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Piedras y Bronces. Hombres y nombres. Temas ciudadanos

por Martín Martínez


Una brecha en la muralla

Tengo que recoger el guante, aunque no te dé entera satisfacción, amigo Andrés Mures; me emplazas en el último viernes a escribir algo sobre La Brecha; son muchas las brechas de nuestra muralla, muchas las mutilaciones sufridas y muchos los desmanes cometidos, a veces en nombre del progreso. Por ejemplo, en las últimas decenas del XIX y las primeras del XX se desmanteló todo el paño oeste, rebajando la muralla casi cuatro metros, hasta convertirla en ese magnífico paseo que ahora gozamos con tanta satisfacción; y como contestó uno de los operarios a D. Marcelo Mac¡as que aiga trabajo.

Algún malhadado alcalde vendió el tramo de muralla entre la Puerta del Sol y San Bartolomé a la orden de los PP. Redentoristas; en el libro del Padre Sotés aparece una foto con los estudiantes del centro religioso y obreros derribando ese tramo; se eliminó la Puerta del Sol con la disculpa de hacer más practicable la entrada y numerosos vecinos fueron adquiriendo de muralla en ventas que proporcionaron un serio detrimento a los bienes ciudadanos y daños irreparables al patrimonio; alguno hubo como Leoncio Núñez que derribó parte de la muralla, en lo que hoy decimos casa de Leopoldo Panero; de allí extrajo alguna que otra lápida romana como la dedicada a los dioses manes que se supone estará aún en el vestíbulo y escalera junto con alguna otra.

Personas, cultas y preparadas, ecuánimes y muy preparadas de aquellos tiempos, como lo era don Santiago Alonso Garrote, en sus astorganerías propugnaba el derribo total y absoluto de la muralla; creían ellos que era como un corsé que dificultaba la expansión y crecimiento de la ciudad, lo cual iba en detrimento de su desarrollo económico. Eran, naturalmente, otros tiempos; se hizo así y así hay que admitirlo, aunque mantengamos las lamentaciones, porque brechas más serias y perjudiciales abrieron en nuestras murallas ejércitos como los suevos, musulmanes y otros que por estas tierras anduvieron hasta los franceses, quienes durante los Sitios dejaron en la ruina absoluta buena parte del cinturón amurallado, con especial incidencia en las zonas de Puerta Hierro y Puerta Obispo, por donde desencadenaron sus más fieros ataques; mientras tanto, el paño sur nos deja ese recuerdo guerrero con la calle Bastión que nos indica el vocabulario militar. Las dos puertas y la del Rey, a causa de los daños sufridos, hubieron de ser derribadas a mediados del XIX.

Tiempo es lo que hace falta para poder hurgar en los libros municipales y sus actas, donde obtendr¡amos preciosos datos sobre las murallas y otros muchos temas. Don Matías Rodr¡guez en su Historia, solamente le dedica un par de páginas y hace solamente un par de días he localizado un original de Augusto Quintana, de casi 200 folios, referido exclusivamente a este asunto, por lo que allí se nos dará mucha luz sobre las vicisitudes de nuestras murallas.

Y es, precisamente, don Matías quien nos proporciona el hasta ahora único dato existente sobre La Brecha, donde tú y tus amigos teníais vuestros juegos y otros los tuvimos años antes, amigo Mures. A mediados del siglo pasado se practicó esa cortadura en la muralla, que no fue brecha guerrera sino brecha comunicativa y progresista; el fin de la misma era intentar que la carretera de León accediera por ahí a la ciudad y pasarla por delante del propio Palacio Consistorial para enlazar en el Postigo con la carretera de Madrid-Coruña. Enlace que se hacía por las calles Alcalde Pineda y Húsar Tiburcio a Cuatro Caminos, hasta que se abrió la Avenida Ingeniero Ahijón, ahora llamada de Ponferrada. Era una costumbre bien extendida en ciudades y pueblos que las carreteras pasaran ante el Ayuntamiento, las escuelas, la iglesia, la misma casa del alcalde y si se terciaba ante las de los concejales; aún quedan buenas muestras de aquellos vicios.

Manuel Gullón, siendo Diputado, logró aunque sólo fue en la teoría, que esa carretera de León entrara en la ciudad por la Puerta del Rey y enlazara con la de Madrid-Coruña en el Postigo, logrando aquel viejo sueño de La Brecha, pero ampliado, ya que por Obispo Alcolea y Lorenzo Segura, cruzaba Santocildes y la Plaza Mayor para seguir por la calle La Bañeza. ¿Por qué este extraño recorrido? Muy sencillo; al ser todo ello una carretera nacional, el mantenimiento de la misma corría a cargo del Ministerio de Fomento; de tal forma que así consiguió que esas calles y plazas fueran adoquinadas con un resultado gratuito para los vecinos y Ayuntamiento. Tipo listo don Manolito.

Publicado en El Faro Astorgano en 1.995


Calle de La Culebra

Si en su día lo hice, allá por los mediados de los 80, hoy, acogiéndome a mi condición, y hasta obligación de ciudadano, también voy a echar mi cuarto a espadas en torno a lo que ahora llamamos la plaza de La Culebra, a la que me sigue gustando decir calle, porque, en definitiva, esa fue la intención de la obra, dejarla en calle, aunque fuera fallida. Y si las obras municipales se hacen con dinero del común, bueno es que los paganos demos nuestra opinión, que alguna vez hasta puede ser válida.

Porque aquellas calendas dichas de los 80, más de cuatro parladas y alguna que otra discusión acalorada, amigable eso sí, que siempre ha sido de esta forma, cruzamos Juan Manuel Múgica, padre urbanístico de la plaza y quien esto escribe. Y no precisamente por el espacio lúdico y cívico que se ganaba, si no por el tratamiento que se le daba al cerramiento en lo que diferíamos radicalmente. Múgica, arquitecto experimental donde los haya, buscaba el contraste del prefabricado dentro de un espacio que podíamos considerar histórico; experimentos que me merecen el máximo respeto y en algunos casos como en el Parque Romano, disintiendo de muchos defendiéndolo. En este caso de la plaza, servidor defendía el mantenimiento de la piedra del país que conformaba las edificaciones derribadas ganando en favor del pueblo un buen espacio público. Aprovechando aquella piedra hubieran mantenido esos muros un color -a mi entender- más acorde con lo que se pretendía, que era, en definitiva conservar aquel espíritu y carácter medieval con el que conocimos la calle muchos astorganos. Lo cierto es que, con el tratamiento que han recibido todas las edificaciones circundantes ya estaba aquello más que prostituido, por lo que en conjunto Múgica tenía razón. Sin embargo, algo se hubiera conseguido manteniendo toda esa manzana-plaza en su construcción de piedra; al parecer el coste que ello supondría no hubiera podido soportarlo el municipio. ¡Bueno!

Dicho o escrito ésto, también hay que decir que la de La Culebra ha sido el espacio público astorgano menos aprovechado y disfrutado por la ciudadanía, si exceptuamos las no muchas sesiones veraniegas de cine; porque precisamente estas proyecciones fueron causa del maltrato y desaparición de las acacias en mala hora plantadas, porque si hay cine es error supino colocar árboles que no dejarán ver; los muros, como estaba previsto, son campo abonado y fecundo para los grafiteros, en muchos casos soeces y maleducados y en cuanto al deterioro del interior mejor no comentarlo; el mural de Toño, ahora inexistente, lo dice todo.

Se nos dice que habrá cierre y enrejado, que a cierta hora nocturna habrá candado en las puertas y que se piensa abrir, acristalando su techumbre. Pues así, a bote pronto la idea me agrada, porque empeorar con toda seguridad no empeora, si no más bien hasta puede ganar a la vez que se conseguirá un lugar idóneo para actos culturales -y hasta políticos- de variada índole; pongamos el propio cine suspendido más de una vez, conciertos, obras de teatro y otros espectáculos, por lo menos hasta que podamos disponer de algún centro más apropiado; será necesario pensar desde el principio en la construcción de un buen escenario, si es de fábrica mejor todavía; y a la vez habrá que ir pensando en que el cuidado de todo ello sea un poco más que el que ahora se tiene.

Siempre he lamentado que esa calle hubiera perdido su sabor y encanto, que de ambos disponía, porque algunos años fue mi morada estudiantil, en aquella casa morisca, de la esquina, cuyo torreón estaba vedado a la chusma; allí era donde Rosario, La Enterradora le decían, nos aviaba a un montón de estudiantes de La Cepeda, de Maragatería o del Órbigo, el puchero en el que ineludiblemente aparecían pelos de aquellos gatos que Rosario mimaba y por ello eran los señores indiscutibles del fogón.

Por esa tortuosa calle, entonces más bien desempedrada, correteábamos una pandilla de rapaces ya que a los de las dos o tres posadas había que añadir las prolíficas familias de los Panduros y Cubillas, que vivían en una casa de gran escudo nobiliario, del que esperamos su resposición algún día, no vaya a suceder como con el de la casa de Valeriano, que se nos ha dicho ha ido a parar a un pueblo.

Bastantes piedras hemos perdido ya y demasiado hemos maltratado nuestra ciudad en todos los aspectos; claro que algún día nos lo demandarán, pero el daño está hecho.

En esta plaza-calle de La Culebra, nombre no oficial nacido del maridaje entre las de Alonso Goy y San Javier hay que rentabilizar lo invertido en la anterior fase; nuestro deseo es que ahora se acierte.

Publicado en El Faro Astorgano en 1.997


Los 70 y bien cumplidos del cuartel

Se va a celebrar en el Regimiento astorgano la fiesta patronal de Santa Bárbara. Este de 1.995 se cumplen los 70 redondos años de la llegada a nuestra ciudad del Regimiento, aunque no fuera Lanzacohetes, y estreno del cuartel de Santocildes. Por este doble motivo quiero traerlo a este espacio semanal. Serán unos brevísimos apuntes, porque el que quiera saber más no tiene que ir a Salamanca, el Coronel Vecino con su libro lo podrá ilustrar.

Tener nuestro Cuartel, hay que decirlo, fue el fruto de una cacicada, una bella y buena cacicada. Mangoneaba lo indecible por la Corte y Gobierno el astorgano García Prieto, unas veces como ministro y hasta cinco como presidente del Consejo de Ministros, hasta que en 1.923 llegó el espadón de Primo de Rivera, lo destituyó y montó la Dictadura creyendo que con ello iba a solucionar algo. Para entonces Manuel Gullón había logrado de su pariente y adláteres lo que quería y soñaba para Astorga y el Cuartel era ya una realidad, pues en este mismo año, un mes después de la destitución del Marqués de Alhucemas, o sea García Prieto, el 26 de octubre, en plena guerra de Marruecos, se recibían las obras de ese magnífico proyecto astorgano, magnífico todavía hoy, después de 70 años. La guerra por un lado, y la falta de viviendas para oficiales, por otro, retrasaron la ocupación de esas instalaciones.

La verad es que las gestiones fueron largas y duras; solamente el tesón de Manuel Gullón fue capaz de lograrlo. Consiguió que en 1.919 el Ayuntamiento cediera, en Los Chanos, los terrenos precisos, primera premisa; el correspondiente protocolo, con la cesión de 80.000 metros cuadrados lo firmó el alcalde más joven que ha tenido la ciudad, Adolfo Alonso Manrique, con sólo 21 años. Han de pasar dos hasta que se inicien las obras, siendo colocada la primera piedra en marzo del 22, ya bien adelantadas las obras; pero había que cumplir con el formalismo y protocolo de piedra, monedas y prensa del día; para esta fecha ya era alcalde García del Otero, habiéndose quedado por medio Vizán, que por aquellas calendas se cambiaba de alcalde como de gobierno, en un dos por tres.

Por fin en 1.925, setenta años hace, el Cuartel recibe los primeros contingentes. No sé si escogieron la fecha a propósito, pero coincidía con el 21 de abril, día en el que un año de 1.810 las tropas de Santocildes, cuyo nombre bautizó el Cuartel, hubieron de capitular, honrosamente eso sí, ante la avalancha napoleónica. Una comisión militar se hace cargo del edificio y a primeros de mayo llegan, desde Estella, los primeros soldados y oficiales, recibidos solemnemente el día 14. Se llamaba Regimiento de Ordenes Militares", que pasó a ser el Regimiento 27 de Artillería", se convirtió en 1.962 en Regimiento de Artillería Lanzacohetes y más tarde en Regimiento de Artillería Lanzacohetes de Campaña; o sea, el RALCA.

Como dato curioso el 20 de mayo de ese 1.925 se estrenaba la obrita teatral Que viene el Regimiento de D. Melitón Anores, como homenaje a los soldados; en el elenco artístico dos mozalbetes aficionados a la literatura y más tarde prolíficos escritores: Luis Alonso Luengo y Leopoldo Panero.

Otra anécdota que me parece ya he narrado en alguna ocasión y que José María Gullón, hijo de D. Manuel, me ha corroborado como cierta. Viajando Gullón en tren a nuestra ciudad, lo hacía también cierto capitán destinado al Regimiento, quien dirigiéndose a otros compañeros maldecía de un diputadillo, hijo de la Gran Bretaña (por dulcificar) causa y promotor de construir un cuartel en Astorga, y por ello de sus males. Tenía fama Astorga de ser la Siberia española, pueblo de mala muerte, cateto y perdido en el mapa. Ya cerca de Astorga Gullón se dio a conocer, y mientras el capitán se deshacía en disculpas, el diputadillo le ilustró y puso al corriente de la ciudad. Desde entonces militar y paisano fueron grandes amigos. Y aunque ésto último ya no se pueda asegurar, se dice que llegó el capitán en su día a mandar el Regimiento.

Posiblemente de aquellos polvos vengan estos lodos y buen entendimiento de civiles y militares en esta ciudad, cuyo exponente más claro lo tenemos en ese campeonato de mus.

Quería dejar constancia de ese cumpleaños que deseo feliz. Setenta han sido. Que sean muchos más.

Publicado en El Faro Astorgano en 1.995


La plaza de Eduardo de Castro

Ya en su día en estas mismas páginas, se ha hecho una glosa del titular de estas glorieta, el ingeniero Eduardo de Castro; no hay por qué repetirse contando los méritos que acumuló para que su ciudad natal le dedicara esta plaza que resultó al ampliarse en las primeras décadas de este siglo lo que era plaza -raquítica plazuela- de los Oficios .Lo que sí me gustaría dejar apuntado, una vez más ,como recordatorio a nuestro Ayuntamiento, ahora que ya se están finalizando las obras del nuevo edificio en el solar que la albergó. De otras lápidas no es ocasión de hablar, y vamos con la plaza que hoy nos ocupa.

Al principio de este siglo, en l909 concretamente, cuando la fiebre del Centenario de los Sitios tenía su máxima temperatura, el arquitecto municipal, Sr. Alcaide presentó un proyecto de reestructuración de esta zona, cuyo fin era conseguir un espacio abierto muy similar al que hoy conocemos. Por entonces se estaba construyendo aquel, tristemente, desaparecido Grupo Escolar, que ocupaba el solar donde hoy se instala la Escuela de Idiomas; se intentaba alinear la calle, llamada entonces de Santa Marta la cual ,a la altura de la casa actual del canónigo Sr. Liébana sufría un colapso total, con unas edificaciones que dejaban una estrecha calleja en su margen izquierda para acceder a la plaza de los Oficios.

En el otro frente, adosada a la capilla de San Esteban estaban la casa parroquial y una huerta, regularmente amplia, propiedad de la parroquia, que con otra casa que enfrentaba al palacio dejaban escaso espacio para la plaza.

La idea del arquitecto Alcaide era eliminar totalmente las edificaciones de la embocadura de la calle Santa Marta (hoy Los Sitios) así como la huerta parroquial y la casa que enfrentaba al palacio. N la plaza resultante, y aproximadamente donde se encuentra hoy el monolito a los Caídos, proyectó una glorieta circular , ajardinada ,con una fuente central que dividiría el espacio en dos zonas: la del palacio se llamaría plaza de los Oficios y la otra de Julián de Diego, que era el obispo que colaboraba en el proyecto; era, por tanto, el obispo Alcolea. Se mantenía la casa rectoral y un pedazo de huerto en cuyo frente se construiría un muro ornamental y zona ajardinada. La cerca del palacio que se iniciaría en la casa del Sr. Bardón, hoy establecimiento Delabuelo, sin la casa del Sr. Liébana, continuaría hasta donde alcanza actualmente, más o menos con la notable diferencia de que el Sr. Alcalde la ideó similar a la verja de la Catedral y no como lo que se colocó en los años 50, que además lleva un muro muy elevado que cubre y no de los rincones más bellos del palacio; además, en aquel proyecto quedaba libre de edificaciones toda la acera derecha de lo que hoy es Mérida Pérez, cuyo resultado hubiera sido extraordinario para el entorno catedralicio. Bien es verdad que no se llegó a conseguir todo entonces pero fue un gran paso el derribar las casas que colapsaban la calle Los Sitios y que alineada se podía convertir en el principal eje astorgano, como así ocurrió dando el tiempo la razón a sus promotores; la huerta parroquial no se eliminó más que en parte, teniendo que esperar hasta los años sesenta para completar la operación con incluso el derribo de la casa rectoral, quedando a la vista la hermosa capilla de San Esteban. Si en esta última ocasión el Ayuntamiento y la Iglesia se pusieron de acuerdo para el intercambio, cediendo terrenos el municipio en la plaza de la Catedral, en aquella otra también el Ayuntamiento jugó con terrenos del común para compensar a los propietarios que al derribar sus casas dejaban libre y expedita la vía. El Ayuntamiento disponía de un solar en la misma calle de Los Sitios en el que se edificaron dos casas tan parecidas en su construcción y estructura exterior que parecen una sola y que corresponden a los números nueve y once de dicha calle.

Uno de aquellos propietarios se empecinó en no trasladarse al solar frontero y cediendo el Ayuntamiento a sus pretensiones hubo de habilitarse un solar en la acera derecha, invadiendo parte de la explanada del palacio; el resultado de aquel capricho particular es la casa ahora habitada por el reverendo Liébana que, ciertamente, resta perspectiva al bello edificio de Gaudí. Claro está que en aquellos años los ayuntamientos y otras administraciones no tenían dispositivos legales para las expropiaciones, como se disponen en la actualidad.

Ahora se va a remodelar esta plaza, con toda seguridad la más visitada de la ciudad por los turistas y también con toda seguridad la más abandonada, destacando en ese abandono el entorno de la estatua de Leopoldo Panero. Es plaza que tiene árboles demasiado elevados que eliminan la vista de la Catedral, de la capilla de San Esteban y que pueden ser trasladados; la distribución de los espacios está mal planteada y la peatonalización de la misma debe ser fundamental. Habría que hacer una remodelación en profundidad, implicando los espacios del palacio en la unión de la zona con el Melgar, aunque quizás los dineros no lleguen si no para un lavado de cara, con el cual la ciudad no debe conformarse y aspirar a tener aquella zona en consonancia con la categoría turística de la misma.

Publicado en El Faro Astorgano en 1.995


El Colegio multiusos

Fue en el año de 1970 cuando, como reza la placa, bajo la égida del Caudillo Franco, Astorga inauguró a bombo y platillo el colegio Fray Pedro Ponce de León, dedicado al leonés que revolucionó la enseñanza para sordos. Este centro podría muy bien ser la muestra de lo que la ciudad ha ido perdiendo en cuanto a la enseñanza se refiere, aunque en la última década hayamos incorporado una Escuela de Idiomas o un Conservatorio cuyo porvenir es, todavía, una incógnita.

Hay que recordar que hasta los años 60 el edificio de la Biblioteca pública y la plaza frontera albergaba el viejo Hospicio, una institución de solera de siglos en la ciudad y en la que, cuando la Diputación hincó el diente se llevó todo por delante. Algún día habrá que reescribir esta historia menuda. Desapareció el Hospicio y el entonces alcalde José Fernández no dejó que ello se fuera de rositas; diputado provincial y procurador en Cortes hizo valer las aspiraciones astorganas; la compensación fue la creación de un centro especializado en la enseñanza de sordomudos. Aquel viejo caserón, que albergó algunos años este centro, no reunía las mínimas condiciones para una enseñanza especializada y se pensó en un edificio capaz y dotado con los máximos adelantos escolares precisos con las circunstancias.

Los terrenos fueron dispuestos por el Ayuntamiento y la Diputación iba dando largas al asunto, como el Ministerio, mientras en la ciudad saltaron voces que protestaban por una inversión a la que auguraban un incierto porvenir; que lo fue oscuro y borrascoso pues a los pocos años, y a pesar de ser de los mejor dotados de España hubo de darse el cerrojazo por falta de alumnos. La Diputación no supo, no quiso o no pudo vender un producto superior y la apertura de otros similares en Galicia o Levante dieron al traste con él.

Desde entonces sus instalaciones, con el deterioro consiguiente, han ido albergando diferentes actividades que no han tenido continuidad ni estabilidad alguna. Aparte de las colonias veraniegas o campus deportivos ha acogido el Criele, trasladado el pasado año a León, al parecer por razones operativas. Ha sido sede de la Oficina de Desarrollo de Maragatería, desarticulada en cierta fecha por razones políticas o mejor dicho por envidias políticas aún no explicadas; ahora se quiere implantar allí otro de lo mismo con distinto nombre; se le cambia el collar y se llamará OIPES. Menos mal que sus talleres han sido absorbidos por Cosamai y en una de las alas se ha visto nacer, con ilusión, el Conservatorio que Dios, y el ministerio, nos guarde.

Con la música se irán en octubre a otra parte, a la calle de Los Sitios; y Sordos, si no hay nada en contra pasará a ser una residencia estudiantil para ESO y Bachillerato. El porvenir de tal residencia, visto lo que ocurrió con el Panero lo vemos más que oscuro, como aquel D. Gabriel Crespo vio el de Sordos. Sin embargo, y a pesar de todo, abogamos y solicitamos de las autoridades locales y provinciales las máximas facilidades al Ministerio para su implantación. La chistera del señor Ministro puede proporcionarnos alguna sorpresa que no pase por esa malhadada fusión de los Institutos y sí la creación de nuevos y numerosos módulos de F.P. que sean capaces de atraer una población escolar suficiente para ocupar las 150 plazas de residentes.

D. Magín Revillo, hijo, aquel avispado y maestro de periodistas tuvo la suficiente visión para empujar al entonces Alcalde a la colocación de una primera piedra casi inexistente, y el colegio surgió a la vera de la plaza de toros. Arquitectónica y funcionalmente, lo hemos oído a varios arquitectos, es el modelo ideal de cómo no se debe construir un colegio; o sea una birria; sin embargo siempre es mejor algo malo que nada, y con esas mimbres se han tenido que hacer varios cestos. A ver si ahora nos sale uno duradero.

Y como en eso de las reestructuraciones se acostumbra a llevar cada uno todo lo que se le pone delante, quiero dejar constancia de una placa de bronce con la que se conmemoró la inauguración de tal colegio. Uno cree que sea cual sea el destino, la placa debe permanecer en su lugar, en el vestíbulo, que sirva como recuerdo y memoria de algo que, con tesón, sacrificio y su pizca de ratonería se logró para la ciudad; que la desidia o la mala organización de ciertas instituciones hayan dado al traste con su primigenia concepción, nada tiene que ver.

Por si alguien tiene la tentación de arrojarla a los escombros, en los meses venideros, su texto dice así:

Estos edificios para centro de Enseñanzas Primarias especiales creados por la Diputación Provincial, bajo la égida del Caudillo Franco, fueron inaugurados por Excmo. Sr. D. Tomás Garicano Goñi ministro de la Gobernación el 27 de octubre de 1970

Publicado en El Faro Astorgano en 1.995


Sólo muere el cuerpo

Reflexión ésta a la que nos ha conducido la visita de estos días al cementerio astorgano en una de cuyas tumbas está dicha frase. Bien es cierto que no será un lugar muy propicio de esparcimiento y ocio, pero uno aparte de estas tradicionales jornadas, de vez en cuando, tiene la costumbre de dar un rabiscazo por el camposanto. Buen lugar de reflexión y con el silencio suficiente para la meditación sea o no trascendental. Visitas más frecuentes, ahora que se trabaja en esa ampliación tan necesaria y tan bien entendida en su concepción por esa joven arquitecta que es Yolanda.

Y es que un recorrido por los diferentes cuarteles (no sé por qué esta denominación) y tumbas nos habla de la pequeña historia, ya muerta, pero historia, de nuestra ciudad. Porque allí entre los centenares, los miles de tumbas cuyos nombres nos resultan desconocidos, se puede ir siguiendo el rastro de la vida ciudadana desde hace más de un siglo.

Allí están si no las cenizas, sí la memoria de aquel responsable político de Salamanca, muerto a la temprana edad de 40 años, que ocupa el nicho de uno de los templetes de entrada al recinto; tal vez la más antigua. Y te salen al paso nombres de insignes periodistas, como los dos Revillo, el de Nicesio Fidalgo o sus hijos Ernesto y Arfiro, de El Pensamiento los primeros y de La Luz los segundos.

Políticos como los Núñez y Gullón ensamblados en las letras con Ricardo el primero y hasta ahora único académico que hemos tenido en esa república del escribir. Allí está la memoria de un amigo como Esteban Carro junto a ilustres canónigos y militares; hombres de letras, de armas y de oración.

Allí está la memoria de los hermanos Panero; no están sobre el mármol blanco los versos que Leopoldo dejó escritos para su epitafio, pero sus familiares supieron recoger la profundidad del poeta y su sentimiento religioso amplio con la frase No estoy solo yo/ me acompaña en luz/ la pura eternidad de cuanto amo. Que todos los sábados y él lo dejó escrito ...bebió mucho y amó mucho. O al otro extremo de la tumba las palabras de Juan, el malogrado, a quien el nuevo mundo se le abrió demasiado pronto para desgracia de las letras astorganas. Así pensaba el mayor de los hermanos y así está grabado: Un nuevo mundo nos abre ahora sus puertas con la luz y el silencio profundo de lo eterno". Las dos palabras clave en los escritos de ambos hermanos; dos palabras en las que creían y esperaban: la luz y la eternidad.

Y te saldrán al paso las memorias de alcaldes astorganos, de historiadores como Matías Rodríguez, la arqueología representada por José María Luengo, o novelistas como Aragón Escacena. Panteones familiares amplios como los ya citados, los Goy, Herrero o Nistal de viejas raíces astorganas; tumbas con bellas esculturas de anónimos autores o esa Piedad, bellísima, llena de ternura maternal, el dolor de la muerte en su rostro, creada por el amor y el arte de Castorina.

Y te puedes topar con ese pensamiento que sobre la lápida de otro ilustre astorgano, Lope María Blanco Rodríguez de Cela, da título a este escrito. Ya en otra ocasión hemos expuesto aquí los poderes de don Lope, titular del Paseo de la Muralla, coronel de ingenieros, fundador del grupo escolar que lleva su nombre y miembro destacado de una familia amplia en la vida política y social de Astorga.

Con su pensamiento, con su verso, cerramos estas líneas de recuerdo a estas jornadas pasadas, mientras esperamos que antes de un año se pueda disponer de la ampliación del cementerio y así ordenar, un poco, el caos actual. Esto pensaba Blanco Cela:

Morir!

Sólo muere el cuerpo frío

que el mar redujo a la nada.

El alma no. Vive y subió

para ser por Dios juzgada".

 

Publicado en El Faro Astorgano en 1.996


La Casona

Un día de este mes de junio de 1.995, va a tener lugar la inauguración de la Casa Consistorial. Diez años largos han pasado desde que se iniciaran las obras de remodelación, acoso y derribo del edificio decimonónico, por un lado, y de recuperación (porque todo hay que decirlo para ser fieles a la realidad) del edificio barroco.

La inauguración fue una promesa pública del Alcalde, en la campaña electoral, como reconocimiento y gratitud a D. Agustín Turiel, por la gran ayuda que la Diputación Provincial prestó a estas obras, que parecían eternas, bajo su mandato. De bien nacidos es ser agradecidos y Astorga se lo debe. Porque desde aquellos diez primeros millones que en mayo del 85 concedió la Diputación hasta ahora, a pesar de la sequía, ha llovido mucho y mucho ha costado llegar a la conclusión de las obras. Turiel ha sido el gran padrino de las mismas.

Como se va a proceder a esa inauguración, no quisiera dejar pasar la oportunidad para recordar a nuestra primera autoridad (a nuestro Corregidor que diría D. Luis Alonso Luengo) que también hizo otras promesas en esa campaña electoral, con referencia a la Casona. Y recordarle que, en contra de lo que algún magnífico y querido profesor dijera, esas promesas deben hacerse para ser cumplidas.

Ya no voy a dar la vara (que no la Sabina) pues la he dado bastante, sin resultado alguno, sobre todo lo que se quitó de la Casa Consistorial; entre otras cosas porque ya no hay remedio; pero sí la daré con lo que aún se puede subsanar y pediré que la promesa electoral sea cumplida.

En público acto, nuestro alcalde que repite, prometió que se colocarían los cuarterones de las ventanas del Consistorio, y aunque esa misma promesa la hizo, particularmente, a este humilde escribidor hace casi dos años, no la ha cumplido; ahora es el momento de saldar esa deuda con el pueblo.

Como es hora de instalar un ascensor y eliminar barreras arquitectónicas, para que los astorganos podamos acceder a la que se dice casa de todos; porque muchas personas por sus incapacidades no pueden y para nada se las tuvo en cuenta por un necio prurito profesional.

¿Que al Sr. Arquitecto no le gusta?. Pues mire usted, Sr. Alcalde, que se la envaine. Usted, y se lo digo ahora que repite mandato, le tuvo miedo, pánico cerval, se arrugó ante las teorías del Sr. Lozano, y no fue capaz de obligarle a instalar un ascensor a su debido tiempo. Ahora, cuando se instale (que así lo prometió) se sabrá lo que cuesta el capricho de un buen arquitecto, eso sí, pero soberbio, endiosado y displicente, al que se dejó que malgastara los caudales públicos para dejar satisfecho su ego. Eso tendremos que saberlo; tendrán que contárnoslo.

¡Ah!, como final vaya mi cuarto a espadas en la iluminación; acertada y bella pero con matices, sabiendo, además, que en el seno del equipo de gobierno municipal está proceder a que esos matices se resuelvan. Habrá que corregir la iluminación de las dos torres laterales, ocultando los focos o tubos de manera que no se vean desde la plaza; será fácil y no creo que costoso; habrá que rectificar la trayectoria, o tal vez la colocación, de los dos focos instalados bajo el reloj, eliminando la bofetada de luz que ofrece ahora sobre la piedra. La fachada lo merece.

P.D. Y como uno, Sr. Alcalde, tiene la manía de las lápidas, me es grato recordarle que en el Consistorio hubo instaladas dos que ahora no están. La conmemorativa de la visita de la reina Isabel II, retirada hace demasiados años y la que en su día donaron los maragatos de Carmen de Patagones para celebrar el 250 aniversario de su fundación por gentes de esta tierra. ¿Por qué no reponerlas si hay pared de sobra?.

 

LA NUEVA INSCRIPCIÓN

Quiero dejar constancia de la última inscripción de Astorga, recién salida del horno. Quedan muchas piedras, muchos bronces, muchos nombres y muchos hombres que deben pasar por estas líneas si la benevolencia del director lo permite, porque saben ustedes muy bien que hay más días que longanizas; pero a ésta por ser la última le ha tocado el turno que bien dicho está aquello de los últimos serán los primeros.

Es el caso que el último testimonio litográfico de la ciudad es de hace, exactamente, ocho días; y no queremos que se nos escabulla; porque dado el lugar recoleto y discreto en el que se ha colocado serán más, de ahora en adelante, los que lo ignoren que los que sepan de él.

El día 23 de junio de 1.995 , con motivo de inaugurarse las obras de restauración, rehabilitación y ampliación de la Casa Consistorial quedó el testimonio gráfico y pétreo de tal efemérides para hacer bueno aquel viejo refrán leonés que "de bien nacidos es ser agradecidos". Juanjo Perandones quería dar las gracias a Agustín Turiel por los detalles que éste tuvo (económicos especialmente) para que las obras llegaran a su fin, después de trece años de exilio corporativo y penalidades pecuniarias para afrontar el final de un túnel al que no se le veía el final. Bien cierto es que si Turiel no hubiera echado una mano "las cosas de palacio hubieran ido aún más despacio".

Por eso Juanjo quiso que el reconocimiento fuera de forma escrita, o sea indeleble, y no sólo de palabra ante el público. Alguien podrá calificar (que los habrá) esta acción de falsa modestia y cierto cinismo personal y cultivador del ego, pues al lado del de Turiel está el nombre de Alonso Perandones. El que esto escribe es conocedor de toda la génesis y si me apuran una miaja hasta culpable de ello. No me arrepiento, tal vez por ser un forofo de las lápidas y recordatorios, que son un retazo de la historia local colocada en cualquier rincón. Allí iba a figurar el nombre de quien empujó económicamente la obra ¿por qué no iba a figurar el de quien la promovió y culminó?. Nada tiene que ver ésto y que servidor de ustedes siga discrepando con el Alcalde sobre el desaguisado que cometió en el Salón de Sesiones, la chapuza que permitió con la escalera o que los vanos sigan sin sus cuarterones hacia la plaza Mayor. Eso no se lo perdono al Alcalde; lo siento, pero las convicciones si son tales hay que mantenerlas.

Sin embargo, lo cortés no quita lo valiente y la obra ahí está; de gran utilidad para el pueblo y con dignidad absoluta, salvando esos inconvenientes. Por ello me parece lo más lógico y normal, conveniente y saludable, acaso por esa afición desmedida a las placas, que ésta se haya instalado tal y como está; como agradecimiento a quien ayudó con la aportación económica desde la Diputación, caso de Agustín Turiel, y como recordatorio de quien regía los destinos municipales cuando se inauguraban las obras, y fue su constante valedor, caso de Juan José Alonso Perandones.

Se aprovechó para ello el discreto ángulo de la entrada accesoria, esa bella puerta de bronce (buena obra ésta Sr. Arquitecto!!) y allí el módulo de cantería de la Escuela-Taller cinceló la inscripción; ésta:

La restauración de este Ayto. fue inaugurada por el Pte. de la Diputación D. Agustín Turiel Sandín, siendo alcalde D. Juan José Alonso Perandones

XXIII-VI-MCMXCV

 

Publicado en El Faro Astorgano en 1.995


Piedras muy venerables

Dos razones, dos motivos existen, en estos momentos, para que intente pergeñar estas líneas semanales con un recuerdo especial a las viejas y nobles piedras de la ciudad. Los trabajos que se están realizando, ahora detenidos, a la búsqueda de la alcantarilla del Jardín y los que se realizan de recuperación de la Ergástula, nos lleva a aquellas lápidas que con memorias de la época romana estuvieron en dicho Jardín o Paseo de la Sinagoga y que, algún día, podrán estar en la Ergástula, pues uno de los destinos de este edificio y, quizás el más noble que se le pueda dar, es el de albergar un laboratorio arqueológico, basado en las múltiples excavaciones, y que sea el inicio de ese tan ansiado museo romano, sin el que Astorga no puede y no debe estar. Mientras las altas instituciones -léase Ministerio o Consejería de Cultura- meditan si aportan, o no, su colaboración al Proyecto Lyda, bueno es que contemos con el embrión museístico en ese magnífico recinto, y que se bautice ya con el nombre del pionero de la arqueología astorgana, don José María Luengo, a quien tanto le debemos en ese aspecto y cada día más reconocido está.

Tengo entendido que se están realizando entre Ayuntamiento y Obispado las gestiones oportunas para que diferentes lápidas, hoy albergadas en el museo de Los Caminos, pasen a iniciar ese museo municipal. Ni mucho menos tenemos que valorar en este momento (tiempo habrá para ello) los pros y los contras, la conveniencia o no de una dispersión de las muchas y buenas lápidas que hoy se alojan en el Palacio Episcopal y que conforman un magnífico corpus epigráfico, aunque la procedencia y la propiedad de esas lápidas esté clara en la mayor parte de las mismas.

La peripecia de muchas de estas piedras nos la cuenta don Matías Rodríguez; peripecia de la que buena parte él fue protagonista, como nos lo hace notar don Marcelo Macías. Por los mediados del siglo pasado, con buen acierto (aunque las condiciones climáticas no eran las más apropiadas) el Ayuntamiento decidió reunir y conservar más de una veintena de esas inscripciones incrustándolas en las paredes del llamado Paseo de la Sinagoga, construido hacía unos años. Dice don Matías en la primera edición de su Historia de Astorga, publicada en 1873, que eran 21 las colocadas, habiendo sido estudiadas algunas de ellas por expertos como Hubner o Quadrado, y otras por el sabio padre Flórez, por supuesto antes de su traslado a ese lugar. Que no fue buena medida para su conservación tenerlas a la intemperie lo demuestra que, a finales del XIX, dice don Matías, algunas ya ni se leían por la acción de los agentes atmosféricos.

Esos deterioros y otras lápidas aparecidas posteriormente, algunas de las cuales eran llevadas para León, hizo que se levantaran algunas voces solicitando preservar, unas del deterioro, y las otras de un viaje sin retorno. Andrés Martínez Salazar, astorgano ilustre y Archivero General de Galicia, junto con don Matías, fueron los dos ardorosos promotores de la creación, por parte del Ayuntamiento, de lo que se llamó Museo Municipal. Don Matías por otra parte en esos años iba recogiendo cuantas lápidas aparecían por uno u otro lado. Es de destacar entre ellas la que apareció cuando se realizaban los primeros trabajos de rebaje de la muralla en lo que es hoy paseo, que no se finalizó hasta bien entrado el actual siglo. Entonces la lápida en cuestión (es la de Sulpicio Mesor) se partió en dos trozos; el uno fue a parar con las piedras acarreadas por un labrador de San Andrés y el otro para Rectivía; don Matías averiguó el paradero de ambos y recuperados y unidos pasaron a la Casa Consistorial. Aquella idea de los dos astorganos, cuajó en 1901 y además de recoger las que iban apareciendo, se trasladaron las del Parque.

Posteriormente, con el Obispo Alcolea se llegó a un acuerdo para depositarlas en el sótano del palacio de Gaudí, lugar más idóneo que los bajos consistoriales, y allí se encuentran desde entonces, junto con otras que en estos últimos años han engrosado la colección. Por sólo ceñirnos a las que se sacaron de las tapias del Jardín, allí están nombres como el de la esclava Lyda, hoy conocida por todos, debido a ese proyecto cultural que no acaba de cuajar; o el de aquel tribuno de la Legión I Itálica, Memmio; la memoria pétrea de un verdadero veterano, por su vida militar y su edad; nada menos que 75 años tenía Quinto Camelio, nacido en Braga y muerto en Astorga; Próculo, en cambio, solamente tenía tres años al morir y había nacido en Uxama.

Tribunos y soldados, libertos y esclavos, flámines, augures y gramáticos tienen sus líneas dedicadas en esa colección que habla de Astorga y de Roma entera. Piedras que recorrieron caminos extraños y largos, a veces, para llegar a donde ahora están. Así a mediados del siglo XVIII, Manuel de Junco informaba al padre Flórez del texto de una lápida aparecida en la muralla (la de Quadrado) que recogió un canónigo llamado Valcarce; pasó en su día al Jardín, después al museo municipal y finalmente al de Los Caminos; otras siguieron el mismo camino partiendo, inicialmente, desde los patios de la Catedral. Esas piedras municipales que durante casi cien años han estado en depósito, por fin van a contar con un lugar idóneo para su exhibición y estudio, propiedad del Ayuntamiento; hay cosas que tardan mucho, pero llegan.

Publicado en El Faro Astorgano en marzo de 1998

Martín Martínez