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La Astorga Romántica

El Hotel Moderno. Su pequeña historia

Andrés Mures Quintana


En los meses de noviembre y diciembre de 1994, en la sección de Pequeños relatos, de El Faro, se publicaron dos Tribunas referidas a esta institución que tanto o más que hostelera era eminentemente ciudadana. La nueva y feliz singladura de EL PENSAMIENTO ASTORGANO quiere dar cabida en sus páginas a todo aquel evento de cualesquiera índole o matiz, personajes varios de toda condición sin menoscabo de creencia o filiación, e instituciones de no importa qué calibre contenido o misión, que de alguna forma contribuyeron a dar realce y brillo a esta Astúrica nuestra, y a sus gentes, a lo largo de decenios sin solución de continuidad. Para este humilde escritor de afición, y periodista de vocación impertérrita, es más que una satisfacción el aportar mi pequeño grano de arena a esta aventura de EL PENSAMIENTO. No puedo dejar de mostrar, igualmente, mi agradecimiento al impulsor y hacedor de esta experiencia gratificante, mi buen amigo de hace ya muchos años, Alberto Matías García Alvarez, por su confianza y recuerdo.

 

El Hotel Moderno constituyó a lo largo de décadas (hace unos 80 años de su fundación) un establecimiento emblemático de la ciudad. Nunca fue lujoso pero es cierto que tenía, en sí mismo, una solera especial. Unos huéspedes, a veces de campanillas, y unos cocineros (Poldo y Manolo) que eran una auténtica maravilla.

En buena ley y justicia, es preciso significar que el verdadero fundador del Hotel fue Francisco Alonso, que previamente tuvo negocio (El Comercio) en lo que luego sería la pescadería de Generoso, al comienzo de la cuesta de la calle La Cruz, enfrente de La Mercantil Agrícola. Aquí también estuvo ubicada durante muchos años la taberna El Bodegón, con fama de sitio siniestro, y donde los chavales jamás osábamos entrar, ni siquiera asomar. Cuando se publicó el primer artículo sobre el Hotel Moderno, en El Faro del día 4 de noviembre de 1994, se deslizó involuntariamente un error sobre el auténtico fundador de este establecimiento. Se repartió la autoría a partes iguales entre don Francisco Alonso y don Antonio Herrero. Cierta dama de acrisolado fuste y no menor abolengo, sintióse ofendida por el desliz de quien escribe al dictado de la tradición oral. Señora mía, humanos somos, y en la frente y el costillar llevamos grabada la sombra de tal condición que conlleva el estigma de la imperfección.

Cierto es, pues, que Francisco Alonso, iniciador como Herrero de luengas dinastías que han marcado la vida de la ciudad durante casi un siglo, llamó a éste en su momento para dar impulso y forma a lo que sería el Hotel Moderno, y cuya fundación se llevó a cabo alrededor de 1915, año arriba, año abajo. Una hija de Francisco Alonso, Felisa, casó con Manuel Cuesta, progenitor de otra ilustre familia astorgana.

Antonio Herrero, natural de Retortillo o cercanías (sus allegados no han podido clarificarme este extremo) llegó a Astorga entre 1915 y 1917. Casó con doña Lira, quien a los 33 años había tenido 13 hijos, de los que sobrevivieron 10. Recordamos someramente a Isabel que casó con Paco Alonso, Amalia con Emilio Alvarez, que tuvieron años y años droguería en la Plaza Santocildes. Fruto del matrimonio fueron sus tres hijos, Toño, Manani y Amalita. Amalia (la recuerdo en sus largas charlas con mi madre en el comercio, camino de la droguería) es una mujer de un humor y una coña marinera a prueba de bomba. Carmen esposó con Pedro Patagorda el del garaje Los Leones de la calle del Cristo. Pedro, afamado jugador de billar, nos maravillaba a los jovenzuelos de la época, que a través de las cristaleras del café Central que daba a la calle de La Cruz, hacía carambolas, una tras otra sin fin. Aureliano murió joven en la guerra sin ver cumplido su sueño de formarse como cocinero en Francia. Hortensia, desgraciadamente también fallecida, casó con Tirso el del Central. Fidelina, trabajadora incansable; Manolo mago de los fogones, Angelito maestro de ceremonias, y Pili Herrero esposa del coronel don Eloy Sobrino, a quien debo agradecimiento infinito por sus atenciones y paciencia en la aportación de muchos de los datos de este relato retrospectivo.

El Moderno (como así se le denominaba corrientemente), ocupaba un tercio largo de la manzana más céntrica de la ciudad. Siguiendo de izquierda a derecha, lindaba con el bar Correos, que durante lustros atendió Saturio y familia antes de pasar a sus actuales propietarios Andrés y Rosa. La droguería de Pili en la esquina de Pío Gullón y frente a frente a la idem de Tejedor, La Zamorana. La caja de Recluta nº 60, frente a la actual peluquería Demetrio, y que anteriormente fue Casino e Instituto de Enseñanza Media. Recuerdo vagamente a los mozos los días de sorteo de quintas sentados por las aceras delante de la peluquería citada y del bar Salamanca (actual calzados Cano Cornejo) atendido por Abilio al que apodaban Veneno. La mercería de más solera de la provincia, el Dos de Mayo, tras cuyos mostradores despacharon cremalleras y cientos de bobinas de hilo, entre otros innumerables productos, Agapito y Etelvina. En la calle estrecha (José María Goy) frente a la actual pescadería El Ancla se situaba el bar Rizo, famoso por sus riquísimos calamares, y su no menos deliciosa limonada. Seguía la carnicería de Sole y Rosendo enfrente del actual bar Yate. A la vuelta de la calle Lorenzo Segura, el almacén-tienda de los Alonsos y Cuestas. Lugar típico donde lo mismo se adquiría una libra de manteca de cerdo, que una zafra de aceite, que una vela, que sardinas en salazón, escabeche de tino, o un pellejo de vino. En un lateral del establecimiento, justo en la parte que lindaba ya con el hotel, había una especie de figón-bar donde solamente se expendía vino a granel, y donde los obreros y currantes de los pueblos circundantes echaban un vaso antes de coger su bicicleta aparcada-tirada en la cuesta de la estación para regresar a casa. Delante de la puerta de los Cuesta hacía horas y horas de espera el carro y caballo que comandaba Jarrín, y que transportaba los encargos del establecimiento a los clientes de más altura, así como para ir y venir a la estación por idéntico motivo de acarreo de mercaderías varias.

La terraza-tertulia del hotel se extendía a lo largo de la acera que bordeaba su fachada y en que uno de sus extremos lindaba con la que a tal efecto montaban los propietarios del bar Correos. De esta manera, este trozo de calle, junto con la acera del bar Imperial en la Plaza de Santocildes, y sobre todo la del Regio, se convertían, en el período de junio a septiembre, en el epicentro social de encuentro, confraternización, y cotilleo de toda la ciudad y alrededores. No obstante, puede decirse que cada terraza tenía su propia idiosincrasia: cosmopolita y elegante la del Moderno; dominical y politiquera la del Regio, popular y bullanguera la del Correos, y torera y de juventud la del Imperial, donde el famoso Fúnebre era alma y motor del asunto.

El Moderno albergó los huéspedes más ilustres que tuvo la ciudad: don Tomás el mejicano, su esposa doña Gloria, y sus hijos Glorita y Tomasito. Esta familia era la imagen viva de los indianos maragatos de señorío, dinero y elegancia, y constituía un acontecimientos su misma llegada a la ciudad, y sus desplazamientos en deslumbrantes descapotables americanos. También se alojaban en el Hotel, Lois el de los muebles; don Luis Carro, prototipo del auténtico gentleman. Don Celestino, capellán castrense, y numerosos militares de cierta graduación. Me cabe recordar en este punto a don Antonio García Santos, teniente coronel de Artillería y a su esposa doña Florencia, que llegaron a Astorga a principios de los años sesenta procedentes de Canarias. La hija mayor de esta familia (gente por demás supereducada y elegante) se llamaba Dolores. Dolores La Canaria (le decíamos), una jovencita que debía de tener sobre 15 años cuando llegó a Astorga, y que nos eclipsó no sólo con su belleza exótica, sino por la dulzura de aquel acento de las Islas de donde era originaria.

Las veladas y tertulias del Moderno eran fantásticas, y sobre todo en la época estival, y por las ferias y fiestas agosteñas, el ambiente que se respiraba era, según me ha comentado alguno de sus protagonistas, absolutamente sensacional. Familias enteras de los más variados puntos de España, se daban cita en este marco de excepción. Me permito recordar, entre otras muchas, la de Pacucha Salvadores, de La Coruña y sus vástagos Domi, Chisco y Ramón, que durante cantidad de veranos seguidos recalaban en nuestra ciudad haciendo el Moderno su segunda casa.

Los grandes banquetes de aquel Casino de Astorga, que poco tenían que envidiar en ambiente y señorío a ninguno del norte de España (y lo digo sin punto de exageración) eran invariablemente servidos por el Hotel. La maestría de Poldo y Manolo y el buen hacer de Angelito siempre quedaron patentes como firma de calidad de una casa y un establecimiento a la altura de las circunstancias. Bodas de ilustres astorganos o distinguidas damas; efemérides de Navidad, carnaval o ferias, tenían por marco el Casino, pero la infraestructura y los posibles eran obra del Moderno y de los hermanos Herrero, dechado -y hay que decirlo sin rubor y sin jabón apolillado- de laboriosidad y sacrificio sin fin.

Escribir la historia del Hotel Moderno y su gente necesitaría de un libro. Contar de Cándida que tantos esfuerzos derramó por pasillos y habitaciones. De doña Bárbara, planchando cientos de sábanas y miles de servilletas. De Jarrín y su caballo, del burrito blanco y el carro amarillo que de la estación al hotel subía y bajaba en trajín incesante bultos y equipajes de los huéspedes. También llevaba la ropa a lavar a la finca que la familia Herrero tenía en lo que hoy es la estación de autobuses y edificaciones colindantes.

Sueños y anécdotas de un pasado que pecando de nostalgia se nos antojaba romántico, alegre, feliz y pocas veces triste. Niñez enmascarada en una Astorga menos modernista que la actual, pero llena de encanto y sobre todo con la compañía y presencia de tanta, tantísima gente que se ha ido marchando casi siempre lejos y de raro retorno, y para algunos, por desgracia, ya imposible. Desde esta tribuna inigualable de EL PENSAMIENTO ASTORGANO, mi primera cuna de letras hace más de 30 años de la mano de un maestro ejemplar y maravilloso como don Magín Revillo, quiero animar a todos aquellos que tengan algo que contar del pasado inmediato de nuestra ciudad, que se suban a ella. Hago justicia al recordar en este llamamiento la espléndida crónica costumbrista que bajo el título de La Corredera Baja, publicó Pilar Alcabón de Herrero en El Faro del 13 de mayo de 1.977. O la magnífica y llena de sentimiento en el recuerdo, de Fernando Alonso, dedicada a Gonzalo Mallorquina hace escasos días, y que igualmente constituía un breve repaso espléndido y emotivo de aquellos años. Imagino que La Mallorquina será otro hito en la pequeña historia ciudadana que en breve acometeremos.

El Moderno desapareció, y con él una parte apreciable de nuestro pasado reciente. Doña Elena, la tía de los Herrero, con su pelo blanco recogido en un moño pulcro y perfecto, continúa haciéndonos guiños a través del ventanal, mientras Hortensia le coloca cuidadosamente la mañanita de lana color púrpura sobre los hombres. Julianillo, en aquella antediluviana cacharra verde de Correos, nos seguirá llevando sobres llenos de ilusión a través de las nubes y del azul infinito, mientras apura la última faria.

Astorga se queda quieta en el silencio nocturno. Tras la cortina de fina lluvia veo parpadear el rótulo del Moderno. En la lejanía próxima se oye el pitido prolongado de una máquina de vapor. La ciudad duerme mientras Pedro Mato vigila.

Andtrés Mures Quintana

Villafranca del Bierzo, 24 de octubre de 1.997


(Publicado en El Pensmaiento Astorano en diciembre de 1.997)

Véase también sobre el Hotel Moderno:

El Hotel Moderno en Familia, por Fernando Alonso García (1997)