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Isabel II estuvo en la ciudad en 1858

Otra visita real en Astorga

por Martín Martínez


La exitosa visita del príncipe don Felipe a Astorga el 21 de mayo de 1.997 nos retrotrae la memoria histórica a otras visitas reales que nuestra ciudad ha tenido en tiempos pasados. Naturalmente no voy a consignar aquí la visita de su bisabuelo, en 1927, porque de ella quedan amplias notas en los periódicos de la época y el príncipe tuvo cumplido regalo con el álbum de fotos con que le obsequió el Ayuntamiento; tampoco se anotará nada (si bien algún día se podría ir haciendo) de las muchas y constantes visitas que los reyes medievales realizaban a nuestra ciudad; Astorga, en aquellos siglos, por diversas razones, era paso continuo de los monarcas, unas veces en son de paz y otras, demasiadas, en son de guerra.

El viaje que vamos a rememorar hoy y que necesariamente ha de extenderse a otra entrega, es el de la tatarabuela de este don Felipe, la reina Isabel II, quien a finales del verano de 1858 llegó acompañada de su esposo Francisco de Asís y de los dos hijos que entonces tenía el matrimonio, la infanta Isabel que contaba con 7 años y el príncipe de Asturias, más tarde Alfonso XII quien, todavía, no había cumplido un año.

Según la tradición la familia real fue alojada en la casa-palacio de los Monero, rancia familia astorgana a la que don Matías Rodríguez da emparentada con los Bazán, Miranda, Escarpizo y Pernía entre otras, frente al monasterio de Sancti Sp¡ritus; casa que más tarde compró el acaudalado industrial chocolatero Delfín Rubio y en la que Concha Espina desarrolla una de sus páginas en La Esfinge Maragata con visita de Mariflor a Astorga; hace unos cuantos años esta casa se derribó dando lugar su gran solar a dos bloques de viviendas con apertura de una calle central, la de Marino Amaya. Todavía se habla, con insistencia, en Astorga, de la cama usada por la reina y que, en verdad es una pieza de museo, según ocasión que tuve de verla; ahora no sé de su paradero y según pareceres fue a parar a manos de anticuarios.

El primer periódico impreso de nuestra ciudad fue el "Boletín Eclesiástico del Obispado de Astorga". Cuando la visita real llevaba el Boletín su sexto año de vida, publicación semanal que andaba, por esta fecha, con su número 310; de éste, editado el 16 de septiembre de 1858 y del siguiente, que corresponde al día 23 del mismo mes, vamos a recoger las referencias de aquella visita real; don Antonio Gullón, propietario de una afamada imprenta, era impresor del Boletín y hacía las veces de cronista del acto.

El autor del Episcopologio, don Pedro Rodríguez, adelanta la fecha de la visita en un día, aunque después nos da como fuente el propio Boletín; sin embargo la fecha central es el 16, que además queda, también, reflejada en una lápida de mármol que el Ayuntamiento dedicó para conmemorar el acontecimiento, y de la que daremos cuenta y razón.

Astorga fue una ciudad fiel, en todo momento, a Isabel II, tanto civil como eclesiásticamente, defendiendo en todo tiempo sus derechos, aunque también hubiera sus detractores; esa fidelidad a ultranza, sería, quizás, el motivo de la visita.

El entusiasmo de los astorganos, según lo cronica el Sr. Gullón, se desbordó, pero se desbordó aún más el del Sr. Gullón. La llegada de la comitiva real se efectuó el día 15 a las once y media de la noche saliendo a recibirla casi a dos kilómetros, un cuarto de legua, un gentío inmenso con achas de cera". La catedral fue el punto de destino donde se entonó un solemne Tedeum. En las Casas Consistoriales ard¡an cuatro mil vasos de colores con interesantes figuras y estaban adornados el Seminario, el Hospicio y otros edificios de la ciudad, así como la plazuela que se forma ante Sancti Sp¡ritus, alojamiento real. Escribe Antonio Gullón -con evidente exageración- que allí, cuando los reyes salieron a saludar al balcón, se habían congregado 12.000 personas para vitorear y aclamar a sus augustos visitantes. Se formaron orquestinas para el caso, danzas y coros, y para solazar a SS.MM. un grupo de 20 jóvenes astorganos, músicos y aficionados los obsequió con un himno y un wals, compuestos ex-profeso para la ocasión, con letra de López Anitua y música del maestro de capilla de la catedral, Juan Trallero. Los grupos de danzas y músicos recorrieron durante toda la noche la ciudad -dice Gullón- ebria de gozo.

Para cerrar esta primera jornada de estancia real, recogemos alguna estrofa tanto del himno como del vals, en cuyas letras sí que se manifiesta ese entusiasmo, ebrio y gozoso, que apunta el cronista:

Llegad, llegad, Señora

llegad de Dios bendita

un pueblo que os adora

se postra a vuestros pies.

Vos sois dulce consuelo

emblema de esperanza

aquí os envía el cielo

nuestra ventura a ser.

 

Astorga siempre amante

del trono de sus reyes

os ve llegar triunfante

con tierno y santo amor.

Sus hijos que al coloso

del siglo aquí rindieron

ven hoy su más dichoso

preciado galardón.

 

En cuanto al vals coreado, se recoge el coro y la primera estrofa como muestra de aquel delirio.

 

En dulce coro

Astorga canta

ventura tanta

tanto placer

pues en su seno

la reina bella

de España estrella

hoy puede ser.

 

Siempre a sus reyes

y a su bandera

Astorga fuera

súbdita fiel,

así que al verte

clama gozosa

­viva la hermosa

Reina Isabel!.

 

LA SEGUNDA JORNADA

Al día siguiente, 16, sus majestades ofrecieron, a las once de la mañana una recepción oficial, en la que fueron desfilando la Corporación Municipal, Cabildo Catedral y Alcaldes del Partido, junto a otras instituciones y personalidades.

Entre los presentes que se ofrecieron a los miembros reales hemos de anotar, por curiosos, el que realizó un grupo de jóvenes astorganos al rey al que entregaron un corzo de tres meses; niños de las escuelas, públicas y privadas, ofrecieron al Príncipe y a la Infanta mantecadas, bollas de leche y chocolate, los tres productos más típicos de la ciudad, mientras recitaban ingenuos versos de autor anónimo y de los que entresacamos esta muestra:

De júbilo el alma

saltando en el pecho

bendice Señora

tu prole gentil;

y al ver el presente

que Dios nos ha hecho

la aurora miramos

de glorias sin fin.

 

Por débiles muestras

de tanto cariño

ofrendas humildes

traemos aquí:

pan tierno y sabroso,

más blanco que armiño,

y el buen chocolate

de nuestro país.

 

­Dichosos los ojos

que os miran Señora!

­Bendigan los cielos

al príncipe real!

En tanto que Astorga

humilde le ofrece

de leche y manteca

sabroso manjar.

Finalizada la audiencia, el cortejo se dirigió a la catedral para o¡r misa que, por supuesto, fue solemne; se visitó la sacristía rápidamente -como lo hiciera su tataranieto semanas pasadas- y se pasó a la parroquia de Santa Marta, donde la reina rezó una Salve a la Virgen del Amor Hermoso; la imagen lucía ese bellísimo manto, color salmón, que cada año en la felicitación del día de Pascua se le coloca ahora; manto que en el año 1856 había regalado la propia reina a la Virgen. Desde Santa Marta la comitiva se trasladó al Seminario, recorriendo buena parte de sus dependencias, as¡ como la capilla que, todavía, estaba inconclusa.

La siguiente visita fue para las llamadas Casas Consistoriales, el Ayuntamiento, en cuya sala de sesiones los reyes saludaron a la Corporación, y se asomaron al balcón. El cronista del acontecimiento, el bueno de Antonio Gullón, nos parece un monárquico-isabelino convencido y arrobado; nada menos que 16.000 personas, dice, aclamaban a los reyes por las calles y de ese saludo al pueblo, desde el balcón municipal escribe: Entonces el pueblo, un concurso inmenso... se dejó arrebatar del entusiasmo más ardiente. Las señoras, todas agitando pañuelos blancos... miles de hombres con los brazos levantados y dando vivas... No hemos visto, nunca, cuadro más sublime, ni que más nos arrobe y enagene. Se le nota.

El monasterio de Sancti Sp¡ritus tuvo el honor de una visita de cuarto de hora, y a las dos de la tarde la reina ofreció un almuerzo a las autoridades locales civiles y eclesiásticas, as¡ como a las provinciales y representantes de instituciones.

Las cinco de la tarde fue la hora en la que los reyes partieron, con su s‚quito hacia Benavente, séquito que, al parecer, no hacía falta tan numeroso como en la actualidad, pues según nos informa el cronista, se reducía a muy poca servidumbre y cuatro o seis escoltas. La despedida, según Gullón, resultó multitudinaria, abarrotándose la muralla y el paseo de la Sinagoga, de astorganos, para despedirles dignamente.

Claro que Isabel II pasó dadivosa por la ciudad, cosa que en la actualidad no puede hacer la realeza, pues aparte de entregas particulares no cuantificadas, repartió 20.000 reales, cinco mil pesetas de las de entonces, entre los pobres, Hospicio, Hospital de San Juan, Hospital de las Cinco Llagas, Monasterio de Santa Clara, de Sancti Sp¡ritus y aún le llegó para el de Villoria; seis mil reales fueron para los pobres, cuatro mil para el Hospicio y dos mil para el resto de los beneficiados.

 

DOS ACCIDENTES

Dos accidentes ocurrieron durante la visita real a Astorga, reseñados ambos por el cronista; no reseñó, sin embargo, la placa de mármol que con tal motivo se instaló en el Ayuntamiento y que aún existe

Antonio Gullón, impresor del Boletín Eclesiástico, y cronista del acontecimiento, finalizó su relato dando cuenta de dos accidentes ocurridos sin que, al parecer, se enteraran los ilustres visitantes y que turbaron el contento universal.

En la noche del 15 de septiembre al llegar la comitiva real, que fue pasadas las once horas, con una gran imprudencia sobre un estrado que se había levantado en la plaza del Seminario, depositaron hasta 40 docenas de cohetes; una chispa les prendió fuego y de ello resultaron hasta 23 heridos. No sabemos el resultado final, si bien Gullón, la semana después escribía: esperamos que se salven todos.

Imprudencia hubo también, con el mismo estrado en la mañana del día 16; cuando los reyes saludaban al pueblo desde el Seminario, a tal estrado se subieron más personas de lo debido, de tal manera que el montaje se vino abajo; en esta ocasión el accidente, nos refiere el cronista, sólo causó ligeras contusiones.

Que la ciudad se enagenó con la visita real, aunque la crónica se percibe bastante exagerada, se refleja en ese himno y el vals coreado que se cantó ante la mansión de los Moreno, en las recitaciones de los niños de las escuelas, donde también intervinieron los niños acogidos en el Hospicio con poemas tan lacrimosos como éste:

Huérfanos desamparados

a vuestras plantas rendidos

ofrecen pobres tejidos

por sus manos trabajados.

 

Al nacer abandonados

los nutrió la caridad

los educó la piedad;

más tienen por padre a Dios

por madre y señora a vos.

Su humilde don aceptad.

La vena poética de López Anitua se mostró, nuevamente, en la visita al Seminario con cuatro sonetos, y otro vate local, que nos es desconocido, José Quesedo compuso otro himno a la reina con casi 200 versos que no son, precisamente, un dechado de composición poética.

Hay que apuntar, aunque Antonio Gullón no lo hace -se vislumbra que no debería llevarse muy bien con la Corporación porque silencia, sospechosamente, la presencia municipal- que a raíz de este viaje se cambió el nombre a la plaza del Pozo por el de Isabel II, que es la actual de Santocildes. Asimismo silencia, absolutamente, el único testimonio -junto con sus escritos- que de aquella visita podía quedar. Se trata de una lápida, en mármol blanco, de buenas proporciones que se colocó en la Sala de Sesiones del Ayuntamiento, para así conmemorar el hecho. La placa tiene, en todo su entorno, una guirnalda de laurel y en la cabecera lleva un curioso escudo de Astorga, inédito y único ejemplar que conozco as¡; no es la tradicional rama de roble, si no el roble entero, el  árbol; se completa con la siguiente inscripción:

El Ayuntamiento Constitucional de Astorga

A

S.M. la Reyna Dñ Ysabel 2ª

augusto esposo y AA.RR.

por la honra de haber visitado

la ciudad y esta sala

en el d¡a 16 de septiembre de 1858.

La lápida, como se desprende del texto, estuvo colocada en la sala. Debió retirarse en 1890 cuando se realizaron las obras de ampliación del Ayuntamiento; la oportunidad era buena para ello, además el alcalde era el republicano Esteban Ochoa, y nunca más volvió a ponerse; o tal vez se retiró de raíz del destierro de la familia real, o en cualquiera otra ocasión.

Y me hago la suposición que la placa debió ser recogida por el cronista, historiador y maestro, don Matías Rodríguez, puesto que hace más de 25 años la vi en una de las dependencias, en el desván, de la que fue su escuela, en la calle que lleva su nombre y ahora es Academia Municipal de Música, y refugio de peregrinos.

Paco Cordero, maestro de obras en el Ayuntamiento, fue quien me la enseñó y, quien se ha cuidado de que todavía se conserve a buen recaudo; al realizarse las obras de acondicionamiento y reconversión de la Academia él la trasladó al viejo matadero, en la calle Cabildo, ahora convertido en almacén municipal; allí se encuentra junto con las de Pío Gullón, Alonso de Villadiego y Eduardo de Castro; esta última según he podido saber está en la intención de que sea colocada en su anterior emplazamiento, una vez que finalicen las obras del nuevo hotel en la plaza Mayor.

Y, una vez más, la enésima, abogo porque las demás sean repuestas; la de Isabel II, si no en el actual salón de sesiones, que a lo mejor rompería la estética, y ya no es la sala original donde estuvo, sí podría colocarse en la entrada del Ayuntamiento, o en cualquiera de las paredes del vestíbulo del salón. Memoria es ésta que no debe perderse bajo ningún concepto.

 

Martín Martínez Martínez

Publicado en El Faro Astorgano en 1.997