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Las rutas secundarias, y más hermosas, de Maragatería

Buscando la solana de Villardeciervos y Valdemanzanas

por Isidro Martinez


Durante muchos años el acceso a estos pueblos, alejados de las rutas importantes de Maragatería, fue por camino de tierra, o de cabras, aunque no las hubiera. Llegaban a Astorga a lomos de caballería, y cuando este medio de transporte desapareció, acercarse a sus casas siguió siendo, durante quinquenios, patrimonio del polvo en verano y del barro en invierno.

Ahora todo ha cambiado. El acceso se encuentra asfaltado y existe un indicador en la carretera. Es fácil seguirlo. Y gratificante. Al fondo, acunados en los montes, entre robles y encinas aparecen primero Valdemanzanas y después Villardeciervos. Allí también reciben El Faro, me comenta un vecino.

Y allí está la soledad. Y la solidaridad. La soledad del invierno con unas cuatro o cinco casas abiertas todo el año, y la solidaridad de sus gentes. Si hace falta algo, para éso están.

 

Villardeciervos

La población maragata de Villardeciervos se encuentra claramente divida en dos barrios. El Solano y El Abesedo, aunque con una sola iglesia, hermosa, espectacular. Se asienta sobre colinas bajas, con valles al fondo. Y nunca falta el río. Unos dicen que es el Turienzo, otros que también al lado discurre el río Juta, como me apunta Nieves del Palacio.

Destaca en este pueblo, junto a los barrios separados, el paisaje. Los robles, los chopos, los árboles frutales de tanta huerta cercana a las casas que este pasado verano se llenaron de fruta: manzanos, algún nogal, perales...

No faltan las fuentes, en ambos barrios, de manantial. La pavimentación no ha llevado, pero se está en camino. Contar con 17 pueblos y muy poco presupuesto, el municipio de Santa Colomba de Somoza por ejemplo, no es la mejor senda para resolver los problemas, todos y al mismo tiempo.

El río Juta llena estos dos angostos valles de remansos de agua. Praderas con chopos, y dos ramas de un mismo cauce. Es la Maragatería verde que estamos descubriendo este otoño, siempre por los caminos accesorios.

La iglesia

El templo parroquial de Villardeciervos sorprende al viajero. No sólo porque este año hubiese una boda, que ya hacía once que no se veía una celebración similar con engalanamiento de la puerta de acceso con ramas verdes, sino por su monumentalidad.

Hasta nueve tejados, en diversas alturas, se cuentan en esta iglesia, con teja del país y con uralita, porque siempre aparece el detalle. Aunque, me dicen, ahora se va a restaurar (cuenta con algunas grietas) y se repondrá con teja moderna, que no tradicional. En los alrededores ya se encuentra el material para las cubiertas. No habrá goteras.

A un costado del templo el "Cabildo de San Miguel", abierto al exterior, aunque cerrado con una verja de madera que sufre el paso del tiempo. Es un rincón que ha encontrado función y sorpresa. el suelo es de tierra y piedra, y arde un velón de un devoto.

La torre de la iglesia de Villardeciervos es cuadrada, con dos campanas, y acceso lateral al campanario. Todo de piedra. Más que grande, este templo maragato es espectacular.

Arquitectura

El pueblo se divisa, enteramente, desde la carretera. Antes de bajar al valle aparecen las casas recortadas entre los árboles y las colinas cercanas. Una mayoría de edificios, sobre todo pajares con tejados de cuelmo, se muestran en ruinas. Aquí, y allá, se ha restaurado alguno, sobre todo para habitar en verano. No lo han hecho bien, con algunas excepciones notables, el ladrillo visto (incluso al lado mismo de la iglesia) y el fibrocemento se van adueñando de rincones emblemáticos.

La carretera finaliza en un semicírculo de dos calles, después sólo siguen las veredas y las tradiciones. Como me cuenta Agapito Peña Domínguez antes el camino iba hasta Lucillo, por los montes, con las caballerías. Ahora todo pasa por la carretera.

El barrio de El Solano, al fondo, muestra ejemplares de casas maragatas. De gran calado. Tradicionales, con arquitectura popular, con sus balconadas.

El viaje toca a su fin en las calles empinadas. Restos de color de alguna morera, y el sol que quiere salir tibio entre las nubes. Una ultima mirada, desde la zona alta, desde la carretera, cuando el regreso se hace hasta Valdemanzanas.

 

Valdemanzanas

Al llegar sorprende la palera. Su diámetro de más de cuatro metros, en un valle de praderas, huertos y chopos que presenta a Valdemanzanas. Si se toma el cuidado de bajar, al lado existe una fuente de agua clara, aunque quizá el entorno no ayude a beber.

El pueblo parece más pequeño que Villardecirvos, pero igual de hospitalario. Cuando había una boda, un baile o una fiesta los mozos iban a la localidad de al lado. Donde no son muchos, la presencia siempre se agradece para correr el bollo o para echar una jota.

Y siempre, esta Maragatería sorprendente, única, que algunos se están cargando con sus ladrillos en las casas, y otros (quizá más culpables) asisten a los hechos con indiferencia, que en Valdemanzanas se hace en casas singulares, tradicionales, llenas de encanto. No son todas, y llaman más la atención.

Casas de piedra, losas en los tejados, cuelmo, teja del país... Teja moderna, ladrillo, uralita...

Chopos, huertas, frutales. Leña cortada, apilada al lado del atrio de la iglesia, para el invierno.

Valdemanzanas es también su iglesia, amplia, conformando una identidad para el pueblo, pero no como en la vega, en donde la mayoría son iguales, sino con identidad propia. Con "diseño× popular y tradicional, que atrae. Un atrio con muro de piedra y un gran laurel. Varias alturas en los tejados del templo...

Vuelta atrás, a la carretera. A la Maragatería más visitada, aunque no más rica, ni más hospitalaria. A una comarca que merecería otro trato.

Isidro Martínez