardinera. Todas las campanas tienen nombre, edad y desde luego armonía de viejas solteronas o de alegres damitas con polisón y hasta de leves muslos quinceañeros. Es fiesta que anticipa las patronales de Santa Marta.

 

Pintoresco mercado, los martes

En agosto, hace diez anos, aquí murió en plenas fiestas Leopoldo Panero, el poeta que ha hecho universal la interpretación de estas calles. La foto de la calle de Leopoldo Panero, con las torres al fondo, incorporada a uno de sus libros, fue una poética lanzada personalmente frente a la general de Neruda. Esta calle es el eje del mundo para Panero. O quizá se pueda correr unos metros, muy pocos, este quicio hacia la catedral, rezumadora del canto roto de las choyas que recubren de tanto en tanto el paseo de los canónigos, como una sombrilla por la muralla, de más de un kilómetro de acacias, con oxígeno recto y purísimo de neveríos cercanos, con cinturas prendidas de noviazgos de novilunio.

Hemos dicho que es martes. Acude a los tenderetes de la plaza todo lo que es auténtico en la comarca. Andan los veraneantes con atuendos ligeros al lado de las mujerucas de Maragatería, que transportan en el puño la gallina o el par de conejos que luego venden. Hay por sus plazas el frescor de los hortelaneros de la vega del Tuerto, el encarnizado color de los botijos de Manjarín, las galocheras de Molina, los dulzaineros de Chana, las mantas extendidas, como arco iris de lana, venidas de Val de San Lorenzo. El sol, como hecho de encargo, pica más que nunca. Así puede Riancho, el heladero, o el Dos de Mayo, con sus carritos blancos, proveer de refrescos a la chiquillería, que se mueve entre zanahorias, perejiles, tomates y pimientos. Una Astorga inolvidable, cerealmente acordada bajo la torre románica de San Bartolomé, junto a las gárgolas dieciochescas de la fachada del ayuntamiento y en el paso redondo del Camino de Santiago. Sin duda, aquí crecen hierbas y flores tataranietas de las que perfumaron a San Francisco de Asís en Puerta Sol .

 

La Mitra, kilómetro cero

Todo esto que digo no pertenece a la metafísica del recuerdo, sino a la presencia de hoy. Hay como una ciudad que está clamando poderosamente su órgano de voces, su tiempo de mecanismo de precisión, como un reloj de péndulo. Como un topo de dos mil años, de mortero romano, la ergástula sostiene casas del ochocientos. La ergástula es única en el orbe. Una cárcel inmensa, abovedada, donde cupieron cientos de esclavos, mineros de las extracciones auríferas del Teleno y de las Médulas romanas. Otra cárcel, de ejemplar único, que sólo es posible cantar con versos de Berceo a Santa Oria, es la celda de las emparedadas Mujeres que se enterraban entre cuatro paredes vivas para la plegaria. Entre la iglesia de Santa Marta -cuyas yeserías barrocas viven un laberinto de grecas- y la de San Esteban -románico injertado en neoclásico- se sitúa esta celda.

Casi no hay palmo de tierra astorgano que no se dispare de recuerdos. Más de cien lápidas romanas, algunas en griego, pregonan su capialidad de convento jurídico. Y ahora mismo se descubre, mediante excavaciones, una monumental puerta romana, justo detrás del ábside de la catedral.

Desde lejos, por cualquier dirección que se llegue a Astorga, la catedral centra verticalmente este núcleo urbano. Levantada sobre tierra gredosa, barro amoratado. las torres -una ahumada y fuliginosa, patinada por los grajos y oraciones; la otra, fresca, como sangre recién abierta, oreada de campanas y de tiempo de reloj- cobijan la movilidad escénica de la portada mayor y dejan caer el largo traje de las naves, que señorea el mejor retablo de Becerra. Cualquier astorgano se lo sabe de memoria y conoce los cientos de habitantes de aquella fabulosa ciudad de escultura. Puede uno buscar en las misericordias del coro la versión satírica de un poema medieval o la imaginación desenvuelta de los goliardos. Es la catedral -llena de espejos en la sacristía, de exactos arcos como arrayanes en el claustro- el pozo de jaspe que dijo Panero. Y timonel desde donde se gobiernan almas que pertenecen a tierras en que el viñedo gallego se tuesta al sol del Sil por Valdeorras, o donde el Bierzo se inscribe en cartularios de santidades mozárabes, o donde Sanabria encubre ciudades bajo el lago, o donde La Bañeza alzaprima en ciudad la dinastía de villas ribereñas a la orilla del Órbigo, resonante de pasos honrosos y de caballeros de Juan II jugándoselas con los mozos más aguerridos de Europa. El manantial de este feudo espiritual y gobernalle del navío no coincide con los pespuntes administrativos de la provincia.

 

Gaudí y su metáfora en piedra

Salir de la catedral y saludar a Pedro Mato es todo uno. El muñeco de latón, colocado sobre su ábside, es amigo de las cigüeñas, de los niños, de Napoleón y del pan y vino que a pedradas tiran, en la plaza frontera, los chiquillos que cantan romancillos.

De frente está el palacio de Caudí. El arquitecto catalán creó una alucinación espiritual, una metáfora en piedra, una blancura musical, un espacio miniado en que, tanto por fuera como por dentro, parece habernos dado la oportunidad de cambiar de tiempo y de espacio. Neogótico se ha llamado a este estilo. Uno diría que es una vivencia apretada, inclasificable en rincón de murallas, ábsides y torres. Gallos en las torretas, centelleo en la piedra de granito, folklorismo de Jiménez de Jamuz en los cacharros, la historia de todos los caminos en su museo -al alimón con el de la catedral- se encierran en él como una parte notable de la anatomía del pasado y del futuro de Astorga.

No es un recorrido ponderativo el nuestro. El kilómetro cero, la raíz de mitra, no invalida tampoco la cabecera de comarcas que la cercan. La Sequeda es secarral en donde florecieron los mejores versos de Panero, derramados en encinas, carrascos, palomas y sed. De aquí a Maragatería, tan sólo un paso. Santiagomillas, como un lagarto de siglos, de arcos, de carromatos, de ortigas y silencio, pensando, con la socarrada iglesia de entrebarrios, los años en que la mejor arriería de Europa -antes del tren- salía de sus lindes. Castrillo de los Polvzares -a cinco kilómetros-, ya en el camino de Santiago auténtico, descubre su única calle, fiebre de los pintores, marco para soltar la zapateta en el baile maragato, vestidos los hombres seriamente con bragas negras, almilla, sombrero y capa, y las mujeres, con ruedo, arracadas, medias blancas y pañuelos a la cabeza. Y como firma del cuadro, las castañuelas, la chifla y el tamboril. Y aún más arriba, Santa Colomba, enigmática; y Rabanal del Camino, con resonancias de peregrinación a Occidente; y Foncebadón, a la cuesta que remata la Cruz de ferro.

 

Pilato, esfinges y astronomías

Astorga centra muchas realidades. Recorrer sus calles, muy modernizadas, dispensa el paladeo de rinconadas pintorescas, de escudos de indianos, de solares de castillo, de iardines en que hace meses que está vedado el sol. Para sol, sus kilómetros de muralla levantada. Eso hoy, porque Astorga tiene sus tiempos perfectos, como el de semana santa, con pasos increíbles, en que por irreverencia a su nariz ganchuda no sale Poncio Pilato, que parece ciudadano de esta plaza, pues en ella es probable que naciera, según investigadores, cuando su padre dirigía, como general romano, un ala en la guerra cántabroastur.

He estado en Astorga. Y he sentido cómo desde aquí nacen rutas literarias, como la de Concha Espina hacia su Esfinge maragata, la de los filólogos en busca de purezas arcaicas del leonés antiguo. Hay en ésta una ruta aérea. No ya sólo la de sus campanas, como abanicos sonoros a diferentes horas del día, desde la voz de las clarisas de extramuros a las de Puertarrey, confundidas con la huerta y pitidos de los trenes. Es otra ruta: la de sus torres enhiestas como grullas vigilantes de espesos horizontes de arboleda. Y hasta hay rutas astronómicas. Si quereis alguna vez oír ia voz de Carlomagno y cómo se mesa sus barbas astrales, a Astorga habréis de venir, porque aquí justamente esa carretera de galaxias hace curva peligrosa para el ensueño. Por eso se han volcado muchos de sus hijos a Galicia: el bíblico y epigráfico Marcelo Macías; el de la Crónica troyana Martínez Salazar; el celta José María Luengo. el...

 

Mantecadas en ciudad socrática

Astorga es actualidad Sus hombres no viven del recuerdo ni del fardo de la memoria. Tiene sus industrias, su comercio boyante, sus luminosos, sus periódicos diarios, su emisora, sus antenas de televisión. Sin embargo, los pubs y las cafeterías en todo lugar se repiten. Ya no es lo mismo el cómo aquí se hornea la mantecada, confitura universal, surgida de una de sus clausuras. Astorga exporta al mundo entero la amarilla creatura dulce, menos a Japón, donde se ha instalado una fábrica en Kioto. Marcel Proust reconstruyó todo su tiempo perdido al ver cómo se deshacía una magdalena en el tazón de leche. Aquí en Astorga las mantecadas nos devuelven, con chocolate de sus obradores, el pulso del tiempo. Rescatamos una parcela de nuestro olvido. No es sólo un museo, sino una fuerza frontal y eucarística que nos despierta y nos hace volver. ¿A qué?

Por ejemplo, a ese rito de ver salir los gigantes y cabezudos, al meridiano de un sábado, mientras el maragato y la maragata, desde su balcón del aire, giran con los macillos, repartiéndose las campanadas. Nada tiene de extraño que las horas eternas tengan así un aire efímero, casi metafísico. Y si no me creeís, venid y vedlo, como yo lo palpo este verano. Astorga es ciudad socrática, paseante, caminera, varada en un cerro, como arboladura de milenios.

Esteban Carro Celada

Publicado en el diario Ya el día 10 de agosto de 1.972, y recogido en ellibro antológico de Esteban Carro Astorga La bien rondada, (edición del Ayuntamiento de Astorga, 1.996)